Lecturas del día 27 de Marzo de 2022
Primera Lectura
En aquellos días, el Señor dijo a Josué: “Hoy he quitado de encima de ustedes el oprobio de Egipto”.
Los israelitas acamparon en Guilgal, donde celebraron la Pascua, al atardecer del día catorce del mes, en la llanura desértica de Jericó. El día siguiente a la Pascua, comieron del fruto de la tierra, panes ázimos y granos de trigo tostados. A partir de aquel día, cesó el maná. Los israelitas ya no volvieron a tener maná, y desde aquel año comieron de los frutos que producía la tierra de Canaán.
Salmo Responsorial
R. (9a) Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Bendeciré al Señora a todas horas,
no cesará mi boca de alabarlo.
Yo me siento orgulloso del Señor,
que se alegre su pueblo al escucharlo. R.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Proclamemos la grandeza del Señor,
y alabemos todos juntos su poder.
Cuando acudí al Señor, me hizo caso
y me libró de todos mis temores. R.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Confía en el Señor y saltarás de gusto,
jamás te sentirás decepcionado,
porque el Señor escucha el clamor de los pobres
y los libra de todas sus angustias. R.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Segunda Lectura
Hermanos: El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo.
Todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y que nos confirió el ministerio de la reconciliación. Porque, efectivamente, en Cristo, Dios reconcilió al mundo consigo y renunció a tomar en cuenta los pecados de los hombres, y a nosotros nos confió el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros somos embajadores de Cristo, y por nuestro medio, es como si Dios mismo los exhortara a ustedes. En nombre de Cristo les pedimos que se dejen reconciliar con Dios.
Al que nunca cometió pecado, Dios lo hizo “pecado” por nosotros, para que, unidos a él, recibamos la salvación de Dios y nos volvamos justos y santos.
Aclamación antes del Evangelio
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Me levantaré, volveré a mi padre y le diré:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.
Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.
Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.
Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.
Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.
El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ ”.
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
Llegamos hoy al Cuarto Domingo de Cuaresma conocido como Domingo Laetare (se pronuncia “Letare), o domingo de la alegría. Su nombre se debe a la antífona con que comienza la misa de hoy: “Alégrate, Jerusalén, y que se reúnan cuantos la aman. Compartan su alegría los que estaban tristes, vengan a saciarse con su felicidad”. En el camino cuaresmal resuena hoy la invitación a la alegría.
Pero, ¿a qué clase de alegría se refiere? No es la alegría superficial, pasajera y frívola que nos ofrece la sociedad de hoy, con su consumismo, tecnología y desórdenes morales. Se trata de una alegría, un gozo, que nace en lo más profundo del corazón y no es pasajero sino perdura en el tiempo. Es, en lenguaje de espiritualidad, una consolación espiritual. Y ¿cuál es el motivo por el que en este domingo debemos alegrarnos? El motivo más inmediato es la cercanía de la Pascua. Pero el motivo último y radical es el amor de Dios, que es capaz de entregarnos a su propio Hijo para salvarnos, para reconciliarnos con Él. Es la alegría profunda que se siente al experimentar la misericordia Dios.
Efectivamente, de eso nos habla el evangelio de hoy. El pasaje que hemos escuchado es una de las joyas teológicas y literarias más hermosas del evangelio. Es el corazón de la “Buena Noticia”. Por eso, más que hacer grandes comentarios, deberíamos interiorizar cada palabra, cada idea, cada imagen que aparece, y dejar que llegue a lo más hondo de nuestro corazón.
Jesús, ante las acusaciones de los que le reprochan que le da oportunidades a los publicanos y pecadores, cosa que no entra en los cálculos de las tradiciones más exigentes del judaísmo, contesta con esta parábola, conocida como la “parábola del hijo pródigo”, para dejar bien claro cómo es el corazón de Dios Padre y que lo que Él está haciendo es lo que el Padre quiere para estas personas, que también son sus hijos. A través de esta parábola pues, Jesús nos muestra cómo es el corazón de Dios Padre y nos enseña cómo debe ser nuestra actitud de hijos e hijas de ese Padre Bueno y cómo relacionarnos con los demás como hermanos y hermanas.
En la parábola, parece que al hermano menor le han enseñado o ha entendido que estar en casa, y ser buen hijo… consiste en seguir un montón de normas y deberes que le quitan libertad y no le dejan ser feliz. Él quisiera ser independiente, y tomar sus propias decisiones sin tener que dar explicaciones a nadie, y mucho menos a su hermano mayor. Y se va lejos: lejos de su casa, lejos de su hermano, lejos de su padre… y también lejos de sí mismo. No hay explicaciones. Tiene derecho a irse y a llevarse “lo suyo”, para hacer lo que le parezca. No parece importarle el amor de su padre ni el dolor que pueda causarle. Y el padre le deja marchar en silencio, sin sermones, sin amenazas ni advertencias.
Por su parte, el hermano mayor es alguien a quien no le preocupan ni le importan para nada los demás. Le da igual que su otro hermano pueda tener problemas, que se sienta solo, que ande perdido, que se haya ido lejos… No se ha enterado de que tiene un hermano, de lo que significa “ser hermano”. Entra en la escena casi al final, y lo hace para quejarse, protestar y enojarse con su padre. No consta que echara de menos al hermano, que saliera a buscarle, ni siquiera que se asomara a la ventana. No hay ningún deseo de que vuelva. Sólo pretende conservar sus derechos y exigir reivindicaciones.
Por otro lado, tampoco se entera de la angustia, preocupación y dolor de su padre que echa de menos al hijo que se ha ido; que ha perdido el sueño, que sufre por el hijo que no está, que se pasa los días enteros a la puerta a ver si lo ve, aunque sea de lejos. El hijo mayor está físicamente en casa, continuamente al lado de su padre, pero su corazón está lejísimos del suyo. En resumen, ni el menor ni el mayor se han comportado como hijos.
El padre es muy distinto de sus dos criaturas. ¿A quién habrán salido? Su comportamiento desconcierta a los dos. En la historia el padre no abre la boca sino hasta casi el final. Al principio da lo que le exigen. No dice nada. No protesta. No reprocha. No advierte. No pelea. No amenaza. Ni pide explicaciones…
Pero antes de darle la palabra, Jesús describe sus “gestos”: lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. No le interesan las explicaciones. No pregunta a qué vuelve ni por qué. Y corta el discursito que el hijo intentaba soltar. Ni hace caso de lo “poco” que le pide su hijo. En cambio, tira la casa por la ventana, dando brincos de alegría porque tiene al hijo de nuevo en casa. Aún tendrá que hacer esfuerzos, con ambos, para que aprendan lo que es “ser hijo”, y descubran de una vez cómo es de verdad el corazón de su padre y cómo se vive en aquella casa: sin humillaciones, castigos, condiciones ni exigencias. Sólo el deseo y el empeño de que sean y se comporte como hijos. Así es el corazón de Dios; así se comporta con nosotros. Por eso, nuestro corazón se llena de alegría.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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