marzo 11, 2022 in Evangelios

Lecturas del 11 de Marzo de 2022

Primera Lectura

Ez 18, 21-28

Esto dice el Señor: “Si el pecador se arrepiente de los pecados cometidos, guarda mis preceptos y practica la rectitud y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá; no me acordaré de los delitos que cometió; vivirá a causa de la justicia que practicó. ¿Acaso quiero yo la muerte del pecador, dice el Señor, y no más bien que enmiende su conducta y viva?

Si el justo se aparta de su justicia y comete maldad, no se recordará la justicia que hizo. Por la iniquidad que perpetró, por el pecado que cometió, morirá. Y si dice: ‘No es justo el proceder del Señor’, escucha, casa de Israel: ¿Conque es injusto mi proceder? ¿No es más bien el proceder de ustedes el injusto?

Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere; muere por la maldad que cometió. Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se aparta de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá”.

Salmo Responsorial

Salmo 129, 1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8

R. (3) Perdónanos, Señor, y viviremos.
Desde el abismo de mis pecados clamo a ti;
Señor, escucha mi clamor;
que estén atentos tus oídos
a mi voz suplicante.

R. Perdónanos, Señor, y viviremos.
Si conservaras el recuerdo de las culpas,
¿quién habr
ía, Señor, que se salvara?
Pero de ti procede el perdón,
por eso con amor te veneramos.

R. Perdónanos, Señor, y viviremos.
Confío en el Señor,
mi alma espera y conf
ía en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
mucho más que la aurora el centinela.

R. Perdónanos, Señor, y viviremos.
Como aguarda a la aurora el centinela,
Aguarde Israel al Se
ñor,
porque del Señor viene la misericordia
y la abundancia de la redención,
y él redimirá a su pueblo
de todas sus iniquidades.

R. Perdónanos, Señor, y viviremos.

Aclamación antes del Evangelio

Ez 18, 31

R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Purifíquense de todas sus iniquidades;
renueven su corazón y su espíritu, dice el Señor.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús

Evangelio

Mt 5, 20-26

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.

Han oído que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.

Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda.

Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor

Reflexión

Hermanas y hermanos

Cuando escuchamos el llamado a la conversión, puede ser que no nos sintamos aludidos y pensemos que eso es para otras personas: persona que viven “alejadas” de Dios, que tal vez lleven una vida desordenada o claramente en situaciones de pecado. La conversión, por tanto, la vemos como algo ajeno a nosotros. Algunas personas pueden creer que son buenas cristianas porque cumplen con todo lo que las leyes de la Iglesia mandan; o, al menos, se esfuerzan y ya con eso es suficiente.

Sin embargo, si ponemos atención al evangelio de hoy y lo tomamos en serio, nos daremos cuenta de cuánto nos falta para ser buenos cristianos y no necesitar conversión. Si nuestra vida cristiana se reduce a cumplir leyes, tradiciones y devociones, todavía nos falta bastante para ser buenos cristianos y cristianas. Las palabras de Jesús son fuertes: “Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de Dios”.

Jesús nos propone una justicia superior a la de los escribas y de los fariseos. ¿A qué se refiere? La justicia de los escribas se basaba en el conocimiento profundo de la Ley y la justicia de los fariseos se basaba en la observancia escrupulosa de sus preceptos. Unos y otros consideraban que eso era suficiente para ser buenos creyentes y agradar a Dios. Por lo tanto, no necesitaban conversión ni hacer ningún cambio en sus vidas.

Jesús no dice que eso sea malo. No descalifica esa actitud, sino que nos invita a ir más allá de eso. Él no quiere que sus discípulas y discípulos nos conformemos con esa actitud externa, que no nace del corazón y no es expresión de amor, porque busca su propia auto-justificación. Con la que después se acusa y condena a los que, siendo débiles, o estando en situación de necesidad no logran cumplir con tantos preceptos. Superior a esta justicia que se funda sólo en el saber o el hacer, es la del amor, que va más allá de mínimos y que siempre aspira al máximo.

Efectivamente, Jesús nos invita a superar cualquier legalismo. La Ley de Moisés apunta al mínimo necesario para ser coherente con la fe y para garantizar la convivencia entre las personas; pero el cristiano, instruido por Jesucristo y lleno del Espíritu Santo, ha de procurar superar este mínimo para llegar al máximo posible del amor. Sólo la vivencia de un amor auténtico nos puede llevar al máximo: a la tolerancia, al perdón, a la entrega generosa, al servicio desinteresado, al amor a los enemigos…

Y la raíz de ese amor está en el corazón humano. Es ahí donde brota lo bueno y lo malo. “Todo el que se enoje con su hermano…”. Pongamos atención a la importancia de la palabra “hermano” en los ejemplos que pone Jesús. Se mata al hermano en el corazón, con los pensamientos y los sentimientos, con la indiferencia. Se mata al hermano con las palabras injuriosas y despectivas. Como tanto insiste el papa Francisco: “la murmuración es una actitud asesina, porque mata, acaba con la gente, acaba con la ‘fama’ de la gente”. Además, “cuando hablamos mal de los demás, les quitamos el rostro de la Belleza de Dios y les ponemos la máscara de la fealdad del mal. Nos volvemos ‘feos’ también, mirándonos en el espejo manchado con la sangre del hermano al que matamos con la lengua”.

El sentido de la justicia que nos propone Jesús en el evangelio de hoy es exigente ya que implica vivir con amor. El amor siempre tiene algo de “desmesura”, tiene siempre un “algo más”. El camino de conversión cuaresmal nos lleva a reubicar nuestra vida en ese amor evangélico de gratuidad y entrega. Esa “reforma del corazón”, quizás la más urgente y necesaria en nuestra vida y en nuestras comunidades cristianas, es la gracia a pedir con insistencia en este tiempo de preparación a la Pascua. Sólo así superaremos la justicia de los escribas y fariseos; sólo así nos identificaremos con Jesús y podremos decir que vivimos en el amor de Dios Padre.
Que Dios los bendiga y los proteja.




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