Lecturas del día 22 de Marzo de 2022
Primera Lectura
En aquel tiempo, Azarías oró al Señor, diciendo:
“Señor, Dios nuestro, no nos abandones nunca;
por el honor de tu nombre no rompas tu alianza;
no apartes de nosotros tu misericordia,
por Abraham, tu amigo,
por Isaac, tu siervo,
por Jacob, tu santo,
a quienes prometiste multiplicar su descendencia,
como las estrellas del cielo y las arenas de la playa.
Pero ahora, Señor, nos vemos empequeñecidos
frente a los demás pueblos
y estamos humillados por toda la tierra,
a causa de nuestros pecados.
Ahora no tenemos príncipe ni jefe ni profeta;
ni holocausto ni sacrificio ni ofrenda ni incienso;
ni lugar donde ofrecerte las primicias y alcanzar misericordia.
Por eso, acepta nuestro corazón adolorido
y nuestro espíritu humillado,
como un sacrificio de carneros y toros,
como un millar de corderos cebados.
Que ése sea hoy nuestro sacrificio
y que sea perfecto en tu presencia,
porque los que en ti confían no quedan defraudados.
Ahora te seguiremos de todo corazón;
te respetamos y queremos encontrarte;
no nos dejes defraudados.
Trátanos según tu clemencia
y tu abundante misericordia.
Sálvanos con tus prodigios
y da gloria a tu nombre”.
Salmo Responsorial
R. (6a) Sálvanos, Señor, tú que eres misericordioso.
Descúbrenos, Señor, tus caminos,
guíanos con la verdad de tu doctrina.
Tú eres nuestro Dios y salvador
y tenemos en ti nuestra esperanza.
R. Sálvanos, Señor, tú que eres misericordioso.
Acuérdate, Señor, que son eternos
tu amor y tu ternura.
Según ese amor y esa ternura,
acuérdate de nosotros.
R. Sálvanos, Señor, tú que eres misericordioso.
Porque el Señor es recto y bondadoso,
indica a los pecadores el sendero,
guía por la senda recta a los humildes
Y descubre a los pobres sus caminos.
R. Sálvanos, Señor, tú que eres misericordioso.
Aclamación antes del Evangelio
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Todavía es tiempo, dice el Señor,
Arrepiéntanse de todo corazón y vuélvanse a mí,
que soy compasivo y misericordioso.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contestó: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”.
Entonces Jesús les dijo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.
Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía: ‘Págame lo que me debes’. El compañero se le arrodilló y le rogaba: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.
Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: ‘Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?’ Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.
Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”.
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
¿Cuántas veces en nuestra vida hemos rezado el Padrenuestro? Probablemente, miles de veces. Pues miles de veces hemos repetido “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Ahora bien, ¿Somos conscientes de lo que en esta petición le estamos diciendo a Dios? Si ponemos atención a la petición, la responsabilidad nuestra es muy grande porque le estamos pidiendo lo mismo (y en la misma medida) que nosotros hemos dado a los demás.
El evangelio de hoy nos sitúa en el tema del perdón a los que nos han ofendido o hecho algún daño. Una de las cuestiones más difíciles de nuestra vida y, sin embargo, más necesarias en nuestra convivencia con los demás, porque sin el perdón no puede haber armonía en nuestras relaciones interpersonales. Todos queremos ser comprendidos en nuestra forma de actuar y que no nos interpreten mal. Y sobre todo, que nos disculpen y perdonen cuando cometemos errores; pero se nos hace muy difícil aceptar a los demás con sus defectos y debilidades, y perdonarlos cuando se equivocan.
Lastimosamente en el corazón humano está muy arraigado el principio: “Venganza, sí; perdón, no”. Por eso las guerras y los enfrentamientos son constantes en el mundo; por eso hay tanta violencia a nuestro alrededor. A la luz del evangelio de hoy es importante que examinemos cómo está nuestro corazón en capacidad de comprender las debilidades y defectos de los demás; cuánto somos capaces de perdonar cuando alguien nos ofende o nos hace algún daño.
Y aunque somos conscientes de que es difícil, debemos pedir la gracia de Dios y tener la disposición para hacerlo. Pero es importante encontrarle sentido al perdón: debemos perdonar porque Dios nos perdona a nosotros. Jesús nos pone como referente y fundamento de nuestro perdón el perdón que recibimos del Padre. Las palabras de Jesús nos ayudan a descubrir cómo es la “justicia” de Dios. El Papa Francisco nos enseña que la omnipotencia de Dios es su misericordia y su perdón. Con toda razón decimos que perdonar es divino.
En el evangelio de hoy Pedro pregunta a Jesús cuántas veces tiene que perdonar. Y Jesús le responde que el perdón no puede ser a medias, sino total y siempre; un perdón “perfecto”, pues el siete es el número de la perfección. Por tanto, al hablar del perdón, lo primero que debemos examinar no es cuántas veces hay que perdonar, sino cómo perdonamos. Lo primero que debemos reflexionar es el modo en que nosotros perdonamos. Y esto es muy importante porque en nuestro medio escuchamos muchas veces la expresión “Yo perdono, pero no olvido”, u otras expresiones semejantes.
Para corroborar sus palabras Jesús propone la parábola de los dos deudores. En ella se plasma con claridad la desproporción y la incoherencia de aquel que debía una cantidad enorme a su señor (algo así como diez mil monedas de oro), pero fue perdonado. En cambio, este a su vez fue incapaz de perdonar a su compañero que le debía una pequeña cantidad. Es la desproporción y la incoherencia con la que a veces actuamos: le pedimos a Dios algo, que luego nosotros somos incapaces de dar a nuestros hermanos.
Las palabras de Jesús debieron desconcertar a sus oyentes, pues la venganza era una ley sagrada en todo el Antiguo Oriente y el perdón se consideraba algo humillante. La ley del talión era vista como una cuestión de justicia y equidad. Sin embargo, Jesús enseña a sus discípulos algo nuevo, distinto; enseña que debe haber siempre una actitud de perdón y que éste debe ser ilimitado. Quien ha experimentado la misericordia del Padre en su vida, no puede ser mezquino con sus hermanos; no puede andar calculando los límites y la medida del perdón y la misericordia hacia los demás.
El evangelio de hoy nos recuerda algo que conocemos por propia experiencia: que Dios perdona sin límites al arrepentido y convertido. El final negativo y triste de la parábola, con todo, hace honor a la justicia y pone de manifiesto la veracidad de aquella otra sentencia de Jesús: traten a los demás como quieren que los traten a ustedes; o bien, con la medida que midan a los demás, serán medidos ustedes.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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