En aquel tiempo, cuando Jesús estuvo cerca de Jerusalén y contempló la ciudad, lloró por ella y exclamó:
“¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz! Pero eso está oculto a tus ojos. Ya vendrán días en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán y te atacarán por todas partes y te arrasarán. Matarán a todos tus habitantes y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no aprovechaste la oportunidad que Dios te daba”.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
Hermanas y hermanos
El evangelio que hemos escuchado es breve; pero la escena es hermosa y conmovedora. “Jesús está cerca de Jerusalén y contempla la ciudad”. Ese contemplar la ciudad no es un simple mirar y quedarse entretenido en lo superficial, en la grandiosidad de los edificios, especialmente el Templo (como lo haría la gran mayoría de las personas). No. Jesús contempla, pero con otra mirada. Aquí comienza las enseñanzas que nos deja el evangelio de hoy: ¿cómo contemplamos, nosotros, a nuestros pueblos y ciudades? ¿cómo contemplamos a las personas? ¿nos quedamos sólo en lo externo, en las apariencias, en lo superficial?
De esa contemplación profunda de Jesús sobre Jerusalén nace un profundo dolor, que se materializa en lágrimas: Jesús llora. Tal vez era una mezcla de sentimientos: frustración, desencanto, tristeza, compasión… Lo cierto es que Jesús se conmueve y llora. Y pronuncia unas palabras: “¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz! El centro religioso más importante, Jerusalén, ha de propiciar la paz; pero no es así, sino que ocurre lo contrario. El Mesías esperado es el príncipe de la Paz, pero Jerusalén se niega a reconocerlo.
“En este día”, no mañana, ni ayer, sólo hoy, en este día, en que me presento ante ti podrías entrar en la comprensión del misterio de la presencia de Dios. ¡Cuántas veces los profetas le pidieron a Jerusalén que escuchara la Palabra de Dios! ¡Cuántas veces la llamaron a la conversión! Pero Jerusalén seguía ciega y sorda; encerrada en su soberbia. Esa es la causa de la tristeza y de la frustración de Jesús. En el pasaje siguiente se ve a Jesús echando a los mercaderes del Templo. Hay en Jesús un celo por el lugar sagrado donde Dios habita. Hay que echar los demonios del templo y seguir llamando a la conversión.
El lamento por el rechazo, por el abandono de Dios es lo que Jesús manifiesta; no es sólo porque se haya convertido la ciudad sagrada en una mercadería, sino que el interior de cada persona, está inmersa en el trasiego del consumismo. Apartados de Dios, en guerra consigo mismos. Un corazón dividido donde Dios no tiene cabida, es un corazón inmerso en la destrucción. Allí Dios no puede habitar, no puede hacerse presente. Los demonios interiores como el miedo, la huida frente a Dios, el pánico que nos provoca el misterio de la Paz, deben ser echado de nuestras vidas.
Jesús llora. Podemos imaginarlo como un padre incluso desesperado e impotente, porque ha intentado transmitir a su hijo y hacerle entender cuál es el camino correcto, pero éste no ha comprendido nada. Igual Israel, y de forma concreta Jerusalén la ciudad santa. Dios ha venido a su pueblo, y su pueblo todavía sigue dirigiendo su mirada a un culto vacío, al lujo del templo y a todo lo que le rodea. No han sabido ver lo que Jesús les presenta, están más pendientes de que se cumplan sus deseos de la forma que ellos piensan, que de abrir sus ojos y descubrir que Dios está en medio de ellos.
En el lamento de Jesús está contenido su dolor por las consecuencias de esto. La dureza de corazón llevará, una vez más, a la ruina de Jerusalén. Esta ciudad será arrasada completamente cuatro décadas después. Jerusalén no quiso escoger el camino que lleva a la paz, sino el camino que le llevó a la destrucción total.
Lo mismo que ocurrió con Jerusalén y el mismo lamento de Jesús sobre esta ciudad, se actualiza hoy cuando nuestro corazón endurecido y soberbio no reconoce la presencia de Dios; cuando nuestro corazón obstinado no escucha la voz de Dios y nos dejamos llevar por nuestras propias pasiones, tomando decisiones erróneas que nos llevan al fracaso.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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