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marzo 12, 2022 in Evangelios

Lecturas del día 12 de Marzo de 2022

Primera Lectura

Dt 26, 16-19

En aquel tiempo, habló Moisés al pueblo y le dijo: “El Señor, tu Dios, te manda hoy que cumplas estas leyes y decretos; guárdalos, por lo tanto, y ponlos en práctica con todo tu corazón y con toda tu alma.

Hoy has oído al Señor declarar que él será tu Dios, pero sólo si tú caminas por sus sendas, guardas sus leyes, mandatos y decretos, y escuchas su voz.

Hoy el Señor te ha oído declarar que tú serás el pueblo de su propiedad, como él te lo ha prometido, pero sólo si guardas sus mandamientos. Por eso él te elevará en gloria, renombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho y tú serás un pueblo consagrado al Señor, tu Dios, como él te lo ha prometido”.

Salmo Responsorial

Salmo 118, 1-2. 4-5. 7-8

R. (1b) Dichoso el que cumple la voluntad del Señor.
Dichoso el hombre de conducta intachable,
que cumple la ley del Señor.
Dichoso el que es fiel a sus ense
ñanzas
y lo busca de todo corazón.

R. Dichoso el que cumple la voluntad del Señor.
Tú, Señor, has dado tus preceptos
para que se observen exactamente.
Ojalá que mis pasos se encaminen
al cumplimiento de tus mandamientos.

R. Dichoso el que cumple la voluntad del Señor.
Te alabaré con sincero corazón,
cuando haya aprendido tus justos mandamientos.
Quiero cumplir tu ley exactamente.
Tú, Se
ñor, no me abandones.
R. Dichoso el que cumple la voluntad del Señor.

Aclamación antes del Evangelio

2 Cor 6, 2

R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Este es el tiempo favorable,
este es el día de la salvación.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Evangelio

Mt 5, 43-48

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Han oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.

Porque, si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Sean, pues, perfectos como su Padre celestial es perfecto”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hermanas y hermanos

Cuando insistimos en que la fe cristiana no se reduce a tradiciones y devociones, o al cumplimiento de preceptos cultuales es porque estamos recordando lo que Jesús nos dice en el Sermón de la Montaña.  Como ustedes saben allí encontramos el corazón del evangelio y el proyecto de vida que Jesús nos propone a todas y todos los que queramos seguirle.  Un proyecto que señala unos principios morales y unas actitudes indispensables para la vida cristiana.

En el contexto del Sermón de la Montaña encontramos el pasaje del evangelio que hemos escuchado hoy.  Si ponemos atención a las palabras de Jesús y las tomamos en serio, desde la mentalidad de hoy, nos pueden parecer descabelladas.  Seamos sinceros: lo que Jesús nos propone hoy, ¿no les parece que es un disparate?  Amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian y rezar por los que nos persiguen y calumnian, ¿quién está dispuesto realmente a hacerlo?

Pero, aunque nos parezca un disparate e imposible hacer lo que Jesús nos pide, si queremos seguirle de verdad y nos tomamos en serio sus enseñanzas, sí es posible poner en práctica el evangelio de hoy.  Para ello necesitamos entrar en la lógica de Jesús, que es la lógica del amor.  Es la lógica de Dios, que es Amor, y todo cuanto Él hace y nos pide hacer sólo es comprensible desde allí.  De modo que el primer paso para comprender las palabras de Jesús es salir de la lógica del mundo, de la lógica de nuestra sociedad, de nuestro propio ego; y entrar en la lógica de Dios.

Recordemos las palabras de Jesús en el evangelio de ayer: “Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos”.  Y decíamos ayer que Jesús se está refiriendo a la justicia que nace del amor.  El amor, que nos hace vernos a nosotros mismos y ver a los demás de una manera distinta; el amor que transforma nuestro corazón y nuestra mentalidad y nos lleva a hacer cosas que pueden parecernos imposibles.  El amor auténtico, ese que nace de Dios y se arraiga en nuestro corazón, nos saca de la mediocridad y de “lo normal” para llevarnos a lo máximo, a lo mejor, a lo perfecto.

A eso se refiere Jesús hoy: nos exhorta al amor más perfecto. Amar es buscar siempre el bien del otro, quien quiera que sea, y en esto se basa nuestra realización personal. Desde la fe cristiana, no amamos para buscar nuestro propio bien, sino el bien de la persona amada, y haciéndolo así crecemos como personas. El ser humano, afirmó el Concilio Vaticano II, “no puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”. El amor es la vocación humana.

Para comprender mejor lo que Jesús nos pide en el evangelio de hoy, recordemos sus palabras en la Última Cena: “En esto los reconocerán que son mis discípulos; en que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”.  Eso significa que si nuestro modo de relacionarnos con los demás, e incluso nuestro modo de amar a los demás, no tiene algo particular, ¿en qué nos diferenciamos de “los publicanos” y de “los gentiles”?  Es decir, ¿en qué nos diferenciamos del común de las personas o de los que no son creyentes?  Eso “particular” es el amor cristiano.

El amor tiene su fundamento y su plenitud en el amor de Dios en Cristo. La persona existe por el amor de Dios que la creó, y por el amor de Dios que la conserva, y sólo puede decirse que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente este amor y se confía totalmente a su Creador. Por tanto, el amor que Jesús nos pide tiene su fuente, su modelo y su plenitud en el amor divino.  Por eso, cuando el amor es verdadero, ama con el corazón de Dios y abraza incluso a los enemigos, convirtiéndonos en auténtico hijos e hijas de Dios.  Más aún, nos lleva a vivir en plenitud el haber sido creados a imagen y semejanza de Dios.  Por eso Jesús termina diciendo: “sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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