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noviembre 11, 2021 in Evangelios

Lecturas del 11 de noviembre de 2021

Primera Lectura

Sab 7, 22–8, 1

La sabiduría es un espíritu inteligente,
santo, único y múltiple,
sutil, ágil y penetrante,
inmaculado, lúcido e invulnerable,
amante del bien, agudo y libre,
bienhechor, amigo del hombre y amable,
firme, seguro y sereno,
que todo lo puede y todo lo ve,
que penetra en todos los espíritus:
los inteligentes, los puros y los más sutiles.

La sabiduría es más ágil que cualquier movimiento
y, por ser inmaterial, lo atraviesa y lo penetra todo.
La sabiduría es un resplandor del poder de Dios,
una emanación purísima de la gloria del omnipotente,
por eso nada sucio la puede contaminar.
Es un reflejo de la luz eterna,
un espejo inmaculado de la actividad de Dios
y una imagen de su bondad.

Ella sola lo puede todo;
sin cambiar en nada, todo lo renueva;
entra en las almas de los buenos de cada generación,
hace de ellos amigos de Dios y profetas,
porque Dios ama sólo a quienes conviven con la sabiduría.

La sabiduría es más brillante que el sol
y que todas las constelaciones;
si se la compara con la luz del día, la sabiduría sale ganando,
porque al día lo vence la noche,
pero contra la sabiduría, la maldad no puede nada.
Ella se extiende poderosa de un extremo al otro del mundo
y con suavidad gobierna todo el universo.

Salmo Responsorial

Salmo 118, 89.90. 91. 130. 135. 175

R. (cf 88) Enséñanos, Señor, tus leyes.
Tu palabra, Señor, es eterna,
más estable que el cielo.
Tu fidelidad permanece de generación en generación,
como la tierra, que tú cimentaste.
R. Enséñanos, Señor, tus leyes.
Todo subsiste hasta hoy por orden tuya
y todo está a tu servicio.
La explicación de tu palabra
da luz y entendimiento a los humildes.
R. Enséñanos, Señor, tus leyes.
Mira benignamente a tu siervo
y enséñame a cumplir tus mandamientos;
que sólo viva yo, Señor, para alabarte
y que tu ley me ayude.
R. Enséñanos, Señor, tus leyes.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 15, 5

R. Aleluya, aleluya.
Yo soy la vid y ustedes los sarmientos;
el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 17, 20-25

En aquel tiempo, los fariseos le preguntaron a Jesús: “¿Cuándo llegará el Reino de Dios?” Jesús les respondió: “El Reino de Dios no llega aparatosamente. No se podrá decir: ‘Está aquí’ o ‘Está allá’, porque el Reino de Dios ya está entre ustedes”.

Les dijo entonces a sus discípulos: “Llegará un tiempo en que ustedes desearán disfrutar siquiera un solo día de la presencia del Hijo del hombre y no podrán. Entonces les dirán: ‘Está aquí’ o ‘Está allá’, pero no vayan corriendo a ver, pues así como el fulgor del relámpago brilla de un extremo a otro del cielo, así será la venida del Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser rechazado por los hombres de esta generación”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hermanas y hermanos

El mensaje y la pasión de Jesús fue siempre el Reino de Dios. Todo el tiempo hablaba de él y esto probablemente despertó la curiosidad de saber dónde está o cuando llegará.  Nosotros también hablamos mucho del Reino de Dios y, tal vez, tengamos la misma curiosidad.  De entrada, aquellos que escuchaban a Jesús, al igual que nosotros, cuando oían la expresión “Reino de Dios”, se imaginaban un reino terreno, como muchos que existían en aquella época.  Un reino con todas las características de un reino terreno, con la única diferencia que el soberano es Dios.  A nosotros nos pasa lo mismo; basta con ver esas imágenes aberrantes donde aparece Dios Padre o Jesús con coronas de oro y atuendos de reyes terrenales.

Por otra parte, algunos piensan que el Reino de Dios vendrá como una especie de cataclismo, que quebrará definitivamente este mundo y esta historia en la que nos ha tocado vivir. Dios reinará entonces y se terminarán todos los dolores y todos los malvados de este mundo. Con la irrupción del Reino vendrá también el juicio final y a cada uno lo encontrará desprevenido. Esta forma de pensar parece que se refiere a un Dios que está escondido y con ganas de sorprendernos desprevenidos. La condena eterna es una opción posible en esta perspectiva. Si nos encuentra la llegada del Reino en un mal momento, mala suerte para siempre.

Esa forma de imaginar la venida del Reino tiene poco que ver con el Dios de que nos habla Jesús, con su Padre, que “tanto amó al mundo, que envió a su hijo para salvarnos.” No es posible tanto esfuerzo y tanto amor para luego tirarlo todo por la ventana y mandar a la mayor parte de la humanidad al infierno para siempre. Tampoco tiene que ver con el Dios que, cuando se quiso hacer presente en nuestro mundo, vino de una forma humilde y silenciosa. Como el hijo de una muchacha pobre de Nazaret. Sin hacer ruido, sin llamar la atención. En pobreza y como el último de nosotros.

Aún no hemos comprendido a qué se refiere Jesús cuando habla del Reino de Dios.  Por eso es importante poner atención a lo que Jesús nos dice en el evangelio de hoy.  ¿Cuándo llegará el Reino de Dios? ¿Dónde ubicarlo? Eran las preguntas de los fariseos. Y Jesús contesta de una manera sencilla y clara: “El Reino de Dios no llega aparatosamente.  No se podrá decir: ‘Está aquí’ o ‘está allá’, porque el Reino de Dios ya está entre ustedes”.  Por lo tanto, cuando hablamos del Reino de Dios no debemos pensar en un tiempo o en un espacio. Es algo que se encuentra dentro de cada creyente en Jesús. Se manifestará en la intimidad de la fe. Cuando me adhiero al Reino de Dios, para Jesús ya se ha manifestado ese Reino de Dios.

El Reino tiene que ser una manifestación de amor definitiva. El Reino tiene que inundar el corazón. Y se manifestará en cosas pequeñas. El Reino ya se está produciendo en nuestro mundo cada vez que una persona es capaz de amar como Dios ama. Gratuita y desinteresadamente. El Reino acontece cuando creemos en nosotros mismos como hijos e hijas de Dios, capaces de recrear y renovar nuestra vida y la de nuestros hermanos y hermanas desde la justicia y el amor. El Reino se hace vida compartida cuando llevamos la eucaristía a la vida y compartimos el pan de la fraternidad con todos los que nos rodean, especialmente con los que más sufren.

Sin duda, que esa presencia del Reino exige compromiso por nuestra parte y, posiblemente, algo de sufrimiento, como dice Jesús. Pero en absoluto exige ruido ni milagros ni grandes ni ostentosas manifestaciones.  Pero seguimos buscando cosas extraordinarias y espectaculares para creer en Dios y en su presencia entre nosotros, y resulta que Dios se manifiesta en las cosas pequeñas de la vida.  En  todo aquello que se haga por amor está presente el Reino de Dios, porque Dios es amor.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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