Lecturas del 29 de Enero de 2022
Primera Lectura
En aquellos días, el Señor envió al profeta Natán para que fuera a ver al rey David. Llegó Natán ante el rey y le dijo: “Había dos hombres en una ciudad, uno rico y el otro pobre. El rico tenía muchas ovejas y numerosas reses. El pobre sólo tenía una ovejita, que se había comprado; la había criado personalmente y ella había crecido con él y con sus hijos. Comía de su pan, bebía de su vaso y dormía junto a él. La quería como a una hija. Un día llegó un visitante a la casa del rico, y éste no quiso sacrificar ninguna de sus ovejas ni de sus reses, sino que se apoderó de la ovejita del pobre, para agasajar a su huésped”.
Al escuchar esto, David se puso furioso y le dijo a Natán: “Verdad de Dios que el hombre que ha hecho eso debe morir. Puesto que no respetó la ovejita del pobre, tendrá que pagar cuatro veces su valor”.
Entonces Natán le dijo a David: “¡Ese hombre eres tú! Por eso te manda decir el Señor: ‘La muerte por espada no se apartará nunca de tu casa, pues me has despreciado, al apoderarte de la esposa de Urías, el hitita, y hacerla tu mujer. Yo haré que de tu propia casa surja tu desgracia, te arrebataré a tus mujeres ante tus ojos y se las daré a otro, que dormirá con ellas en pleno día. Tú lo hiciste a escondidas; pero yo cumpliré esto que te digo, ante todo Israel y a la luz del sol’ ”.
David le dijo a Natán: “He pecado contra el Señor”. Natán le respondió: “El Señor te perdona tu pecado. No morirás. Pero por haber despreciado al Señor con lo que has hecho, el hijo que te ha nacido morirá”. Y Natán se fue a su casa.
El Señor mandó una grave enfermedad al niño que la esposa de Urías le había dado a David. Éste pidió a Dios por el niño, hizo ayunos rigurosos y de noche se acostaba en el suelo. Sus servidores de confianza le rogaban que se levantara, pero él no les hacía caso y no quería comer con ellos.
Salmo Responsorial
R. (12a) Crea en mí, Señor, un corazón puro.
Crea en mí, Señor, un corazón puro,
un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos.
No me arrojes, Señor, lejos de ti,
ni retires de mí tu santo espíritu. R.
R. Crea en mí, Señor, un corazón puro.
Devuélveme tu salvación, que regocija,
y mantén en mí un alma generosa.
Enseñaré a los descarriados tus caminos
y volverán a ti los pecadores. R.
R. Crea en mí, Señor, un corazón puro.
Líbrame de la sangre, Dios, salvador mío
y aclamará mi lengua tu justicia.
Señor, abre mis labios
y cantará mi boca tu alabanza. R.
R. Crea en mí, Señor, un corazón puro.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único,
para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
R. Aleluya.
Evangelio
Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla del lago”. Entonces los discípulos despidieron a la gente y condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. Iban además otras barcas.
De pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: “¡Cállate, enmudece!” Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús les dijo: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
En el evangelio de hoy vemos a Jesús cambiando de actividad, según la secuencia del evangelio de san Marcos. En los últimos días le hemos visto como maestro, enseñando; a partir de hoy le contemplaremos actuando, y actuando con poder. A partir de aquí viene una serie de milagros, uno de cada clase: sobre la naturaleza (la tempestad), de curación psíquica (el poseso de Gerasa), de curación física (la hemorroísa) y de resurrección (la hija de Jairo). Es un muestrario completo. Y conviene notar ya algunas características de los milagros de Jesús: todos los hace movidos por la compasión; y los realiza con la máxima sencillez, sin rituales mágicos o misteriosos, sino con una palabra, un mandato, un dar la mano… Jesús es diferente de todos los curanderos de la antigüedad.
En el evangelio de hoy, la escena de calmar la tempestad tiene un modelo indiscutible: la leyenda de Jonás, que duerme tranquilo en la bodega mientras la tripulación se atemoriza ante la tormenta. Los tripulantes invocan al Dios de Jonás… y llega la calma. Pero los narradores cristianos tienen también otros puntos de referencia para construir su relato. Según Salmo 107, Dios “redujo a silencio la borrasca, y las olas callaron, y así los sacó de sus angustias”; y según Job 38, Dios dijo al mar: “hasta aquí llegarás, y no más allá; aquí se estrellará el orgullo de tus olas”.
Por otro lado, Jesús increpando al mar recuerda el salmo 39: “la voz de Yahvé sobre las aguas… Yahvé sobre las aguas torrenciales”. Todo ello habla del Dios creador y señor de sus criaturas, y de Jesús “sentado a su derecha”, compartiendo de su omnipotencia. Así presenta el evangelio de san Marcos a Dios actuando a través de Jesús.
Quizá no sea difícil reconstruir la evolución de la narración. Como núcleo histórico estará el hecho de que Jesús y los discípulos atravesaron en barca con frecuencia el lago de Genesaret; alguna vez el mar se revolvió y pasaron angustia, pero Jesús los calmó con palabras de confianza en el Padre providente, y quizá les reprochó su poca fe. Todo ello, contemplado después de la resurrección y a la luz del Antiguo Testamento adquiere características nuevas: Jesús es el que muchas veces increpó a los malos espíritus, es realmente el Señor, capaz de realizar las proezas del éxodo, de dar órdenes al mar.
La narración se irá convirtiendo en una gran confesión de fe en la persona de Jesús. Efectivamente, la pregunta con la que termina el relato de hoy es fundamental para todo discípulo y discípula de Jesús: “¿Quién es este, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”. Es la pregunta con la que debemos escuchar las enseñanzas de Jesús y contemplar todas sus acciones.
Todo lo que ocurre en el evangelio de hoy lleva a esa pregunta. Comenzando con la invitación de Jesús: “Vamos a la otra orilla del lago”. No es una simple invitación. Es la invitación a un cambio. Cuantas veces en las miles de vicisitudes de nuestra vida podemos sentir la invitación de seguir adelante dejando atrás lo ya pasado, la alegría o la tristeza de lo vivido para poder abrirnos a la novedad que se nos presenta con el nuevo amanecer. Saber vivir desde el tiempo de Dios y no sólo desde el nuestro, nos abrirá horizontes insospechables.
Pero este abrirse a la acción de Dios, con la disposición de los discípulos de pasar a “la otra orilla”, está acompañada de incertidumbre y temores. Los cambios generan movimientos y, a veces, tempestades. Al igual que los discípulos, también nuestra fe se tambalea; gritamos y le reclamamos a Dios porque quisiéramos que Dios hiciera lo que nosotros pensamos que debe hacer o darnos lo que nosotros creemos necesitar. A pesar de nuestra desconfianza, Dios nos acompaña y actúa en el momento oportuno. La invitación de Jesús al cambio está llena de riesgos. Por eso es importante responder a la pregunta de “Quién es éste…” para que podamos aceptar su invitación y también nosotros ir a “la otra orilla”.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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