Lecturas del 21 de Marzo de 2022
Primera Lectura
En aquellos días, Naamán, general del ejército de Siria, gozaba de la estima y del favor de su rey, pues por su medio había dado el Señor la victoria a Siria. Pero este gran guerrero era leproso.
Sucedió que una banda de sirios, en una de sus correrías, trajo cautiva a una jovencita, que pasó luego al servicio de la mujer de Naamán. Ella le dijo a su señora: “Si mi señor fuera a ver al profeta que hay en Samaria, ciertamente él lo curaría de su lepra”.
Entonces fue Naamán a contarle al rey, su señor: “Esto y esto dice la muchacha israelita”. El rey de Siria le respondió: “Anda, pues, que yo te daré una carta para el rey de Israel”. Naamán se puso en camino, llevando de regalo diez barras de plata, seis mil monedas de oro, diez vestidos nuevos y una carta para el rey de Israel que decía: “Al recibir ésta, sabrás que te envío a mi siervo Naamán, para que lo cures de la lepra”.
Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras exclamando: “¿Soy yo acaso Dios, capaz de dar vida o muerte, para que éste me pida que cure a un hombre de su lepra? Es evidente que lo que anda buscando es un pretexto para hacerme la guerra”.
Cuando Eliseo, el hombre de Dios, se enteró de que el rey había rasgado sus vestiduras, le envió este recado: “¿Por qué rasgaste tus vestiduras? Envíamelo y sabrá que hay un profeta en Israel”. Llegó, pues, Naamán con sus caballos y su carroza, y se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo. Éste le mandó decir con un mensajero: “Ve y báñate siete veces en el río Jordán, y tu carne quedará limpia”. Naamán se alejó enojado, diciendo: “Yo había pensado que saldría en persona a mi encuentro y que, invocando el nombre del Señor, su Dios, pasaría la mano sobre la parte enferma y me curaría de la lepra. ¿Acaso los ríos de Damasco, como el Abaná y el Farfar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No podría bañarme en ellos y quedar limpio?” Dio media vuelta y ya se marchaba, furioso, cuando sus criados se acercaron a él y le dijeron: “Padre mío, si el profeta te hubiera mandado una cosa muy difícil, ciertamente la habrías hecho; cuanto más, si sólo te dijo que te bañaras y quedarías sano”.
Entonces Naamán bajó, se bañó siete veces en el Jordán, como le había dicho el hombre de Dios, y su carne quedó limpia como la de un niño. Volvió con su comitiva a donde estaba el hombre de Dios y se le presentó, diciendo: “Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel”.
Salmo Responsorial
R. (41, 3) Estoy sediento del Dios que da la vida.
Como el venado busca
El agua de los ríos,
así, cansada, mi alma
te busca a ti, Dios mío. R.
R. Estoy sediento del Dios que da la vida.
Del Dios que da la vida
está mi ser sediento.
¿Cuándo será posible
ver de nuevo su templo? R.
R. Estoy sediento del Dios que da la vida.
Envíame, Señor, tu luz y tu verdad;
que ellas se conviertan en mi guía
y hasta tu monte santo me conduzcan,
allí donde tú habitas. R.
R. Estoy sediento del Dios que da la vida.
Al altar del Señor me acercaré,
al Dios que es mi alegría,
y a mi Dios, el Señor, le daré gracias
al compás de la cítara. R.
R. Estoy sediento del Dios que da la vida.
Aclamación antes del Evangelio
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Confío en el Señor y en sus palabras,
porque del Señor viene la misericordia y la redención.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús llegó a Nazaret, entró a la sinagoga y dijo al pueblo: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, que era de Siria”.
Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta una saliente del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí.
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
La escena del evangelio de hoy está situada en la sinagoga de Nazaret. La escena es más amplia; el evangelio de hoy nos presenta la, que podríamos decir, segunda parte. Recordemos que Jesús llegó a la sinagoga de Nazaret, le entregaron el libro del Profeta Isaías para que hiciera la lectura y Él leyó un pasaje que anuncia su persona y su misión. A partir de esta lectura Jesús proclama ser el Ungido y anuncia su misión; proclama que esa Escritura que acaba de leer se cumple allí y ahora. Jesús se autoproclama el Ungido del Señor que viene a traer la Buena Noticia a los pobres.
Tratemos de imaginarnos a Jesús en la sinagoga de Nazaret, en medio sus paisanos, de la gente que le había visto crecer, recordando a un Dios Padre de todos los que confían en Él. El Espíritu Santo que guía a Jesús y la palabra del profeta Isaías son como la chispa que enciende el fuego de la misión de Jesús fuera de su pequeño pueblo.
San Lucas pone en esta primera escena de la vida pública de Jesús el rechazo de sus mismos coterráneos, como anuncio del rechazo del pueblo judío contra él: un rechazo que culminará con la muerte en la cruz. Así, lo que comenzó siendo simpatía y admiración, por parte de su misma gente, se cambia en hostilidad. Desprecian a Jesús porque para ellos es solamente es el hijo de José y no ha tenido maestros que puedan garantizar su conocimiento de la Escritura. El odio contra Jesús crece y sus paisanos intentan eliminarlo tirándolo por un barranco, “pero él, abriéndose paso entre ellos, se marchó”. En este gesto hay como un anticipo de su resurrección.
Pues bien, vayamos al fondo de esto: ante el anuncio de Jesús, algunos de sus paisanos quedan admirados, otros confundidos y otros interrogan su identidad: ¿cómo va a ser el Ungido del Señor el hijo del carpintero? Jesús es rechazado en su propia tierra al presentar su proyecto del Reino de Dios. Él es consciente que ningún profeta es aceptado en su pueblo, por ello, para explicar su plan como buen pedagogo que era, recurre al ejemplo de dos profetas del Antiguo Testamento bien conocidos por sus oyentes: Elías, padre de la profecía y Eliseo, su discípulo. Estos profetas del siglo noveno antes de Cristo realizaron grandes milagros a personas no pertenecientes al pueblo de Israel: el primero a una viuda de Sarepta; el segundo, a Naamán el sirio. Con sus signos, estos hombres inspirados por Dios manifestaron que la salvación no estaba limitada al llamado pueblo de Dios, sino que estaba abierta a las gentes de todos los pueblos.
El evangelio de san Lucas, cuya comunidad pertenece a la gentilidad, también está mostrando que esta Buena Noticia salvadora de Jesús no está cerrada a unos pocos, ni a su pueblo, ni a los galileos, ni a los judíos. La Buena Noticia es para todos y todas, independientemente de su etnia, religión o nacionalidad y tiene que llegar a todo el mundo. Por ello, Jesús no se deja intimidar por nada ni por nadie y se abre paso entre ellos para seguir su camino.
El evangelio de hoy nos interpela y suscita en nosotros algunos interrogarnos: ¿Me creo que la Buena Noticia de Jesús es un mensaje portador de sentido de la vida para todos los seres humanos? ¿Procuro ser parte de esa “Iglesia en salida” (anunciada por el Papa Francisco) que va más allá de los muros de nuestros templos para hacer llegar a “los de fuera” “la alegría del evangelio que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”?
El evangelio de hoy también nos hace caer en la cuenta de que es muy difícil entender el Nuevo Testamento sin conocer el Antiguo Testamento. El primero es cumplimiento y superación del segundo, y hace continuas alusiones, explicitas o implícitas, al mismo. ¿Procuro formarme en el estudio, tanto en el Nuevo Testamento como en el Antiguo, para entender en profundidad la Palabra de Dios y su Buena Noticia salvadora?
Que Dios los bendiga y los proteja.
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