Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
En el evangelio de hoy vemos a Jesús cambiando de actividad, según la secuencia del evangelio de san Marcos. En los últimos días le hemos visto como maestro, enseñando; a partir de hoy le contemplaremos actuando, y actuando con poder. A partir de aquí viene una serie de milagros, uno de cada clase: sobre la naturaleza (la tempestad), de curación psíquica (el poseso de Gerasa), de curación física (la hemorroísa) y de resurrección (la hija de Jairo). Es un muestrario completo. Y conviene notar ya algunas características de los milagros de Jesús: todos los hace movidos por la compasión; y los realiza con la máxima sencillez, sin rituales mágicos o misteriosos, sino con una palabra, un mandato, un dar la mano… Jesús es diferente de todos los curanderos de la antigüedad.
En el evangelio de hoy, la escena de calmar la tempestad tiene un modelo indiscutible: la leyenda de Jonás, que duerme tranquilo en la bodega mientras la tripulación se atemoriza ante la tormenta. Los tripulantes invocan al Dios de Jonás… y llega la calma. Pero los narradores cristianos tienen también otros puntos de referencia para construir su relato. Según Salmo 107, Dios “redujo a silencio la borrasca, y las olas callaron, y así los sacó de sus angustias”; y según Job 38, Dios dijo al mar: “hasta aquí llegarás, y no más allá; aquí se estrellará el orgullo de tus olas”.
Por otro lado, Jesús increpando al mar recuerda el salmo 39: “la voz de Yahvé sobre las aguas… Yahvé sobre las aguas torrenciales”. Todo ello habla del Dios creador y señor de sus criaturas, y de Jesús “sentado a su derecha”, compartiendo de su omnipotencia. Así presenta el evangelio de san Marcos a Dios actuando a través de Jesús.
Quizá no sea difícil reconstruir la evolución de la narración. Como núcleo histórico estará el hecho de que Jesús y los discípulos atravesaron en barca con frecuencia el lago de Genesaret; alguna vez el mar se revolvió y pasaron angustia, pero Jesús los calmó con palabras de confianza en el Padre providente, y quizá les reprochó su poca fe. Todo ello, contemplado después de la resurrección y a la luz del Antiguo Testamento adquiere características nuevas: Jesús es el que muchas veces increpó a los malos espíritus, es realmente el Señor, capaz de realizar las proezas del éxodo, de dar órdenes al mar.
La narración se irá convirtiendo en una gran confesión de fe en la persona de Jesús. Efectivamente, la pregunta con la que termina el relato de hoy es fundamental para todo discípulo y discípula de Jesús: “¿Quién es este, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”. Es la pregunta con la que debemos escuchar las enseñanzas de Jesús y contemplar todas sus acciones.
Todo lo que ocurre en el evangelio de hoy lleva a esa pregunta. Comenzando con la invitación de Jesús: “Vamos a la otra orilla del lago”. No es una simple invitación. Es la invitación a un cambio. Cuantas veces en las miles de vicisitudes de nuestra vida podemos sentir la invitación de seguir adelante dejando atrás lo ya pasado, la alegría o la tristeza de lo vivido para poder abrirnos a la novedad que se nos presenta con el nuevo amanecer. Saber vivir desde el tiempo de Dios y no sólo desde el nuestro, nos abrirá horizontes insospechables.
Pero este abrirse a la acción de Dios, con la disposición de los discípulos de pasar a “la otra orilla”, está acompañada de incertidumbre y temores. Los cambios generan movimientos y, a veces, tempestades. Al igual que los discípulos, también nuestra fe se tambalea; gritamos y le reclamamos a Dios porque quisiéramos que Dios hiciera lo que nosotros pensamos que debe hacer o darnos lo que nosotros creemos necesitar. A pesar de nuestra desconfianza, Dios nos acompaña y actúa en el momento oportuno. La invitación de Jesús al cambio está llena de riesgos. Por eso es importante responder a la pregunta de “Quién es éste…” para que podamos aceptar su invitación y también nosotros ir a “la otra orilla”.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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