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febrero 10, 2022 in Santo del día

Lecturas del día 10 de Febrero de 2022

Primera Lectura

1 Reyes 11, 4-13

Cuando el rey Salomón envejeció, sus mujeres le desviaron el corazón hacia otros dioses; su corazón ya no perteneció por entero al Señor, como el de David, su padre. Salomón dio culto a Astarté, diosa de los fenicios, y a Molok, el abominable ídolo de los amonitas. Hizo lo que el Señor reprueba; no se mantuvo plenamente fiel al Señor, como David, su padre.

Sobre el monte que está frente a Jerusalén construyó un altar a Kemós, ídolo de Moab, y otro a Molok, ídolo de los amonitas. Y también mandó construir altares para que sus mujeres extranjeras pudieran quemar incienso y ofrecer sacrificios a sus dioses.

Esto irritó al Señor, porque Salomón había desviado su corazón del Señor, Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces y le había prohibido precisamente dar culto a otros dioses. Pero Salomón no lo obedeció.

Entonces el Señor le dijo: “Porque te has portado así conmigo y has sido infiel a mi alianza y a los mandamientos que te di, te voy a arrebatar el reino y se lo voy a dar a un siervo tuyo. Sin embargo, por consideración a David, tu padre, no lo haré durante tu vida, sino en vida de tu hijo. Pero no le voy a quitar todo el reino. Por amor a mi siervo, David, y a Jerusalén, mi ciudad predilecta, le dejaré a tu hijo una tribu”.

Salmo Responsorial

Salmo 105, 3-4. 35-36. 37 y 40

R. (4) Por tu pueblo, Señor, acuérdate de mí.
Dichosos los que cumplen la ley
y obran siempre conforme a la justicia.
Por el amor que tienes a tu pueblo,
acuérdate de nosotros, Señor, y sálvanos. R.
R. Por tu pueblo, Señor, acuérdate de mí.
Nuestros padres se unieron con paganos
y aprendieron sus prácticas;
dieron culto a los ídolos
y éstos fueron para ellos como una trampa. R.
R. Por tu pueblo, Señor, acuérdate de mí.
Entonces entregaron hijos e hijas
en sacrificio a los demonios,
y el Señor se renegó de su pueblo
y estalló su enojo. R.
R. Por tu pueblo, Señor, acuérdate de mí.

Aclamación antes del Evangelio

Sant 1, 21

R. Aleluya, aleluya.
Acepten dócilmente la palabra
que ha sido sembrada en ustedes
y es capaz de salvarlos.
R. Aleluya.

Evangelio

Mc 7, 24-30

En aquel tiempo, Jesús salió de Genesaret y se fue a la región donde se encuentra Tiro. Entró en una casa, pues no quería que nadie se enterara de que estaba ahí, pero no pudo pasar inadvertido. Una mujer, que tenía una niña poseída por un espíritu impuro, se enteró enseguida, fue a buscarlo y se postró a sus pies.

Cuando aquella mujer, una siria de Fenicia y pagana, le rogaba a Jesús que le sacara el demonio a su hija, él le respondió: “Deja que coman primero los hijos. No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. La mujer le replicó: “Sí, Señor; pero también es cierto que los perritos, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños”.

Entonces Jesús le contestó: “Anda, vete; por eso que has dicho, el demonio ha salido ya de tu hija”. Al llegar a su casa, la mujer encontró a su hija recostada en la cama, y ya el demonio había salido de ella.

Palabra de Dios, te alabamos Señor

Reflexión

Hermanas y hermanos

Ningún lenguaje puede expresar el poder, la belleza, el heroísmo y la majestuosidad del amor de una madre. Cinco letras donde se encierra el desconocer que existe la distancia, el imposible o el obstáculo. Es el único verdadero, sincero y sin final. Es el único sin condiciones, sin peros, ni intereses…el único que sobrevive al tiempo y que no lo mata el desprecio, ni el olvido.

En el evangelio que hemos escuchado hoy emana de principio a fin ese sincero amor materno. Sobre esta mujer no se dice nada. Sólo que era fenicia, una pagana, con una hija endemoniada. Lo que más amaba en el mundo vivía un sufrimiento atroz. Para ella no había fronteras, ni idioma, ni tradición, ni leyes, ni distinción entre judíos y gentiles. Su necesidad imperiosa va más allá de todo condicionamiento humano. Su vida se pierde en la búsqueda desesperada de quien ha oído que puede ayudarla. Ni siquiera se plantea ser una gentil frente a un judío. Saca fuerzas maternas y salva todos los inconvenientes para conseguir su objetivo.

La escena es fácil de imaginar.  Jesús se adentra en territorio extranjero, en la región de Tiro. En el marco de la ley judía, estricta en cuanto a la prohibición de trato con los gentiles, y tras el pasaje anterior con la dura crítica a las tradiciones judías sobre lo puro e impuro, sucede esta escena, chocante y enternecedora a la vez, de Jesús con esta mujer. Jesús que la ve acercarse insistente y constante en sus ruegos. La mujer sobrecogida por el encuentro se echa a los pies de alguien en quien, al margen del dolor, tenía una fe sólida. Su intuición de madre, lo que había oído acerca de Jesús, habían hecho germinar en su corazón la certeza de que encontraría la sanación de su hija. Una intercesión así, tan auténtica, no debía quedar sin respuesta.

Era el momento donde se tenía que derribar el muro de la exclusividad, dar un vuelco a la historia entre el pueblo de Israel y sus vecinos y a la propia Ley. Nunca fue el deseo de Dios que sus bendiciones quedarán limitadas sólo a los judíos. En el trasfondo del relato se anticipa el deseo del corazón del Señor de bendecir a los gentiles por el Evangelio.

Es desconcertante, al comienzo, la actitud y las palabras de Jesús. Los “hijos” eran los que estaban sentados a la mesa y tenían el privilegio. Los “perros” gentiles aún no estaban admitidos a compartir la comida. Pero ni siquiera la reflexión tan clasista pudo con el deseo intenso de la petición. La mujer entendió, sin quejas, la posición de precedencia que el pueblo judío tenía según las promesas de Dios. Tras las palabras de Jesús siguió viendo una puerta abierta para volver a presentar su súplica a favor de su hija. La mujer suplicaba por unas migajas de pan, mientras los judíos rechazaban al mismo pan bajado del cielo. Una mujer pagana logra entender que, unas migajas de ese pan pueden satisfacer todas sus necesidades espirituales.

El corazón de Jesús, que pertenece a un Dios que es Padre, no puede dejar de estremecerse ante la réplica y la súplica de una madre que sufre por su hija, rompe las barreras de leyes y nacionalidades, y se desborda para sanar y liberar a todo el que sufre. Hoy nos interpela profundamente este texto. Nosotros afirmamos creer en un Dios Padre de todos, que nos hace hermanos y hermanas, que pertenecemos a una Iglesia universal, con identidad misionera. El Papa Francisco nos apremia para trabajar y fomentar la cultura del encuentro y no del descarte.

Fue la fe quién logró eliminar todas las barreras para llegar al corazón mismo de Dios. Con una plena confianza en la palabra del Señor, regresó a su casa. Cuando llegó, comprobó que efectivamente una migaja de la mesa del Señor había sido suficiente para curarse a sí misma y a su hija.  Jesús, no vino sólo para el pueblo de Israel, vino para todos los hombres, también para “los perros gentiles”, gracias a Él, ya podemos llamar a Dios Padre, somos todos hijos e hijas, del mismo Dios. A cambio sólo nos pide fe.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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