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octubre 16, 2023 in Evangelios

Lecturas del día 23 de octubre de 2023

Primera lectura

Rom 4, 19-25

Hermanos: La fe de Abraham no se debilitó a pesar de que, a la edad de casi cien años, su cuerpo ya no tenía vigor, y además, Sara, su esposa, no podía tener hijos. Ante la firme promesa de Dios no dudó ni tuvo desconfianza, antes bien su fe se fortaleció y dio con ello gloria a Dios, convencido de que él es poderoso para cumplir lo que promete. Por eso, Dios le acreditó esta fe como justicia.

Ahora bien, no sólo por él está escrito que “se le acreditó”, sino también por nosotros, a quienes se nos acreditará, si creemos en aquel que resucitó de entre los muertos, en nuestro Señor Jesucristo, que fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.

Salmo Responsorial

Lucas 1, 69-70. 71-71. 73-75
R. Bendito sea el Señor, Dios de Israel.
El Señor ha hecho surgir a favor nuestro
un poderoso salvador en la casa de David, su siervo.
Así lo había anunciado desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.
R. Bendito sea el Señor, Dios de Israel.
Anunció que nos salvaría de nuestros enemigos
y de las manos de todos los que nos aborrecen,
para mostrar su misericordia a nuestros padres
y acordarse de su santa alianza.
R. Bendito sea el Señor, Dios de Israel.
El Señor juró a nuestro padre Abraham
que nos libraría del poder de nuestros enemigos,
para que pudiéramos servirlo sin temor,
con santidad y justicia,
todos los días de nuestra vida.
R. Bendito sea el Señor, Dios de Israel.

Aclamación antes del Evangelio

Mt 5, 3
R. Aleluya, aleluya.
Dichosos los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 12, 13-21

En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Pero Jesús le contestó: “Amigo, ¿quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?”

Y dirigiéndose a la multitud, dijo: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”.

Después les propuso esta parábola: “Un hombre rico tuvo una gran cosecha y se puso a pensar: ‘¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?’ Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

En el pasaje de Lucas 12:13-21, somos testigos de una interacción que, aunque enraizada en el contexto socio-histórico de su tiempo, resuena a lo largo de los siglos por su profunda implicación teológica. La escena se desarrolla en un entorno donde la desigualdad y la injusticia en la distribución de la riqueza eran palpables. Un hombre, en medio de una multitud, interpela a Jesús para que medie en una disputa de herencia. Sin embargo, Jesús, con una perspicacia que desafía la superficialidad de la petición, lleva la conversación hacia un terreno que cuestiona las premisas fundamentales de la avaricia y la acumulación de riqueza.

En este intercambio, Jesús no solo responde a una solicitud personal, sino que aborda una cuestión central de la condición humana que trasciende el tiempo y el espacio: la relación entre la riqueza material y la espiritual. Al optar por no intervenir en la disputa de herencia, Jesús desafía las normas sociales predominantes de su época, invitando a la audiencia a una reflexión más profunda sobre la verdadera esencia de la riqueza y el propósito de la vida.

La parábola del rico insensato que sigue es un reflejo brillante de la vanidad de la acumulación material frente a la inevitabilidad de la muerte. Esta narrativa, aunque enmarcada en la realidad socioeconómica de una sociedad agraria, proporciona una ventana hacia una verdad teológica más profunda sobre la transitoriedad de la vida terrenal y la importancia de buscar una riqueza que va más allá de lo material.

Al desafiar la obsesión humana por la acumulación y la seguridad material, Jesús propone una visión alternativa de la riqueza que no está anclada en lo tangible, sino en una riqueza que “vale ante Dios”. Esta enseñanza, aunque radical en su contexto histórico, continúa siendo relevante en nuestra sociedad actual, donde la avaricia y la búsqueda de seguridad material a menudo eclipsan la búsqueda de un propósito y una conexión más profunda con lo divino y con los demás.

Jesús, con sabiduría y amor, nos invita a una vida de propósito, una vida que mide la riqueza no por la acumulación material, sino por la profundidad de nuestras relaciones, la generosidad de nuestro espíritu, y nuestra capacidad para tocar y enriquecer las vidas de otros. Nos llama a cultivar una riqueza que “vale ante Dios”, una riqueza de carácter, de amor, de servicio y de compasión.

La invitación es a vivir auténticamente, a nutrir la riqueza espiritual que no solo fortalece nuestras vidas, sino que también tiene el poder de transformar la sociedad en un lugar de mayor igualdad, comprensión y amor. Es una llamada a los jóvenes y a todos, a liberarse de las cadenas de la avaricia y a abrazar una vida de generosidad y propósito, a buscar una conexión más profunda con lo divino y con los demás, a cultivar una riqueza interior que brille a través de nuestras acciones y contribuya a la construcción de una sociedad más justa y compasiva.




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