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octubre 25, 2021 in Evangelios

Lecturas del día 25 de Octubre de 2021

Primera Lectura

Rom 8, 12-17

Hermanos: Nosotros no estamos sujetos al desorden egoísta del hombre, para hacer de ese desorden nuestra regla de conducta. Pues si ustedes viven de ese modo, ciertamente serán destruidos. Por el contrario, si con la ayuda del Espíritu destruyen sus malas acciones, entonces vivirán.

Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. No han recibido ustedes un espíritu de esclavos, que los haga temer de nuevo, sino un espíritu de hijos, en virtud del cual podemos llamar Padre a Dios.

El mismo Espíritu Santo, a una con nuestro propio espíritu, da testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos de Dios y coherederos con Cristo, puesto que sufrimos con él para ser glorificados junto con él.

Salmo Responsorial

Salmo 67, 2 y 4. 6-7ab. 20-21

R. Bendito sea el Señor, que nos salve.
Cuando el Señor actúa,
sus enemigos se dispersan
y huyen ante su faz los que lo odian.
Ante el Señor, su Dios,
gocen los justos y salten de alegría.
R. Bendito sea el Señor, que nos salve.
Porque el Señor, desde su templo santo.
a huérfanos y viudas da su auxilio;
él fue quien dio a los desvalidos casa,
libertad y riqueza a los cautivos.
R. Bendito sea el Señor, que nos salve.
Bendito sea el Señor, día tras día,
que nos lleve en sus alas y nos salve.
Nuestro Dios es un Dios de salvación,
porque puede librarnos de la muerte.
R. Bendito sea el Señor, que nos salve.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Jn 17, 17

R. Aleluya, aleluya.
Tu palabra, Señor, es la verdad;
santifícanos en la verdad.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 13, 10-17

Un sábado, estaba Jesús enseñando en una sinagoga. Había ahí una mujer que llevaba dieciocho años enferma por causa de un espíritu malo. Estaba encorvada y no podía enderezarse. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad”. Le impuso las manos y, al instante, la mujer se enderezó y empezó a alabar a Dios.

Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiera hecho una curación en sábado, le dijo a la gente: “Hay seis días de la semana en que se puede trabajar; vengan, pues, durante esos días a que los curen y no el sábado”.

Entonces el Señor dijo: “¡Hipócritas! ¿Acaso no desata cada uno de ustedes su buey o su burro del pesebre para llevarlo a abrevar, aunque sea sábado? Y a esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo atada durante dieciocho años, ¿no era bueno desatarla de esa atadura, aun en día de sábado?”

Cuando Jesús dijo esto, sus enemigos quedaron en vergüenza; en cambio, la gente se alegraba de todas las maravillas que él hacía.

Palabra de Dios, Te alabamos Señor

Reflexión

Hermanas y hermanos

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús en combate contra el mal.  El mal toma posesión del ser humano de diversas maneras; en este caso como una enfermedad que lastima a una mujer en su cuerpo y en su alma.  El mal esclaviza y quita la dignidad a quienes lo padecen.

El mal es como una enfermedad. Jesús se encuentra con una mujer que llevaba encorvada dieciocho años, posiblemente a causa de una escoliosis, enfermedad de la columna vertebral. Además de doloroso, su padecimiento era demasiado prolongado. Tal dolencia le impedía mantenerse erecta, postura propia del ser humano creado, dueño del mundo, a diferencia de los animales. Jesús reconoce la presencia del mal en aquella mujer a través de la enfermedad. Por su causa, aquella mujer vivía doblegada.  Las fuerzas del mal son “espíritu de esclavitud” que encorvan y aplastan.

Jesús toma la iniciativa.  En muchos otros milagros la persona que padece la enfermedad suplica ser sanada; en este caso, la mujer no pide nada.  Su condición le ha quitado hasta la dignidad. El Señor la sana y le impone las manos. Y aquella mujer bendice y alaba a su salvador. La curación le hace saltar de la esclavitud a la alabanza.

Pero el mal impregna también otros territorios más hondos del ser humano como era la mentalidad legalista y absurda del jefe de la sinagoga. Este personaje echa en cara a la gente (no a Jesús) una violación de la Ley, por transgredir el sábado. Por el contrario, no otorga valor alguno al irrebatible milagro que acaba de suceder ante su propia cara. A esa retorcida mentalidad Jesús la llama “hipocresía”, que es una mirada mezquina además de ciega. Usa una doble moral. Confunde, distorsiona y enfrenta. No admira ni alaba, sólo desprecia y acusa. Alega razones tan desafortunadas que reciben la reprobación unánime de la gente. Con sólo dos preguntas consigue Jesús refutar los fatuos argumentos de este líder de la sinagoga.

Jesús se enfrenta al mal en todas sus formas; en el caso de hoy, en la enfermedad y en la hipocresía. Jesús no era un anarquista dispuesto a violar la Ley. Era un hombre muy respetuoso de la ley; pero también, un hombre libre. No prescindía de la Ley sino que la orientaba hacia su fin verdadero: el bien de la persona. Por eso, hay algo en esta curación que la hace distinta a otros milagros. Como ya hemos dicho, normalmente, el que quiere ser curado se acerca hasta Jesús y le pide la sanación. En este caso no. Es Jesús quien abiertamente toma la iniciativa de curarla, de luchar contra el mal que se manifiesta bajo la enfermedad de la mujer y bajo la hipocresía del jefe de la sinagoga.

Hoy también Jesús quiere liberarnos de todo tipo de mal: de nuestras encorvaduras, torcimientos, cegueras, parálisis…  De todo aquello que no nos permite vivir con libertad y dignidad.  Hoy también Jesús nos dice a cada uno: “quedas libre”.  Y, al igual que la mujer, que no había pedido el milagro pero lo supo acoger, también nosotros acojamos esta acción de Jesús.

Termina diciendo el evangelio que “Cuando Jesús dijo esto, sus enemigos quedaron en vergüenza; en cambio, la gente se alegraba de todas las maravillas que él hacía”.   Los sencillos se admiran y se alegran, mientras que los ciegos de corazón quedan abochornados porque son incapaces de abrirse a la verdad. La gente sencilla es capaz de descubrir la acción de Dios en lo que acababa de ocurrir; en cambio, los soberbios sólo vieron la transgresión de una ley.

Que el Señor nos conceda un corazón humilde y sencillo, capaz de alegrarse y alabar a Dios por las maravillas que va realizando en nuestra vida cotidiana.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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