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marzo 19, 2022 in Evangelios

Lecturas del 19 de Marzo de 2022

Primera Lectura

2 Sm 7, 4-5. 12-14. 16

En aquellos días, el Señor le habló al profeta Natán y le dijo: “Ve y dile a mi siervo David que el Señor le manda decir esto: ‘Cuando tus días se hayan cumplido y descanses para siempre con tus padres, engrandeceré a tu hijo, sangre de tu sangre, y consolidaré su reino.

Él me construirá una casa y yo consolidaré su trono para siempre. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí, y tu trono será estable eternamente’ ”.

Salmo Responsorial

Salmo 88, 2-3. 4-5. 27 y 29

R. (37) Su descendencia perdurará eternamente.
Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor
y daré a conocer que su fidelidad es eterna,
pues el Señor ha dicho: “Mi amor es para siempre
y mi lealtad, más firme que los cielos.

R. Su descendencia perdurará eternamente.
Un juramento hice a David, mi servidor,
una alianza pacté con mi elegido:
‘Consolidaré tu dinastía para siempre
y afianzaré tu trono eternamente’.

R. Su descendencia perdurará eternamente.
El me podrá decir: ‘Tú eres mi padre,
el Dios que me protege y que me salva’.
Yo jamás le retiraré mi amor
no violaré el juramento que le hice”.

R. Su descendencia perdurará eternamente.

Segunda Lectura

Rm 4, 13. 16-18. 22

Hermanos: La promesa que Dios hizo a Abraham y a sus descendientes, de que ellos heredarían el mundo, no dependía de la observancia de la ley, sino de la justificación obtenida mediante la fe.

En esta forma, por medio de la fe, que es gratuita, queda asegurada la promesa para todos sus descendientes, no sólo para aquellos que cumplen la ley, sino también para todos los que tienen la fe de Abraham. Entonces, él es padre de todos nosotros, como dice la Escritura: Te he constituido padre de todos los pueblos.

Así pues, Abraham es nuestro padre delante de aquel Dios en quien creyó y que da la vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que todavía no existen. Él, esperando contra toda esperanza, creyó que habría de ser padre de muchos pueblos, conforme a lo que Dios le había prometido: Así de numerosa será tu descendencia. Por eso, Dios le acreditó esta fe como justicia.

Aclamación antes del Evangelio

Sal 83, 5

R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Dichosos los que viven en tu casa;
siempre, Señor, te alabarán.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Evangelio

Mt 1, 16. 18-21. 24

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.

Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.

Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

Palabra de Dios, te alabamos Señor

Reflexión

Hermanas y hermanos

Hoy celebramos la fiesta de San José, el esposo de la Santísima Virgen María.  Una fiesta muy significativa pues él es una pieza clave en la historia de salvación y, por esto mismo, es el santo más popular en la Iglesia.  Esta celebración es como un paréntesis alegre dentro de la austeridad de la Cuaresma. Pero la alegría de esta fiesta no es un obstáculo para continuar avanzando en el camino de conversión, propio del tiempo cuaresmal.

El evangelio que hemos escuchado centra la atención, de una manera discreta, en la figura de san José, situándolo como punto de unión entre Jesús y el linaje davídico, y destacando su cooperación en la realización del plan de salvación.

Después del destierro, los judíos daban mucha importancia a las genealogías, a la procedencia de los antepasados, así pretendían demostrar su pertenencia al pueblo del Israel y a un clan familiar determinado: de la tribu de Leví, de la tribu de Benjamín, etc. Por eso aquí, aunque se den saltos temporales, y se nombre a antepasados de dudosa reputación (en qué familia no pasan estas cosas), san Mateo, en el evangelio de hoy, quiere subrayar el hecho de que Jesús es descendiente del rey David.

Efectivamente, san Mateo pretende entroncar a Jesús en una familia real. El Mesías no puede proceder de una familia sin cierto rango divino; había de tener un abolengo.  Y Jesús, el Mesías, lo tiene.  Es descendiente directo del rey David.  Por eso san Mateo se detiene a recoger los nombres de los antepasados de Jesús.  Y el pasaje que hemos escuchado hoy comienza con el final de esta genealogía: “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo”.

Una vez demostrado el linaje davídico de Jesús, el evangelista entra a narrar las circunstancias del nacimiento del Señor.  Y aquí es importante poner atención a la participación, discreta pero fundamental, de José en la realización del proyecto de Dios.  Dios, en su infinita bondad, toma en cuenta la participación humana en su proyecto de salvación.  Y José, desde una reacción muy humana, con dudas y temores, responde generosamente al llamado de Dios.

La forma de actuar de Dios en algunas ocasiones nos suele desconcertar. José no está exento de esto. Dios, que irrumpe en medio de la historia, sorprende a José con un proyecto concreto, y el santo carpintero  tiene que hacer todo un proceso de maduración y crecimiento para tratar de comprender y ver la mano de Dios en su vida. José nos enseña a enfrentar los miedos y tentaciones que aparecen en la vida cuando uno no tiene la misma mirada de Dios. Nos invita a comprender que, del barro, el Señor es capaz de sacar lo mejor de nosotros mismos. Nos empuja a captar el sentido pleno de cómo se va manifestando la ternura del amor divino en nuestro propio proceso personal, por difícil que este sea. La empresa que José tiene por delante es, en definitiva, el amor. Sintiéndose amado por la ternura de Dios, transforma la realidad concreta del miedo o la duda en un hogar de amor.

Lo importante es que José, en medio de dudas y temores, aceptó a María en una situación extraña, poco común y aunque deseó rechazarla en secreto, gracias a que en sueños un ángel le puso sobre aviso de quién era aquel Hijo, José la aceptó como esposa y aceptó a aquella criatura como si fuera su hijo. Recapacitó, recapituló y aceptó aquella “paternidad impuesta”, podríamos decir.  José supo sustituir muy bien su proyecto personal con el proyecto que Dios le propuso; supo dejar a un lado sus propios sueños para asumir el “sueño” de Dios.  Supo disponerse completamente a contribuir en el proyecto de salvación de Dios.

En este tiempo de conversión, la figura de san José aparece providencialmente como un modelo a seguir.  Él es un hombre normal, con dudas y temores, como usted y como yo.  Pero supo abrirse a la gracia y al proyecto de Dios.  Y su participación en este proyecto fue decisivo.  Imploremos su paternal intercesión y finalicemos con esta oración:

 

Salve, custodio del Redentor

y esposo de la Virgen María.

A ti Dios confió a su Hijo,

en ti María depositó su confianza,

contigo Cristo se forjó como hombre.

 

Oh, bienaventurado José,

muéstrate padre también a nosotros

y guíanos en el camino de la vida.

Concédenos gracia, misericordia y valentía,

y defiéndenos de todo mal. Amén.




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