diciembre 13, 2021 in Evangelios

Lecturas del 12 de Diciembre de 2021

Primera Lectura

Sof 3, 14-18

Canta, hija de Sión,
da gritos de júbilo, Israel,
gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén.

El Señor ha levantado su sentencia contra ti,
ha expulsado a todos tus enemigos.
El Señor será el rey de Israel en medio de ti
y ya no temerás ningún mal.

Aquel día dirán a Jerusalén:
“No temas, Sión,
que no desfallezcan tus manos.
El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador,
está en medio de ti.
Él se goza y se complace en ti;
él te ama y se llenará de júbilo por tu causa,
como en los días de fiesta”.

Salmo Responsorial

Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6

R. (6) El Señor es mi Dios y salvador.
El Señor es mi Dios y salvador,
con él estoy seguro y nada temo.
El Señor es mi protección y mi fuerza
y ha sido mi salvación.
Sacarán agua con gozo
de la fuente de salvación.
R. El Señor es mi Dios y salvador.
Den gracias al Señor,
invoquen su nombre,
cuenten a los pueblos sus hazañas,
proclamen que su nombre es sublime. R.
R. El Señor es mi Dios y salvador.
Alaben al Señor por sus proezas,
anúncienlas a toda la tierra.
Griten jubilosos, habitantes de Sión,
porque el Dios de Israel
ha sido grande con ustedes. R.
R. El Señor es mi Dios y salvador.

Segunda Lectura

Flp 4, 4-7

Hermanos míos: Alégrense siempre en el Señor; se lo repito: ¡alégrense! Que la benevolencia de ustedes sea conocida por todos. El Señor está cerca. No se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud. Y que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.

Aclamación antes del Evangelio

Is 61, 1

R. Aleluya, aleluya.
El Espíritu del Señor está sobre mí.
Me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 3, 10-18

En aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan el Bautista: “¿Qué debemos hacer?” Él contestó: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo”.

También acudían a él los publicanos para que los bautizara, y le preguntaban: “Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros?” Él les decía: “No cobren más de lo establecido”. Unos soldados le preguntaron: “Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?” Él les dijo: “No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”.

Como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: “Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”.

Con éstas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena nueva.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hermanas y hermanos

El Tercer Domingo de Adviento está impregnado de llamadas a la alegría. Por eso, en la tradición litúrgica de la Iglesia se ha conocido este día como el “Domingo de Gaudete”, según las palabras de San Pablo que se recogen en la antífona del comienzo de la misa.  Palabras que también escuchamos en las lecturas que se proclaman.  Pero, ¿de qué alegría estamos hablando? Y ¿cuál es la causa?  La misma Palabra de Dios nos ayuda a comprender cómo es esta alegría.

No es la “alegría” pasajera, superficial y frívola que nos ofrece este mundo.  No son las pequeñas alegrías que nos produce el consumismo, las sensualidades y las fugaces satisfacciones que nos ofrece la sociedad de hoy.  No.  Es otra alegría.  Es aquella que nace en lo más profundo del corazón, que puede ser incluso silenciosa, que se prolonga en el tiempo, que viene acompañada de paz.  Es lo que en la tradición espiritual llamamos “consolación espiritual”.  Es la alegría que produce la presencia del Señor en nuestra vida.  Efectivamente, la razón de esta alegría es la cercanía de Dios.  Por lo tanto, en este momento del Adviento ya no solamente se nos invita a prepararnos a la Navidad mediante un cambio de vida y de mentalidad; sino que se nos invita a prepararnos con “alegría” porque el Salvador está cerca.

Este domingo pues, nos envuelve en el proceso de las condiciones de la verdadera alegría. El Adviento tiene mucha razón al proclamar este mensaje que hoy es más necesario que nunca, porque los agobios, las preocupaciones y la crisis provocada por la pandemia ha llevado a muchas personas a hundirse en la tristeza y hasta en la depresión.  Es necesario volver la mirada a Dios para encontrar en Él la verdadera alegría.  Reconocer nuestros límites, fragilidades y la necesidad de salvación que tenemos.

Efectivamente, Dios nos ofrece la salvación plena que podemos comenzar a disfrutar en esta vida.  De sobra sabemos que, aunque no somos mala gente, estamos bastante lejos de vivir como auténticos discípulos de Jesús; estamos lejos de que otras personas puedan leer el Evangelio en nuestras vidas. De sobra sabemos que nos falta comprometernos mucho más en los asuntos del amor y la justicia, y el cuidado de la creación.  Aunque tratamos de ser buenos cristianos, todavía nos falta mucho para serlo.

Dios nos está colmando continuamente de regalos, de oportunidades, de capacidades… Y más de una ni siquiera la hemos desempaquetado. En la lista de “deudas” con Dios siempre andamos en números rojos. La cercanía de Dios conlleva el ofrecimiento de una paz profunda y a nuestro alcance: nos permite sentirnos profundamente reconciliados (con Él, con nosotros mismos y con los demás), con una nueva oportunidad de ser mejores y vivir más desde Dios y para los otros.

Esa salvación y ese cambio en nuestra vida se manifiesta en actitudes y acciones concretas. En el evangelio que hemos escuchado se repite tres veces la pregunta “¿Qué debemos hacer?”.  Y Juan el Bautista responde refiriéndose a acciones concretas de la vida cotidiana.  Porque la salvación en nuestra vida no es una doctrina, ni se queda en buenos deseos e intenciones, sino que se manifiesta en un cambio de actitud y en acciones concretas que nos llevan a salir de nuestro egoísmo, compartir nuestra vida con los demás y hacer el bien.  Y esto nos hace felices a nosotros y hace felices a los demás.

En resumen: EL SEÑOR ESTÁ CERCA. Está cerca en Navidad y en cada Eucaristía, hablándonos de muchas maneras y mostrándonos es presencia. Está cerca en el hermano y en la comunidad cristiana. Está cerca: en el pobre y en el que sufre. Está tan cerca de nosotros como nuestro propio corazón: precisamente ahí. Y entonces se esfuman los temores: su victoria ante cualquier tropiezo, fracaso, dificultad ¡es la nuestra! Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? Tendremos problemas, es obvio, pero los enfrentaremos de otra manera: con esperanza, con serenidad, con equilibrio, con fortaleza. “Y la Paz protegerá y cuidará de nuestros pensamientos y corazones en Cristo Jesús”.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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