Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
El enfrentamiento y la polémica de Jesús con “los judíos”, que en realidad son las autoridades religiosas, que hemos venido presenciando en los últimos días puede parecernos repetitiva y hasta cansona. Pareciera que se gira en tornos a un punto y no hay avance. Lo que ocurre es que en esta polémica se van desgranando los elementos constitutivos de la identidad y la misión de Jesús. Asimismo, va quedando cada vez más claro la cerrazón, dureza e incredulidad de sus adversarios.
Cuanto más cerrados e incrédulos se muestras sus oponentes, más insiste Jesús en la necesidad de creer en Él y en los beneficios que se reciben. Pero no se trata de cualquier forma de creer; no es sólo aceptar que Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías esperado, sino de acoger su mensaje y ponerlo en práctica. En el evangelio de ayer nos decía: “Si permanecen en mi palabra, serán de verdad discípulos míos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”. Y hoy comienza diciéndonos: “En verdad les digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre”. Se trata pues, de “permanecer” y “guardar” su palabra.
A quienes hacen esto, Jesús les promete libertad y vida eterna. Pero esto sólo exaspera más a sus oponentes. Incrédulos, saben que sólo Dios puede hacer semejante afirmación, y no dudan en acusar a Jesús de estar endemoniado. Para ellos era evidente que hasta los más grandes personajes del pueblo elegido habían muerto, tales como Abraham y los profetas y por tanto no había razón para creer que Jesús correría una suerte distinta ni que pudiese vencer la muerte con su palabra.
La promesa esencial de Jesús es la de no morir para siempre. La vida vencerá a la muerte. Quizás no le entendieron sus enemigos. Creyeron que Jesús hablaba de no morir, no de convertir esta vida en otro modo de vivir, sino continuar para siempre con el mismo modo de vida. Pero en realidad Jesús se sitúa fuera del tiempo: Abrahán, dice, llegó a conocer su vida, la vio y se alegró. Los judíos entienden que fue Jesús quien conoció a Abrahán: “¿no tienes aún cincuenta años y has visto a Abrahán?”.
Como tantas veces nos encontramos en el evangelio de Juan, Jesús no responde directamente a las preguntas que los judíos le hacen. En este caso la respuesta de Jesús les confunde más: Él es anterior a Abrahán. Es fácil entender y hasta comprender que los judíos concluyan que Jesús se está riendo de ellos. De ahí su reacción más agresiva y violenta.
Pero Jesús no se está burlando de ellos, sino que sencillamente les está mostrando con claridad su identidad: Él es Dios mismo. Por eso utiliza la expresión “Yo soy”, que el libro del Éxodo usa para designar a Dios mismo. Ante la insistencia de Jesús por presentarse con las palabras divinas “yo soy”, no ven otra opción que poner en práctica lo que mandaba el libro del Levítico: “quien blasfeme contra el nombre del Señor morirá sin remedio; le lapidará toda la comunidad”. Jesús ha revelado su identidad y para sus enemigos es sólo un blasfemo.
La discusión que leemos hoy nos recuerda que Jesús nos pide saber reconocer en Él al mismo Dios y como consecuencia abandonarnos confiadamente en su Palabra de Vida. Esta confianza total sólo puede nacer en nuestros corazones si contestamos correctamente la pregunta que en el medio de la discusión le hacen los judíos: ¿Quién es Jesús?
La respuesta no puede ser obvia y superficial. Si decimos creer en Él, nos comprometemos a vivir y permanecer en su palabra.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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