En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿acaso no deja las noventa y nueve en los montes, y se va a buscar a la que se le perdió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se le perdieron. De igual modo, el Padre celestial no quiere que se pierda uno solo de estos pequeños”.
Reflexión
Hermanas y hermanos
Avanzamos en el camino del Adviento, el tiempo por excelencia de la espera. Y no una espera cualquiera sino la espera de lo mejor que nos podía acontecer: ¡Dios viene a nuestro encuentro! Es una espera con esperanza.
La liturgia de hoy nos presenta el comienza la lectura del llamado “Segundo Isaías” con ese grito de Dios: “Consuelen, consuelen a mi pueblo”. Efectivamente, el pueblo de Israel, exiliado en Babilonia, estaba necesitado de consuelo. Esperaba una intervención de Dios que les permitiera regresar a su tierra, recuperar su dignidad y su “identidad”. Y el profeta les anuncia esa llegada de Dios con “poder”. Un poder desconcertante, pues se concreta en la imagen de un pastor que reúne y cuida a su rebaño. Ninguna precisión sobre aquello que esperan con ansia ilimitada.
La actualidad permanente de la Palabra de Dios nos permite situarnos ante esta Palabra y rescatar lo que hoy nos comunica a nosotros, la transformación a la que nos invita este Dios que sigue llegando en todo momento de la historia: Aceptar que es Él el que viene, el que trae salvación. Una salvación que puede no coincidir con nuestras expectativas, con nuestra manera de entender lo que sería “mejor”. Se traduciría en abandonar la pretensión de diseñar el futuro a nuestro modo de hacer las cosas, en abandonarnos en sus manos y poner sólo en Él nuestra esperanza.
Cuando nos abandonamos en el Señor, podemos experimentar lo que nos propone Jesús hoy en el evangelio de hoy: Dios es nuestro Pastor. Efectivamente, Jesús propone una parábola a sus discípulos para mostrarles cómo es Dios. Y esto es importante y merece ponerle atención, porque muchas veces creemos que Dios es un “policía” que está atento a ver en qué nos equivocamos para castigarnos, o un “juez” que está pendiente de ver en qué fallamos para condenarnos.
Jesús nos muestra a Dios Padre como un pastor que va a buscar a la oveja perdida abandonando a las noventa y nueve y vuelve muy contento con ella. ¿Cuál es la razón? Cada oveja, es decir, cada ser humano, tiene un valor absoluto. Es una proclamación excelsa y precisa de la dignidad humana. Se entiende mejor al comparar este texto con el del evangelio de Juan cuando, ante la queja de representantes de la religión judía al sumo sacerdote Caifás sobre el peligro que Jesús suponían él dice: “Ustedes no entienden ni palabra; no comprenden que les conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera”. Caifás considera al ser humano como un número de un pueblo que es una suma de “números”. No tiene entidad propia es solo parte de un todo. Por eso, así como se extirpa un brazo para salvar el resto del cuerpo, es aconsejable eliminar a un ser humano para salvar el todo social.
En la medida en que no se ve al ser humano más allá de un “número” de la sociedad, o un simple instrumento que, como tal, no tiene valor en sí mismo, desaparece la dignidad humana, Se desprecia o elimina a quien ya no es útil para los proyectos políticos o económicos, o simplemente para llevar una vida más fácil, holgada, burguesa, sin nadie que la altere. Así pueden sobrar desde el no nacido y no deseado (promoviendo las leyes de aborto) hasta el anciano enfermo que sólo causa molestias (promoviendo las leyes de eutanasia). Y también se eliminará a la “oveja que anda descarriada”. Se la elimina o se la excluye de la sociedad.
El Adviento nos prepara para recibir a quien viene para todos y para cada uno en particular. Para salvar, no para condenar. No seamos nosotros los que condenamos, al buscar lo cómodo, lo fácil, y excluimos a quien nos pide salir de nuestra comodidad. Seamos Iglesia en salida que acoge a lo periférico; no queramos quedarnos sólo con quienes son “de los nuestros”. Aprendamos del Buen Pastor.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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