Lecturas del día 19 de Noviembre de 2021
Primera Lectura
En aquellos días, Judas y sus hermanos se dijeron: “Nuestros enemigos están vencidos; vamos, pues, a purificar el templo para consagrarlo de nuevo”. Entonces se reunió todo el ejército y subieron al monte Sión.
El día veinticinco de diciembre del año ciento cuarenta y ocho, se levantaron al romper el día y ofrecieron sobre el nuevo altar de los holocaustos que habían construido, un sacrificio conforme a la ley. El altar fue inaugurado con cánticos, cítaras, arpas y platillos, precisamente en el aniversario del día en que los paganos lo habían profanado. El pueblo entero se postró en tierra y adoró y bendijo al Señor, que los había conducido al triunfo.
Durante ocho días celebraron la consagración del altar y ofrecieron con alegría holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza. Adornaron la fachada del templo con coronas de oro y pequeños escudos, restauraron los pórticos y las salas, y les pusieron puertas. La alegría del pueblo fue grandísima y el ultraje inferido por los paganos quedó borrado.
Judas, de acuerdo con sus hermanos y con toda la asamblea de Israel, determinó que cada año, a partir del veinticinco de diciembre, se celebrara durante ocho días, con solemnes festejos, el aniversario de la consagración del altar.
Salmo Responsorial
R. (13b) Bendito seas, Señor, Dios nuestro.
Bendito seas, Señor,
Dios de nuestro padre Jacob,
Desde siempre y para siempre.
R. Bendito seas, Señor, Dios nuestro.
Tuya es la grandeza y el poder,
El honor, la majestad y la gloria,
pues tuyo es cuanto hay en el cielo y en la tierra.
R. Bendito seas, Señor, Dios nuestro.
Tuyo, Señor, es el reino,
tú estás por encima de todos los reyes.
De ti provienen las riquezas y la gloria.
R. Bendito seas, Señor, Dios nuestro.
Tú lo gobiernas todo,
en tu mano están la fuerza y el poder
y de tu mano proceden la gloria y tu fortaleza.
R. Benditos sea, Señor, Dios nuestro.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor;
yo las conozco y ellas me siguen.
R. Aleluya.
Evangelio
Aquel día, Jesús entró en el templo y comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban allí, diciéndoles: “Está escrito: Mi casa es casa de oración; pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones”.
Jesús enseñaba todos los días en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los jefes del pueblo, intentaban matarlo, pero no encontraban cómo hacerlo, porque todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras.
Palabra de Dios
Reflexión
Hermanas y hermanos
Hoy celebramos en la Iglesia de Costa Rica las Témporas de Acción de Gracias. “Las Témporas”, dice el Misal Romano, son días de acción de gracias y de petición que la comunidad cristiana ofrece a Dios, terminadas las vacaciones y la recolección de las cosechas, al reemprender la actividad habitual. La fecha de su celebración es fijada por la Conferencia Episcopal de cada país.
Para los que vivimos en una sociedad urbana, puede ser que esta celebración no tenga mucho significado. Pero si la vemos desde el punto de vista de hacer un alto y dar gracias a Dios por todos los dones recibidos y las bendiciones con que nos enriquece todos los días, la celebración es muy apropiada. Nos estamos acercando al final del año litúrgico y pronto tendremos el final del año civil; y en este contexto, debemos tener el cuidado de no dispersarnos por el bullicio de la fiesta y la propaganda comercial, sino dedicar un tiempo a reconocer todo lo que hemos recibido de Dios y agradecerle desde lo más profundo de nuestro corazón. Dios es infinitamente generoso y bueno con cada una y cada uno de nosotros.
En este contexto, el evangelio que hemos escuchado nos recuerda el amor que Dios nos tiene y el amor en que debemos vivir nosotros. En efecto, Jesús nos recuerda que el primer gran don que hemos recibido de Dios es su amor mismo: “Como el Padre me ama, así los amo yo”. Allí se fundamenta y adquiere sentido todos los demás dones recibidos, sobre todo el de la salvación. San Pablo, en la carta a los Romanos y San Juan en su primera carta nos recuerdan que Dios nos amó primero. Él tomó la iniciativa y nos amó primero porque Él es Amor.
Si Dios es amor y nos ha amado hasta entregar su vida, cuántas más bendiciones y dones nos dará para enriquecer nuestra vida. A eso se refiere San Pablo cuando nos dice, en la primera lectura de hoy: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en él con toda clase de bienes espirituales y celestiales”. El reconocimiento de esto nos lleva a ser agradecidos con el Señor y la mejor muestra de agradecimiento es amarle a Él y permanecer en comunión permanente con Él.
En el evangelio de hoy Jesús nos pide una cosa: permanecer en su amor. ¿Qué nos quiere decir con esto? Imaginémonos cómo es permanecer en un “lugar”: como cuando uno “permanece” en la parada del autobús, esperando el transporte que lo llevará de vuelta a casa. Jesús nos pide esperar firmes en su amor, agarrados con fuerza de la cruz: ahí donde Cristo nos ha reconciliado con el Padre y donde nos muestra el camino hacia la plenitud del amor y de la vida.
Permanezcamos en el amor de Cristo. Y el modo de hacerlo es cumpliendo sus mandamientos. Pero no se trata de “cumplir” como un siervo cumple las órdenes de su amo, sino entrar en la dimensión del amor como amigos de Jesús: “Ya no los llamo siervos… a ustedes los llamo amigos”. Y en la dimensión del amor, nuestra tarea principal es amar nuestros hermanos y hermanas. Pero no con cualquier amor, sino con el amor de Cristo: “Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado”. Permanecer en su amor significa creer en el amor, realmente. Y para ello no sólo hay que recibir amor sino dar amor.
En una de sus homilías el Papa Francisco nos dice: “A Dios le agrada toda obra de misericordia, porque en el hermano que ayudamos reconocemos el rostro de Dios que nadie puede ver. […] Estamos llamados a concretar en la realidad lo que invocamos en la oración y profesamos en la fe. No hay alternativa a la caridad: quienes se ponen al servicio de los hermanos, aunque no lo sepan, son quienes aman a Dios. Sin embargo, la vida cristiana no es una simple ayuda que se presta en un momento de necesidad. Si fuera así, sería sin duda un hermoso sentimiento de humana solidaridad que produce un beneficio inmediato, pero sería estéril porque no tiene raíz. Por el contrario, el compromiso que el Señor pide es el de una vocación a la caridad con la que cada discípulo de Cristo lo sirve con su propia vida, para crecer cada día en el amor.”
Que Dios los bendiga y los proteja.
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