“La agresión armada de estos días, como toda guerra, representa un ultraje a Dios, una traición blasfema al Señor de la Pascua”. En la audiencia general del Miércoles Santo, Francisco dedica su catequesis al tema de la paz que Jesús nos da en Pascua, radicalmente diferente de la paz que el mundo trata de construir con la fuerza y exhorta a ser portadores de la paz de Cristo con las “armas” del Evangelio: la oración, la ternura, el perdón y el amor gratuito al prójimo.
Cecilia Mutual – Ciudad del Vaticano
La paz que Cristo nos da: fue este el centro de la catequesis del Papa Francisco en la audiencia general del Miércoles Santo. En el día que marca el centro de la Semana Santa, Francisco explicó a los fieles romanos y peregrinos reunidos en el Aula Pablo VI, que los dos domingos que dan inicio y fin a esta semana – el Domingo de Ramos y el Domingo de Pascua – se caracterizan por “la fiesta que se hace en torno a Jesús”, pero son dos fiestas diferentes.
La paz gloriosa esperada por la gente no es la paz de Jesús
En la primera, precisa el Pontífice dando inicio a su reflexión, Cristo entra solemnemente en Jerusalén, acogido como el Mesías, portador de “paz y gloria”:
Esta era la paz esperada por esa gente: una paz gloriosa, fruto de una intervención real, la de un mesías poderoso que liberaría Jerusalén de la ocupación de los romanos. Otros, probablemente, soñaban el restablecimiento de una paz social y veían en Jesús el rey ideal, que daría de comer a la multitud con el pan, como ya había hecho, y realizado grandes milagros, llevando así más justicia al mundo.
La paz de Jesús sigue el camino de la mansedumbre
Pero Jesús nunca habla de esto – puntualiza el Santo Padre – porque “tiene delante de sí una Pascua diferente”. De hecho, elige de entrar en Jerusalén sobre un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre, porque “la forma de hacer de Dios es diferente a la del mundo”. Es así como Cristo lleva la paz en el mundo, a través de la mansedumbre y la docilidad, representadas en ese pollino atado:
La paz que Jesús nos da en Pascua no es la paz que sigue las estrategias del mundo, que cree obtenerla por la fuerza, con las conquistas y con varias formas de imposición. Esta paz, en realidad, es solo un intervalo entre las guerras. La paz del Señor sigue el camino de la mansedumbre y de la cruz: es hacerse cargo de los otros. Cristo, de hecho, ha tomado sobre sí nuestro mal, nuestro pecado y nuestra muerte. Así nos ha liberado. Su paz no es fruto de algún acuerdo, sino que nace del don de sí. Esta paz mansa y valiente, sin embargo, es difícil de acoger. De hecho, la multitud que alababa a Jesús es la misma que unos días después grita “Crucifícale” y, asustada y desilusionada, no mueve un dedo por Él.
Deja una respuesta