HISTORIA

Se escucha cercana la alegre diana. Es diciembre. Son las cinco de la mañana y los vecinos de la pequeña comunidad de Granadilla Norte de Curridabat dejan el calorcito de sus camas para sumarse a la fiesta. No importa el frío de la madrugada ni el pelito de gato que se deja caer sobre los músicos. Don Memo Vílchez ya tiene rato de haberse despertado y salido de su casa; lleva la misión de hacer tronar los cielos, como queriendo despertar al mismo Dios, con la pólvora que trajeron de Cartago y que pagaron entre los vecinos.

Median los años sesenta. El pueblo de Granadilla, que poco a poco se extiende con sus viejos y sus niños, se ha determinado a construir una capilla donde celebrar la misa, donde formar comunidad, donde reunirse a dar gracias a Dios, a despedir a sus muertos y a escuchar al padre jesuita que traen a caballo cada mes. Alrededor de diez personas se organizaron en un gremio con el fin de recaudar fondos y conseguir materiales de construcción para la primera capilla que se habría de construir en el lugar. Lo mejor para ello son los turnos de final de año. No solo la época decembrina amerita celebrar, reírse, bailar y compartir, sino que los ha unido una buena causa: cada pueblo debe tener su Iglesia.

Las fiestas de aquella época son alegres y sencillas. Don Guillermo Vílchez es el encargado de disparar el mortero con la pólvora, infaltable en un turno que se precie de serlo. Luego, en la noche, le tocará hacer de guardián del puesto de la fiesta. En las tardes, la cimarrona es la destinada a poner el ritmo, y las mascaradas, que viene de San Pedro, de poner a correr a niños, jóvenes y adultos. La jornada finaliza con el matrimonio campesino, para cerrar, con broche de oro, las buenas razones para reírse de las bromas de los personajes y de la cotidianidad de la misma comunidad.

La madre de Celso Castro junto a algunas de las mujeres, tempranito en la mañana, son quienes despiertan el buen gusto de los vecinos con los aromas a picadillo, a olla de carne, a tamales y a otras delicias de la cocina costarricense. “Éramos pobres, casi no se veía el dinero como ahora, pero entre todos compartíamos y nos gustaban las fiestas de fin de año”, recuerda la esposa de don Memo. Algunas veces había tamaleada, si no se compraban en Aserrí, donde siempre han sido famosos y tradicionales. Los picadillos eran de papa, plátano, arracache, chayote y otras verduras. Mientras unos comían, otros bailaban con la gigantona o le corrían al diablo.

No podían faltar los desfiles de yuntas de bueyes. Los orgullosos dueños paseaban a sus animales exhibiendo la fuerza de estos y los cuidados y cariños que tenían con sus bestias, con su herramienta de trabajo. Tampoco había turno en Granadilla exento de carrera de cintas. A la primera que hubo —antes que las tierras fueran convertidas en cafetales y mucho antes que se transformaran en barriadas— asistieron cuarenta caballistas a un despliegue de velocidad y destreza.

Con el dinero que se iba recolectando, tanto de los turnos como de otras actividades, se compraba material que se debía traer en carreta, único modo de vencer los eternos barrizales. El terreno del primer templo, antes del actual, fue donado por Eustaquio Díaz y construido por Senén Delgado, Ramón Sánchez, Prudencio Días, Juanico y Memo (hijos de Juan Andrade) Rigo Díaz, Lencho Díaz, Alexis Andrade, Fernando Díaz, José Castro, entre otras personas. El altar de madera con que se coronó la obra, fue un regalo de la Iglesia de Santa Teresita, el que incluso se mantuvo por un tiempo en templo actual.

La vida comunitaria de fe y religiosidad se fue nutriendo poco a poco con la presencia de los padres jesuitas (P. Luis Martínez, P. Sosa, P. Luis Herrera) y en los primeros años, también con la visita del padre Palacios, que venía desde Curridabat. En esta última localidad se realizaban los funerales, lo que significaba el traslado del ataúd en volanta hasta el templo y luego al cementerio.

Al principio, se celebraba la eucaristía cada mes, aunque algunas personas se reunían durante la semana al rezo del rosario. Se celebraba especialmente, como recuerdan las personas mayores, los jueves de Corpus Christi, y algunas otras festividades litúrgicas durante el año.

Y como en todo templo o capilla, se necesita la ayuda invaluable de los sacristanes, parte importante de la animación de la comunidad, en Granadilla no podía haber excepciones. Los cuatro primeros en hacerse cargo del cuidado del lugar fueron José Castro, Toño Aguilar, Aníbal Portugués y Don Fernando Díaz (uno de los que más años estuvo sirviendo).

Así nació nuestra comunidad de Granadilla.  Unos orígenes muy humildes y sencillos, pintorescos y llenos de vida; donde el espíritu de comunidad, colaboración, fraternidad y alegría marcaban nuestras vidas.  Trabajamos y luchamos mucho.  Hoy nuevos retos de evangelización y construcción de la comunidad nos animan a seguir adelante. Que el pequeño reconocimiento a la historia nos anime a construir las alegrías y proyectos actuales.