Lecturas del día 8 de Abril de 2022
Primera Lectura
En aquel tiempo, dijo Jeremías:
“Yo oía el cuchicheo de la gente que decía:
‘Denunciemos a Jeremías,
Denunciemos al profeta del terror’.
Todos los que eran mis amigos espiaban mis pasos,
esperaban que tropezara y me cayera, diciendo:
‘Si se tropieza y se cae, lo venceremos
y podremos vengarnos de él’.
Pero el Señor, guerrero poderoso, está a mi lado;
por eso mis perseguidores caerán por tierra
y no podrán conmigo;
quedarán avergonzados de su fracaso
y su ignominia será eterna e inolvidable.
Señor de los ejércitos, que pones a prueba al justo
y conoces lo más profundo de los corazones,
haz que yo vea tu venganza contra ellos,
porque a ti he encomendado mi causa.
Canten y alaben al Señor,
porque él ha salvado la vida de su pobre
de la mano de los malvados’’.
Salmo Responsorial
R. (cf 7) Sálvame, Señor, en el peligro.
Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
el Dios que me protege y me libera.
R. Sálvame, Señor, en el peligro.
Tu eres mi refugio,
mi salvación, mi escudo, mi castillo.
Cuando invoqué al Señor de mi esperanza
al punto me libró de mi enemigo.
R. Sálvame, Señor, en el peligro.
Olas mortales me cercaban,
torrentes destructores me envolvían;
me alcanzaban las redes del abismo
y me ataban los lazos de la muerte.
R. Sálvame, Señor, en el peligro.
En el peligro invoqué al Señor,
en mi angustia le grité a mi Dios;
desde su templo, él escuchó mi voz,
y mi grito llegó a sus oídos.
R. Sálvame, Señor, en el peligro.
Aclamación antes del Evangelio
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
Tú tienes palabras de vida eterna.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, los judíos cogieron piedras para apedrearlo. Jesús les dijo: “He realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?”
Le contestaron los judíos: “No te queremos apedrear por ninguna obra buena, sino por blasfemo, porque tú, no siendo más que un hombre, pretendes ser Dios”. Jesús les replicó: “¿No está escrito en su ley: Yo les he dicho: Ustedes son dioses? Ahora bien, si ahí se llama dioses a quienes fue dirigida la palabra de Dios (y la Escritura no puede equivocarse), ¿cómo es que a mí, a quien el Padre consagró y envió al mundo, me llaman blasfemo porque he dicho: ‘Soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que puedan comprender que el Padre está en mí y yo en el Padre”. Trataron entonces de apoderarse de él, pero se les escapó de las manos.
Luego regresó Jesús al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado en un principio y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: “Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan decía de éste, era verdad”. Y muchos creyeron en él allí.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
Hermanas y hermanos
Estamos a las puertas de los sucesos de Semana Santa. El ambiente en torno a Jesús se caldea, lo han rechazado anteriormente y ahora se ve venir la tragedia. No les ha bastado con el rechazo y la burla hacia Él y su mensaje, sino que el odio llega al deseo de apedrearlo, de asesinarlo. No soportaban que Jesús se declarara Hijo de Dios. Eso le convertía en un blasfemo. Y esa será la causa de la condena a muerte por parte del Sanedrín.
Efectivamente, la causa de la persecución y del intento de lapidación en el evangelio de hoy ya no es el pretendido incumplimiento de la Ley, sino la pretensión de Jesús de ser Hijo de Dios. Jesús responde a esa acusación anunciando que esa identidad suya no es exclusiva, sino inclusiva: la salvación consiste en la filiación divina, en entrar en el ámbito de la divinidad, que se alcanza precisamente por medio del Hijo, aceptando la palabra de Jesús. Es significativo que el rechazo se produce en el Templo, lugar de culto y centro y símbolo de la religiosidad del Israel.
La acusación y el rechazo pesan más que lo bueno que pueda haber en las acciones de Jesús. Las cosas buenas que había hecho les parecían bien, pero ser tan atravido como para identificarse con Dios, era demasiado. La ceguera no les permitía ver en las obras de Jesús la presencia y ni la acción de Dios. Sin embargo, Jesús insiste en que vean sus obras: ellas muestran que su vida está dedicada a hacer la voluntad del Padre y por eso había dicho: Soy hijo de Dios. Eso ya les parecía un horror.
Pero debemos reconocer que no es fácil aceptar la condición divina de uno que, pese a todo, no deja de ser un hombre. Si nosotros nos ponemos en los “zapados” de aquella gente ¿qué pensaríamos y haríamos? Si fuéramos contemporáneos de Jesús, posiblemente hubiéramos estado de acuerdo en su condición de profeta, incluso del más grande profeta de Israel. Pero de ahí a aceptar su condición de Hijo de Dios, de Dios mismo, hay un buen trecho. ¿Habríamos dado ese paso? Dar el paso de una fe así exige, al parecer, dar un salto en el vacío.
Sin embargo, Jesús insiste en su identidad. A pesar de la incredulidad y la ceguera, Él les insiste en que vean sus obras: son las obras de Dios. Su pretensión de Hijo de Dios está sustentada en sus obras. Hay en Él una perfecta armonía entre palabras y obras. Su palabra es viva y eficaz; es una palabra que actúa, que se traduce en obras. Las obras son la prolongación de esa palabra, son acciones salvíficas que hablan por sí mismas. Palabras y obras indican que Jesús, al declararse Hijo de Dios, no se encumbra, ni se pone por encima de los demás, sino que, al contrario, se abaja, se acerca, se pone a nuestro nivel, para hacernos partícipes de esta misma identidad.
Pero la dureza de los judíos no les permite ceder. La ceguera de sus oponentes es total lo que significa que su suerte está echada. Por eso, se retira del Templo y se va al desierto, al lugar de sus orígenes, del bautismo de Juan, del comienzo de su ministerio y de sus primeros discípulos. Es un gesto profético que se puede interpretar como una reivindicación del testimonio de Juan sobre Él. Y es allí, en el desierto, donde “muchos creyeron en él”. Si el Templo, símbolo del poder religioso, lo rechaza, es en el desierto, lugar de la experiencia fundante de Israel, donde se produce la fe.
La cuaresma, ya en su recta final, nos invita a volver al desierto, a la experiencia del despojo, del camino esperanzado y de la purificación, para poder encontrarnos con el verdadero Templo de Dios, la humanidad de Jesús, el Hijo de Dios Padre, que, como un nuevo maná, quiere compartir su vida y su persona con nosotros.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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