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noviembre 5, 2021 in Evangelios

Lecturas del día 5 de Noviembre de 2021

Primera Lectura

Rom 15, 14-21

Hermanos: En lo personal estoy convencido de que ustedes están llenos de bondad y conocimientos para poder aconsejarse los unos a los otros. Sin embargo, les he escrito con cierto atrevimiento algunos pasajes para recordarles ciertas cosas que ya sabían. Lo he hecho autorizado por el don que he recibido de Dios de ser ministro sagrado de Cristo Jesús entre los paganos. Mi actividad sacerdotal consiste en predicar el Evangelio de Dios, a fin de que los paganos lleguen a ser una ofrenda agradable al Señor, santificada por el Espíritu Santo.

Por lo tanto, en lo que se refiere al servicio de Dios, tengo de qué gloriarme en Cristo Jesús, pues no me atrevería a hablar de nada sino de lo que Cristo ha hecho por mi medio para la conversión de los paganos, valiéndose de mis palabras y acciones, con la fuerza de señales y prodigios y con el poder del Espíritu Santo. De esta manera he dado a conocer plenamente el Evangelio de Cristo por todas partes, desde Jerusalén hasta la región de Iliria. Pero he tenido mucho cuidado de no predicar en los lugares donde ya se conocía a Cristo, para no construir sobre cimientos ya puestos por otros, de acuerdo con lo que dice la Escritura: Los que no habían tenido noticias de él, lo verán; y los que no habían oído de él, lo conocerán.

Salmo Responsorial

Salmo 97, 1. 2-3ab. 3bc-4

R. (cf 2b) Que todos los pueblos aclamen al Señor.
Cantemos al Señor un canto nuevo,
pues ha hecho maravillas.
Su diestra y su santo brazo
le han dado la victoria.
R. Que todos los pueblos aclamen al Señor.
El Señor ha dado a conocer su victoria
y ha revelado a las naciones su justicia.
Una vez más ha demostrado Dios
su amor y su lealtad hacia Israel.
R. Que todos los pueblos aclamen al Señor.
La tierra entera ha contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Que todos los pueblos y naciones
aclamen con júbilo al Señor.
R. Que todos los pueblos aclamen al Señor.

Aclamación antes del Evangelio

1 Jn 2, 5

R. Aleluya, aleluya.
En aquel que cumple la palabra de Cristo,
el amor de Dios ha llegado a su plenitud.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 16, 1-8

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: ‘¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador’. Entonces el administrador se puso a pensar: ‘¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan’.

Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: ‘¿Cuánto le debes a mi amo?’ El hombre respondió: ‘Cien barriles de aceite’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta’. Luego preguntó al siguiente: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’ Este respondió: ‘Cien sacos de trigo’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo y haz otro por ochenta’.

El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz’’.

Palabra de Dios, te alabamos Señor

Reflexión

Hermanas y hermanos

Muchas personas piensan que ser buen cristiano es ser pasivo, ingenuo, confiar a ciegas en las personas.  No. El mismo Jesús recomienda en el evangelio: “Sean mansos, como las palomas, y astutos como las serpientes.  Pero, ¿cómo utilizar esa astucia? o ¿para qué utilizar esa astucia?   A eso nos lleva el evangelio que hemos escuchado hoy.

Jesús nos presenta la conocida parábola del administrador infiel, el cual, al ver que va a ser privado y destituido de su puesto, se las ingenia para granjearse el aprecio de los deudores de su amo.  La parábola nos sorprende por su tono provocativo y poco edificante. Puede prestarse para malas interpretaciones pues pareciera que contradice las más básicas reglas de la moral. ¿Debemos entender que Jesús alaba esa picardía deshonesta, en la que el fin justifica los medios, cualesquiera que estos sean? ¿No estaría esto en flagrante contradicción con la condena hacia el fraude y el engaño defendidos por el evangelio y la moral cristiana?

No tratemos de encontrar aquí, en absoluto, ningún lapsus o descuido por parte de Jesús en temas morales relativos al séptimo mandamiento. Ni mucho menos pretende esta parábola recordar y advertirnos de que el mal y la trampa suelen acabar triunfando en el mundo.  De entrada, debemos desechar la idea de que aquí se nos está enseñando a ser corruptos y tramposos.

¿Qué quiere enseñarnos Jesús? La parábola parte de un hecho sin calificaciones morales: un problema administrativo y de falta de honestidad de un funcionario. En base a tal hecho nos enseña una verdad más profunda. El administrador infiel se encuentra en una situación de gran apuro, prácticamente sin salida: sorprendido en su deshonestidad, no encuentra alternativas válidas para escapar, en el sentido más inmediato de la expresión: ni el trabajo físico ni la mendicidad son salidas válidas para él. De ahí que busque soluciones por medio de la astucia, haciendo que los deudores de su amo se conviertan en deudores suyos, y así poder ganarse su favor futuro.

Según la tradición judía, los administradores podían incrementar los intereses de las deudas en beneficio propio, y el administrador de la parábola demuestra ser muy sagaz renunciando a su propio beneficio, para que el deudor esté agradecido y lo pueda recibir cuando se quede sin trabajo.

En la moraleja encontramos la lección: Debemos aprender la astucia de ese administrador. Es una astucia más propia de los hijos de este mundo con su gente que de los hijos de la luz. ¿Y qué es exactamente tal astucia?

No se trata aquí a aquella capacidad malévola y mentirosa que posibilita conseguir los propios objetivos a través del engaño o de la corrupción. Evoca otra cosa distinta. Se trata de la creatividad, de la imaginación para salir airosos en las situaciones difíciles de la vida sin quedar congelados por la desesperación o por la inútil acusación de que la culpa la tienen otros. Esa sagacidad es aquella habilidad y empeño que nos lleva a encontrar una salida en toda situación complicada que se nos presente, por retorcida y peligrosa que nos pueda parecer. Es una actitud de ojos abiertos, de lucidez. Desde esta perspectiva, esa astucia es un sinónimo de la esperanza activa, que el Señor desea que aprendamos bien.

Los cristianos y cristianas no debemos ser personas pasivas, sino astutas y sagaces para hacer el bien.  Ser creativos en el anuncio del evangelio y en la construcción del Reino de Dios.  Que nuestra inteligencia y todas nuestras habilidades estén siempre al servicio de Dios y de nuestros hermanos y hermanas.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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