n el año décimo quinto del reinado del César Tiberio, siendo Poncio Pilato procurador de Judea; Herodes, tetrarca de Galilea; su hermano Filipo, tetrarca de las regiones de Iturea y Traconítide; y Lisanias, tetrarca de Abilene; bajo el pontificado de los sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino la palabra de Dios en el desierto sobre Juan, hijo de Zacarías.
Entonces comenzó a recorrer toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de penitencia para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de las predicciones del profeta Isaías:
Ha resonado una voz en el desierto:
Preparen el camino del Señor,
hagan rectos sus senderos.
Todo valle será rellenado,
toda montaña y colina, rebajada;
lo tortuoso se hará derecho,
los caminos ásperos serán allanados
y todos los hombres verán la salvación de Dios.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
Hermanas y hermanos
Este domingo ya nos va introduciendo en la dinámica de la alegría que traerá la venida del Señor al mundo y destila pura esperanza. La liturgia del Adviento es una invitación constante de la Iglesia y para la Iglesia a preparar el corazón, la vida, los lugares donde se desarrolla la vida y por donde pasa y quiere volver a pasar el Dios de la Vida. En la Palabra de Dios que hoy escuchamos aparecen tres personajes que nos recuerdan el momento que se avecina: el profeta Baruc, San Pablo y Juan el Bautista.
El profeta Baruc nos invita a despojarnos de todo vestido de luto y a vestirnos de fiesta y gozo, pues Dios guiará a su pueblo y revelará su misericordia y su justicia. San Pablo nos exhorta para que el Amor crezca más y más entre nosotros, los discípulos y discípulas de Jesús y que el conocimiento que tenemos de Dios sea una experiencia vital. Finalmente, Juan el Bautista nos alienta a preparar el camino del Señor utilizando imágenes que nos quieren ayudar a comprender mejor cómo debe ser esta preparación y experimentar la salvación de Dios.
Aquí está lo fundamental del evangelio que hemos escuchado: Dios cumple sus promesas y su salvación se hace realidad en la historia. Efectivamente, el evangelio de hoy nos ofrece el comienzo de la vida pública de Juan el Bautista. El evangelista quiere situar y precisar todo en la historia del imperio romano, que es el tiempo histórico en que tienen lugar los acontecimientos de la vida de Jesús y de la comunidad cristiana primitiva. Los personajes que aparecen son conocidos. Es una forma de poner de manifiesto que lo que ha de narrar no es algo que puede considerarse que ocurriera fuera de la historia de los seres humanos de carne y hueso. La figura histórica de Jesús de Nazaret es apasionante y no se puede diluir en una piedad desencarnada. Sería un Jesús sin rostro, un credo sin corazón y un evangelio sin humanidad.
Jesús de Nazaret es el cumplimiento de la promesa de salvación hecha por Dios desde tiempos inmemoriales. Una salvación que se hace realidad en un momento de la historia y en un lugar concreto; que transforma la historia de la humanidad. Y es una salvación que llega también hasta nosotros de una manera concreta. Para ello nos estamos preparando. El Adviento, por tanto, no es sólo un tiempo de preparación para la Navidad. Este es sólo un aspecto. El Adviento prepara a la Iglesia y a los creyentes para que sepan vivir esa salvación en las condiciones históricas en las que se encuentran.
Es tiempo de preparación, por lo tanto, de cambio, de apertura a lo nuevo, de esperanza y, sobre todo, de buscar en las manifestaciones y los signos que acompañan estos nuevos tiempos. Apertura al futuro, pero un futuro que hay que descubrir porque lo que hoy se entiende como tal es un horizonte muy confuso. Se han perdido las fantasías de un mundo mejor, el futuro se ha reducido al progreso tecnológico y ya nadie cree en las promesas de un mundo feliz cansados de que sirvan como coartada para nuevas formas de sometimiento económico y político.
La voz de Juan el bautista nos invita a la conversión, una conversión que implica enderezar nuestros caminos, nuestras vidas; rebajar los montes y colinas de nuestro orgullo, vanidad, de lo superfluo, de discriminación, de desprecio, de intolerancia y prejuicios de todo tipo, etc. Una conversión que nos invita a rellenar los valles de nuestros vacíos existenciales, afectivos, de fe, de confianza y esperanza. Una conversión que invita a allanar y nivelar todo aquello que es sinuoso o áspero en nuestras vidas, en nuestras comunidades, en nuestra iglesia y por qué no, en nuestra sociedad. ¡El Señor ya viene!
Estamos invitados a reflexionar sobre la invitación que nos hace Juan el Bautista hoy: ¿en verdad somos personas con esperanza y con una fe que nos capacita para cambiar el mundo? ¿somos buena noticia para las personas que viven en situaciones de exilio, tristeza, dolor, sufrimiento, marginación, etc.? ¿Hacemos algo para que el amor entre nosotros crezca cada día? ¿Creemos realmente que el Señor viene a nuestras vidas y que necesitamos prepararnos?
Este domingo destila esperanza y alegría, nos invita a ser gente que da lo mejor de sí para hacer realidad la justicia y misericordia de Dios porque creemos inquebrantablemente que todo el mundo verá la salvación de Dios. ¡Cantemos con el salmista que nuestro Dios ha estado grande con nosotros y estamos alegres!
Que Dios los bendiga y los proteja.
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