En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley.
Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos”.
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
El breve pasaje del evangelio que acabamos de escuchar toca un aspecto fundamental en nuestra vida de fe: el cumplimiento de los Mandamientos de la Ley de Dios. Este aspecto es importante que lo tengamos claro y lo vivamos, porque nuestra sociedad descalifica de entrada toda ley religiosa o Ley de Dios. Todo lo que suene a ley de la Iglesia o Ley de Dios es atacado y descalificado como algo oscurantista, pasado de moda, que atenta contra la libertad de las personas, e incluso se llega a afirmar que atenta contra los derechos humanos.
Estas críticas y descalificaciones sólo manifiestan una enorme ignorancia de lo que es la Ley de Dios y lo que pretende. Para comenzar, la Ley de Dios, como Palabra de Dios que es, tuvo su vigencia en el pasado y la sigue teniendo en el presente. Ella busca proteger al pueblo de Dios; proteger a las personas y regular las relaciones interpersonales de manera que no nos hagamos daño unos a otros. Está fundada en la dignidad que tiene toda persona, en el respeto a la vida, en la defensa de la justicia y de la paz.
Por eso Jesús se enfrenta a las autoridades religiosas de su tiempo, que han desvirtuado la ley al hacer excesivo énfasis en el cumplimiento estricto de la letra de la ley y olvidar el espíritu de la ley. La ley esta al servicio del ser humano y no el ser humano al servicio de la ley. Y hoy, en el contexto del Sermón de la Montaña Jesús nos invita a observar “la ley y los profetas”. Él no ha venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Es verdad que no suena igual la ley en sus labios que en los de los fariseos: éstos han desmenuzado sus preceptos en una casuística interminable y, a la vez, han establecido rigurosamente unos mínimos imprescindibles, sin los cuales se incurre en la ira de Dios.
Jesús, en cambio, atrae la atención de sus oyentes hacia lo que está detrás de las exigencias de la ley, conectando con la voluntad de Dios que la promulgó. En último término, prescribe que se busque la perfección a ejemplo del Padre del cielo. Esto, que parece inalcanzable y por tanto una exigencia excesiva, debe entenderse teniendo en cuenta quién y cómo es ese Padre. No se trata de una autoridad tiránica, o arbitraria, o interesada en su propio provecho, sino de un Dios tan grande como misericordioso, comprensivo y dispuesto siempre a perdonar a sus hijos. Pide mucho, es cierto, pero lo da todo.
Jesús ha venido a darle plenitud a la Ley porque ha venido a impregnarla del amor. El amor es la plenitud de la ley. Detrás de toda ley está el amor de Dios; y detrás de todo cumplimiento de la Ley está el amor a Dios. Jesús propone un cambio total en las relaciones de las personas entre sí y con Dios. Este cambio radical sólo podrá partir de la fuerza creadora del amor y será la única respuesta que pondrá fin a tanta violencia. El amor a todos, sin condiciones, tal y como es el amor del “Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos”. El amor no tiene límites, como no tiene límite la perfección a la que el creyente tiene que aspirar. Imitando de esta manera a Dios, podremos crear una sociedad justa, radicalmente nueva.
Ante esta invitación de Jesús, es importante que nos preguntemos: ¿Cómo asumimos nosotros esta Ley que Jesús nos invita a observar? ¿Creemos de verdad que es una Ley que tiene validez? ¿La creemos injusta y la reprobamos? ¿la consideramos imposible de cumplir y la ignoramos? ¿rebajamos sus exigencias y la acomodamos a nuestros intereses y conveniencias? ¿o tratamos de serle fieles, a sabiendas de que sólo con la ayuda de Dios podremos cumplirla?
Que Dios los bendiga y los proteja.
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