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abril 9, 2022 in Evangelios

Lecturas del 9 de Abril de 2022

Primera Lectura

Ez 37, 21-28

Esto dice el Señor Dios: “Voy a recoger de las naciones a donde emigraron, a todos los israelitas; de todas partes los congregaré para llevarlos a su tierra. Haré de ellos un solo pueblo en mi tierra, en los montes de Israel; habrá un solo rey para todos ellos y nunca más volverán a ser dos naciones, ni a dividirse en dos reinos.

Ya no volverán a mancharse con sus ídolos, sus abominaciones y con todas sus iniquidades; yo los salvaré de las infidelidades que cometieron y los purificaré; ellos van a ser mi pueblo y yo voy a ser su Dios.

Mi siervo David será su rey y todos ellos no tendrán más que un pastor; cumplirán mis mandamientos y pondrán por obra mis preceptos. Habitarán en la tierra que di a mi siervo Jacob y en la que habitaron los padres de ustedes, y ahí vivirán para siempre ellos, sus hijos y sus nietos; mi siervo David será su rey para siempre.

Voy a hacer con ellos una alianza eterna de paz. Los asentaré, los haré crecer y pondré mi santuario entre ellos para siempre. En medio de ellos estará mi templo: yo voy a ser su Dios y ellos van a ser mi pueblo.

Las naciones sabrán que yo soy el Señor que santifica a Israel, cuando vean mi santuario en medio de ellos para siempre’’.

Salmo Responsorial

Jeremías 31, 10. 11-12ab. 13

R. (cf 10d) El Señor cuidará a su pueblo como un pastor a su rebaño.
Escuchen, pueblos, la palabra del Señor,
anúncienla aun en las islas más remotas:
“El que dispersó a Israel lo reunirá
y lo cuidará como un pastor a su rebaño”.
R. El Señor cuidará a su pueblo como un pastor a su rebaño.
Porque el Señor redimió a Jacob,
Y lo rescató de las manos del poderoso.
Ellos vendrán para aclamarlo al monte Sión
y vendrán a gozar de los bienes del Señor.
R. El Señor cuidará a su pueblo como un pastor a su rebaño.
Entonces se alegrarán las jóvenes, danzando,
se sentirán felices jóvenes y viejos,
porque yo convertiré su tristeza en alegría,
los llenaré de gozo y aliviaré sus penas.
R. El Señor cuidará a su pueblo como un pastor a su rebaño.

Aclamación antes del Evangelio

Ez 18, 31

R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Purifíquense de todas sus iniquidades;
renueven su corazón y su espíritu, dice el Señor.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Evangelio

Jn 11, 45-56

En aquel tiempo, muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver que Jesús había resucitado a Lázaro, creyeron en él. Pero algunos de entre ellos fueron a ver a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús.

Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron al sanedrín y decían: “¿Qué será bueno hacer? Ese hombre está haciendo muchos prodigios. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en él, van a venir los romanos y destruirán nuestro templo y nuestra nación”.

Pero uno de ellos, llamado Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: “Ustedes no saben nada. No comprenden que conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que toda la nación perezca”. Sin embargo, esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para congregar en la unidad a los hijos de Dios, que estaban dispersos. Por lo tanto, desde aquel día tomaron la decisión de matarlo.

Por esta razón, Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la ciudad de Efraín, en la región contigua al desierto y allí se quedó con sus discípulos.

Se acercaba la Pascua de los judíos y muchos de las regiones circunvecinas llegaron a Jerusalén antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús en el templo y se decían unos a otros: “¿Qué pasará? ¿No irá a venir para la fiesta?”

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hermanas y hermanos

El enfrentamiento entre Jesús y los judíos, o sea, entre Jesús y los fariseos y sumos sacerdotes, ha llegado a su punto culminante; un punto donde ya no hay retorno. Ya no se trata de polémicas sobre la ley, ni de amenazas, o de ataques (como intentos de lapidación) más o menos espontáneos.  En el evangelio de hoy contemplamos una reunión oficial del más alto nivel, donde se toma una decisión en toda regla y se dan las instrucciones para su cumplimiento.

Es curioso, paradójico y trágico, que el motivo final de la decisión de darle muerte sea el hecho de que Jesús ha devuelto la vida a un hombre, a Lázaro. La ceguera de los líderes del pueblo es total: no lo ven como un signo definitivo de su mesianismo, de que Dios actúa por medio de Él, sino como una amenaza: amenaza para su poder religioso y amenaza política por las posibles represalias de los romanos. Es evidente que los cálculos humanos y los intereses de corto alcance les han cegado para ver lo que, por otro lado, parece evidente: Dios mismo actúa en y por Jesús.

El evangelista, que siempre juega en dos planos, el de la comprensión meramente humana y la de los planes de Dios (como diría el profeta Isaías: “mis pensamientos no son sus pensamientos y mis caminos no son sus caminos), ve en las palabras del sumo sacerdote Caifás, que pronuncian la sentencia de muerte de Jesús, un oráculo profético, que trasciende por completo la intención del Sumo Sacerdote.

Efectivamente, Caifás, siendo “de aquí abajo”, decide la muerte de Jesús por cálculos políticos y religiosos; pero, por el cargo que ocupa (que proviene de “allí arriba”), expresa el verdadero sentido de la muerte de Jesús. Sin quererlo ni pensarlo, anuncia el significado de la muerte del Señor: Jesús va a morir por todo el pueblo, y no sólo, sino que iba a reunir a los hijos de Dios dispersos.  Es decir, Jesús va a morir por toda la humanidad.

Es muy significativo que el profeta Ezequiel, en la primera lectura de hoy, no se refiera a Judá sino a Israel, que se había dispersado definitivamente casi doscientos años antes de la deportación de Babilonia. Recordemos que el reino de Israel o reino del Norte había sido destruido por el imperio asirio el año 721.  Israel había dejado de existir como pueblo, se había disuelto entre todas las naciones. La profecía de Ezequiel se puede entender como una reunificación que, en el fondo, afecta a la humanidad entera en torno a un rey y pastor que trasciende toda significación política.

Por su parte, Jesús es consciente de la situación y sabe lo que le espera.  Él entrega su vida libremente, pero el momento no ha llegado: “Por esa razón, Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la ciudad de Efraín, en la región contigua al desierto y allí se quedó con sus discípulos”.  Se prepara para lo que viene por delante.

Jesús acepta libremente su muerte. Aceptar libremente la muerte por amor significa tocar el punto central del drama del ser humano, exiliado de Dios por el pecado, condenado a una muerte “para siempre”.  La muerte no distingue razas, ni condición social, ni partidos, ni ideologías, ni religión. Yendo libremente hacia la muerte, Jesús se adentra en el lugar en el que todos sin excepción somos iguales. Sólo dando la vida es posible reunir a todos los seres humanos dispersos en una familia nueva, la de los hijos e hijas de Dios.

El evangelio de hoy nos deja en expectativa: los que buscaban a Jesús se decían unos a otros “¿Qué pasará?”.  Jesús se prepara para volver a Jerusalén: la hora se acerca. Y nosotros, discípulos y discípulas suyos, después de recorrer el camino cuaresmal ¿cómo nos encontramos? ¿Estamos también a la expectativa de lo que ocurrirá?  ¿Estamos preparados para acompañar al Señor en su pasión y muerte para ser testigos de su resurrección? Mañana, Domingo de Ramos, nos adentraremos en la Semana Santa, el acontecimiento más importante y decisivo de la historia de la humanidad.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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