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diciembre 25, 2021 in Evangelios

Lecturas del día 25 de Diciembre de 2021

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Primera Lectura

Is 52, 7-10

¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes
al mensajero que anuncia la paz,
al mensajero que trae la buena nueva,
que pregona la salvación,
que dice a Sión: “Tu Dios es rey”!

Escucha: Tus centinelas alzan la voz
y todos a una gritan alborozados,
porque ven con sus propios ojos al Señor,
que retorna a Sión.

Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén,
porque el Señor rescata a su pueblo, consuela a Jerusalén.
Descubre el Señor su santo brazo
a la vista de todas las naciones.
Verá la tierra entera
la salvación que viene de nuestro Dios.

Salmo Responsorial

Sal 97, 1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6.

R. (3cd) Toda la tierra ha visto al Salvador.
Cantemos al Señor un canto nuevo,
pues ha hecho maravillas.
Su diestra y su santo brazo
le han dado la victoria.
R. Toda la tierra ha visto al Salvador.
El Señor ha dado a conocer su victoria,
y ha revelado a las naciones su justicia.
Una vez más ha demostrado Dios
su amor y su lealtad hacia Israel.
R. Toda la tierra ha visto al Salvador.
La tierra entera ha contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Que todos los pueblos y naciones
aclamen con júbilo al Señor.
R. Toda la tierra ha visto al Salvador.
Cantemos al Señor al son del arpa,
suenen los instrumentos.
Aclamemos al son de los clarines
al Señor, nuestro rey.
R. Toda la tierra ha visto al Salvador.

Segunda Lectura

Hb 1, 1-6

En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por medio del cual hizo el universo.

El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la imagen fiel de su ser y el sostén de todas las cosas con su palabra poderosa. Él mismo, después de efectuar la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la majestad de Dios, en las alturas, tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más excelso es el nombre que, como herencia, le corresponde.

Porque ¿a cuál de los ángeles le dijo Dios: Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy? ¿O de qué ángel dijo Dios: Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo? Además, en otro pasaje, cuando introduce en el mundo a su primogénito, dice: Adórenlo todos los ángeles de Dios.

Aclamación antes del Evangelio

R. Aleluya, aleluya.
Un día sagrado ha brillado para nosotros.
Vengan naciones, y adoren al Señor,
porque hoy ha descendido una gran luz sobre la tierra.
R. Aleluya.

Evangelio

Jn 1, 1-18 o 1, 1-5. 9-14

En el principio ya existía aquel que es la Palabra,
y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios.
Ya en el principio él estaba con Dios.
Todas las cosas vinieron a la existencia por él
y sin él nada empezó de cuanto existe.
Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas
y las tinieblas no la recibieron.

Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
Él no era la luz, sino testigo de la luz.

Aquel que es la Palabra era la luz verdadera,
que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.
En el mundo estaba;
el mundo había sido hecho por él
y, sin embargo, el mundo no lo conoció.

Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron;
pero a todos los que lo recibieron
les concedió poder llegar a ser hijos de Dios,
a los que creen en su nombre,
los cuales no nacieron de la sangre,
ni del deseo de la carne, ni por voluntad del hombre,
sino que nacieron de Dios.

Y aquel que es la Palabra se hizo hombre
y habitó entre nosotros.
Hemos visto su gloria,
gloria que le corresponde como a unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad.

Juan el Bautista dio testimonio de él, clamando:
“A éste me refería cuando dije:
‘El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí,
porque ya existía antes que yo’ ”.

De su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia.
Porque la ley fue dada por medio de Moisés,
mientras que la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás.
El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha revelado.

Palabra de Dios, te alabamos Señor

Reflexión

Hermanas y hermanos

Después de cuatro semanas de preparación, en lo que litúrgicamente llamamos tiempo de Adviento, hoy celebramos la gran fiesta del Nacimiento de Dios hecho hombre: Jesús, nacido de la Virgen María.  Hoy es un día de gozo y celebración en grande porque Dios, infinito y eterno, ha nacido como uno de nosotros, asumiendo nuestra condición humana.  Hoy es un día para celebrar con alegría y contemplar un misterio: el misterio de la encarnación de Dios.

A contemplar y a adentrarnos en este misterio nos ayudan las lecturas de la Palabra de Dios que se proponen para hoy; especialmente el evangelio.  En efecto, acabamos de escuchar el prólogo del evangelio de san Juan, una de las páginas más gloriosas, profundas y teológicas que se hayan escrito para decir algo de lo que es Dios, de lo que es Jesucristo, y de lo que es el hecho de la encarnación, en esa expresión inaudita de él “Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.

La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su Palabra; con ella crea todas las cosas, como se pone de manifiesto en el relato de la creación del libro del Génesis; con ella llama, como le sucede a Abrahán, el padre de los creyentes; con ella libera al pueblo de la esclavitud de Egipto; con ella anuncia los tiempos nuevos, como ocurre en las palabras de los profetas auténticos de Israel; con ella salva, como acontece con Jesucristo que nos revela el amor de este Dios. El evangelio de san Juan, pues, no dispone de una tradición como la de san Lucas para hablarnos de la anunciación y del nacimiento de Jesús, pero ha podido introducirse teológicamente en esos misterios mediante su teología de la Palabra.

Este evangelio centra nuestra atención en el motivo de nuestra celebración.  Todo para lo que nos hemos estado preparando, tiene lugar hoy. Y la Palabra nos lo va contando, de forma un tanto peculiar, como nos resulta siempre el evangelio de san Juan. Si lo pensamos bien, el Adviento nos ha ido abriendo los ojos, para que entendamos este fragmento. Lo ha dicho muy bien la Carta a los Hebreos, en la Segunda Lectura: “en muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por medio de los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo”.

En efecto, ese Dios Padre e Hijo y Espíritu Santo, infinito, eterno e indivisible, desde siempre quiso que todos sintieran el calor de su presencia cercana. Esa Luz que es Cristo se hizo carne, para que todo ser humano pudiera ver que Jesús es nuestro hermano.  Emmanuel: el Dios con nosotros.  La “Palabra”, el “Verbo”, se hizo “carne” para mostrarnos su cercanía y su amor.  Y para iluminar la historia de la humanidad y la vida cada uno de nosotros.

Esa oferta fue y es universal, la Luz vino al mundo, y los suyos no la recibieron. Incluso algunos se esforzaron por eliminar esa Luz para siempre. Pero es imposible. La Luz de Cristo venció a la muerte, y nos ha dado a nosotros, a los que la hemos aceptado, la hemos recibido, la posibilidad de sentir que la salvación es posible. Todo lo que era perfecto en un comienzo, y que nosotros estropeamos con nuestras decisiones erróneas, con nuestros pecados, se arregló con el nacimiento de un niño en un pobre portal de Belén.

“De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.”  Con el nacimiento de Jesús la naturaleza humana ha sido hecha partícipe de la naturaleza divina.  Dios ha compartido su divinidad con nosotros. Con usted y conmigo.  Su Luz no sólo ilumina nuestro caminar, sino todo nuestro ser.  Por eso, la contemplación del misterio de la encarnación, nos llena de una alegría profunda, de un gozo sin medida, que se expresa en agradecimiento y adoración a Dios. Hoy es un día para adorar, para dar gracias al buen Dios y decirle que nos permita seguir siempre viendo la Luz de Cristo. Esa luz que ilumina nuestra vida, los buenos y los malos momentos.  ¡Feliz y bendecida Navidad!

Que Dios los bendiga y los proteja.




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