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enero 7, 2022 in Evangelios

Lecturas del día 7 de Enero de 2022

Primera Lectura

1 Jn 5, 5-13

Queridos hijos: ¿Quién es el que vence al mundo? Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios. Jesucristo es el que vino por medio del agua y de la sangre; él vino, no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Así pues, los testigos son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. Y los tres están de acuerdo.

Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios vale mucho más y ese testimonio es el que Dios ha dado de su Hijo.

El que cree en el Hijo de Dios tiene en sí ese testimonio. El que no le cree a Dios, hace de él un mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo. Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado la vida eterna y esa vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo, no tiene la vida.

A ustedes, los que creen en el nombre del Hijo de Dios, les he escrito estas cosas para que sepan que tienen la vida eterna.

Salmo Responsorial

Salmo 147, 12-13. 14-15. 19-20

R.(12a)  Demos gracias y alabemos al Señor.
Glorifica al Señor, Jerusalén;
a Dios r
índele honores, Israel.
El refuerza el cerrojo de tus puertas
y bendice a tus hijos en tu casa. 
R.
R.  Demos gracias y alabemos al 
Señor.
El mantiene la paz en tus fronteras,
con su trigo mejor sacia tu hambre.
El env
ía a la tierra su mensaje
y su palabra corre velozmente.
  R.
R.  Demos gracias y alabemos al 
Señor.
Le muestra a Jacob su pensamiento,
sus normas y designios a Israel.
No ha hecho nada igual con ning
ún pueblo,
ni le ha confiado a otros sus proyectos. 
R.
R.  Demos gracias y alabemos al 
Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Mt 4, 23

R. Aleluya, aleluya.
Predicaba Jesús la buena nueva del Reino
y sanaba toda enfermedad en el pueblo.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 5, 12-16

En aquel tiempo, estando Jesús en un poblado, llegó un leproso, y al ver a Jesús, se postró rostro en tierra, diciendo: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Quiero. Queda limpio”. Y al momento desapareció la lepra. Entonces Jesús le ordenó que no lo dijera a nadie y añadió: “Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés prescribió. Eso les servirá de testimonio”.

Y su fama se extendía más y más. Las muchedumbres acudían a oírlo y a ser curados de sus enfermedades. Pero Jesús se retiraba a lugares solitarios para orar.

Reflexión

Hermanas y hermanos

Cuando afirmamos que la salvación de Dios es universal y que, por tanto, alcanza a todos los seres humanos, sin excluir a nadie, estamos diciendo que incluso aquellas personas que socialmente son excluidas, que nadie toma en cuenta, que son una escoria; o que religiosamente consideramos indignos del amor y la salvación de Dios; que consideramos perdidos; también estas personas son destinatarias del proyecto de salvación.

Una de las cosas sorprendentes de la revelación de Dios en Jesús de Nazaret es que esa salvación universal se hace efectiva y concreta.  Efectivamente, eso es lo que contemplamos en el evangelio de hoy.  Jesús sana a un leproso y le devuelve la dignidad que con su enfermedad había perdido.

Como bien saben ustedes, la enfermedad de la lepra no sólo afectaba la salud física de las personas, sino que quienes la padecían eran socialmente excluidas de manera radical.  Un leproso debía salir del pueblo y no tener contacto alguno con las personas, ni siquiera con sus familiares.  Y cuando alguien se acercaba debía gritar avisando de su condición.  Pero lo más doloroso aún era que estas personas eran consideradas excluidas del amor de Dios.  Al no cumplir las normas y preceptos cultuales, no participar de la vida social y por su enfermedad que les hacía impuros, no eran dignos del amor de Dios y por lo tanto no tenían ninguna esperanza de salvación.  Su condición les condenaba a la marginación absoluta, hasta de Dios mismo.

Pero en Jesús de Nazaret Dios nos revela que su voluntad es otra.  En el evangelio de ayer escuchábamos el programa de vida de Jesús: llevar a los pobres la buena nueva, anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor.  Y eso es exactamente lo que hace con el leproso.

La fama de Jesús se había extendido y, probablemente, por esa razón el leproso se le acerca.  Algo había en la persona de Jesús que despertaba la confianza de violar una ley tan rigurosa.  Y Jesús deja que se le acerque.  El leproso se postra en tierra y le dice: “Señor, si quieres, puedes curarme”.  Deposita su persona, su enfermedad, su situación de marginación, en las manos de Jesús.  Y aquí ocurre algo maravilloso que nos muestra cómo es la actitud de Dios para con la humanidad: “Jesús extendió su mano y lo tocó, diciendo ‘quiero, queda limpio’”.

Jesús se acerca y toca al leproso.  Así es Dios: se acerca y toca el dolor humano.  Y al hacerlo manifiesta su voluntad de salud y libera de cualquier enfermedad, devolviendo la dignidad a las personas.  La sanación que Jesús realiza es integral; no sólo le quita la lepra sino que también le reintegra a la comunidad, por eso le envía a presentarse al sacerdote.  La salvación es integral.

Por eso “las muchedumbres acudían a oírlo y a ser curados de sus enfermedades”.  Sedientas de la Palabra de Dios, de un mensaje de esperanza, encontraban en Jesús un consuelo.  Y necesitadas de salud física, encontraban la acogida y el auxilio de Dios en la persona de Jesús.

Ese Dios revelado en Jesús es en quien nosotros creemos; a quien nos dirigimos para pedirle también que nos sane de nuestras lepras y de todo aquello que no nos permite vivir con dignidad; ante quien nos postramos, no para exigirle ni negociar con Él, sino para suplicarle que tenga misericordia de nosotros.  En sus manos ponemos nuestras vidas y todo lo que nos agobia y nos duele.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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