agosto 10, 2023 in Actualidad

San Pedro Fabro: Un Camino de Fe desde Ovejero hasta Santo Jesuita

San Pedro Fabro, destacado por su fe inquebrantable y humildad extraordinaria, desempeñó un papel principal en la historia de la Iglesia Católica como uno de los tres primeros jesuitas, junto con San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier. Nacido el 13 de abril de 1506 en Villaret, Saboya, Francia, la llamada divina resonó en el corazón de Fabro desde su temprana juventud, forjando un camino destinado hacia la santidad.

Desde sus inicios como ovejero, Fabro siempre tuvo un deseo insaciable de conocimiento. Aprovechaba cada momento para leer y estudiaba bajo la tutela de un sacerdote en Thones, antes de continuar su educación en un colegio cercano. Con una mente abierta y sin planes concretos para su futuro, decidió viajar a París con el apoyo de sus padres. En 1525, Fabro llegó a la capital francesa, entonces epicentro de los estudios, y allí fue donde descubrió su verdadera vocación.

Mientras se adentraba en la disciplina académica parisina, Fabro, por su situación económica, debió buscar una institución que le permitiera estudiar sin coste. La oportunidad se presentó cuando el Colegio de Santa Bárbara lo acogió, permitiéndole compartir alojamiento con un joven navarro que más tarde sería conocido como San Francisco Javier. Esta convivencia forjó una fuerte amistad entre ambos, que incluso culminó en su simultánea graduación como Maestros en Artes.

En la Universidad, Fabro se cruzó tempranamente con San Ignacio de Loyola, convirtiéndose en uno de sus discípulos más destacados. Fue en este entorno académico donde Fabro y Loyola detectaron la influencia negativa de Lutero y Farel. Fabro fue ordenado sacerdote en 1534, permitiéndole en agosto de ese mismo año recibir los votos de Ignacio y sus cinco compañeros en Montmartre. Este hecho marcó el inicio del grupo del que más adelante nacería formalmente la Compañía de Jesús.

Tras Ignacio, considerado por todos como el líder, Fabro era visto como el más sobresaliente del grupo, quien había comprendido y asimilado de mejor manera las enseñanzas de San Ignacio. De hecho, en 1541, al elegir al Superior de la recién nacida Compañía, tanto San Francisco Javier como Simón Rodríguez, el fundador en Portugal, propusieron: “Ignacio, y si no se pudiese Pedro Fabro”. Los demás jesuitas compartían este parecer, considerando a Fabro como el discípulo más maduro y adelantado de Ignacio, y creían que él debería suceder a Ignacio como prepósito general de la incipiente orden.

En su labor misionera, Fabro fue enviado a una Alemania dividida para participar en la Dieta de Worms en 1540, y luego en la Dieta de Ratisbona en 1541. Aquí, Fabro percibió las desastrosas consecuencias que el protestantismo había ocasionado en Alemania, y el estado de decadencia del catolicismo, especialmente entre el clero. Concluyó que la solución no estaba en la confrontación, sino en una reforma radical de los fieles, especialmente del clero.

Llamado a España y Portugal por San Ignacio, Fabro contrastó notablemente la realidad religiosa de la península ibérica con las tierras donde había trabajado inicialmente. En estos nuevos lugares, observó cómo la reforma que alcanzaría su esplendor en Trento ya había comenzado a germinar. Fabro, un hombre de incansable actividad, es testimonio del lema que otro discípulo de Ignacio acuñó: “contemplativo en la acción”.

Después de defender la fe a través de múltiples desafíos, Fabro retornó a la península ibérica, a Portugal y luego a España, donde se mantuvo en las cortes de ambos países. En todas las localidades que visitaba, se dedicaba a predicar, impartir catequesis y despertar vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa.

Agotado físicamente por las polémicas contra los adversarios de la fe y por un apostolado tan intenso en diversos países, Fabro, a los 40 años, llegó enfermo de unas fiebres a Roma, el 17 de julio de 1546, donde finalmente falleció cerca de San Ignacio.

A pesar de su muerte, la historia de su vida y santidad continuó extendiéndose. El Papa Pío IX decretó el 5 de septiembre de 1872 la confirmación de su culto como Beato. Finalmente, el 17 de diciembre de 2013, el Papa Francisco, con su autoridad de Pontífice, inscribió en el libro de los Santos al sacerdote jesuita Pedro Fabro.




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