febrero 19, 2022 in Evangelios

Lecturas del día 19 de Febrero de 2022

"Transfiguration" by Carl H. Bloch, Danish Painter, 1834-1890. Oil on Copper Plate. Public domain. Source: www.carlbloch.com.

Primera lectura

Sant 3, 1-10

Hermanos míos: Que no se pongan tantos de ustedes a enseñar como maestros, pues a los que enseñamos se nos juzgará con mayor severidad.

Todos fallamos en muchas cosas y quien no falla al hablar es hombre perfecto, capaz de dominar todo su cuerpo. Piensen que a los caballos les ponemos el freno en el hocico para hacerlos obedecer y para dirigir, así, todo su cuerpo. Fíjense también en los barcos: son muy grandes, los empujan vientos muy fuertes, y sin embargo, el piloto los dirige a su arbitrio, por medio de un pequeñísimo timón. Pues lo mismo pasa con la lengua: es un órgano muy pequeño y se cree capaz de grandes cosas.

Bien saben ustedes además, que un fuego insignificante incendia todo un bosque. Pues la lengua es un fuego y encierra en sí todo un mundo de maldad. Es uno de nuestros órganos, y sin embargo, contamina al cuerpo entero; prendida por el infierno, incendia todo el curso de nuestra existencia.

Por otra parte, toda clase de fieras y aves, de reptiles y animales marinos se pueden domar y han sido domados por el hombre; pero ningún hombre ha podido domar la lengua, que es una constante amenaza, cargada de veneno mortal. Con la lengua bendecimos al que es nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, creados a imagen de Dios. De la misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos, esto no debe ser así.

Salmo Responsorial

Del Salmo 11

R. Tú nos protegerás, Señor.
Sálvanos tú, Señor, porque ya no hay
ni bondad ni lealtad entre los hombres.
No hacen más que mentirse unos a otros,
siempre hablan con doblez sus corazones. R.
R. Tú nos protegerás, Señor.
Extermina, Señor, a los hipócritas
y a los que dicen, fanfarrones:
“La lengua es nuestra fuerza,
¿quién será el que se atreva a darnos órdenes?” R.
R. Tú nos protegerás, Señor.

Tus palabras, Señor, sí son sinceras,
son plata refinada siete veces.
Tú nos protegerás, Señor,
nos librarás de esta gente para siempre.
 R.
R. Tú nos protegerás, Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Mt 17, 5

R. Aleluya, aleluya.
En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre, que decía:
“Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”.
R. Aleluya.

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados.

Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”. En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de ‘resucitar de entre los muertos’.

Le preguntaron a Jesús: “¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?” Él les contestó: “Si fuera cierto que Elías tiene que venir primero y tiene que poner todo en orden, entonces ¿cómo es que está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Por lo demás, yo les aseguro que Elías ha venido ya y lo trataron a su antojo, como estaba escrito de él”.

Palabra de dios, te alabamos Señor

Reflexión

Hermanas y hermanos

El evangelio que acabamos de escuchar se sitúa en un momento delicado en la vida del grupo de los discípulos de Jesús.   Están viviendo un momento de crisis. Justo antes, Jesús les había manifestado claramente “que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho por causa de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas, y ser llevado a la muerte y resucitar al tercer día”. Pero, además, les había dicho con toda crudeza, que “si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará”.  Esto produjo temor, desconcierto y crisis en los discípulos.

Por eso, ahora quiere alimentar su esperanza, manifestando su gloria ante Pedro, Santiago y Juan. Sube a un monte alto, acompañado en primer lugar por tres discípulos, de modo análogo a como Moisés subió al monte Sinaí acompañado por Aarón, Nadab y Abihú, seguidos por los ancianos del pueblo. Estos mismos tres apóstoles serían aquellos a los que llamaría en el Getsemaní para que lo acompañasen más de cerca, mientras los demás quedaban algo más retirados del lugar donde Jesús rezaba en agonía. Contrastan las escenas de esplendor gozoso y sufrimiento angustiado en las que Pedro, Santiago y Juan lo acompañan, pero, a la vez, ambas están inseparablemente relacionadas. No hay gloria sin cruz.

Moisés y Elías, que habían contemplado la gloria de Dios y recibido su revelación en el monte llamado Horeb o Sinaí, acompañaban a Jesús en este monte alto cuando “se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la luz”. Ahora contemplan la gloria y hablan con aquel que es la revelación de Dios en persona.

Pedro no puede acallar su alegría y exclama: “Señor, qué bien estamos aquí; si quieres haré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Su petición expresa el deseo de todo corazón humano de permanecer para siempre contemplando con gozo la gloria de Dios. A eso hemos sido llamados, a la bienaventuranza.

Desde la nube de luz que los envuelve se oyen unas palabras llenas de significado: “Éste es mi Hijo Amado, escúchenle”. La expresión “mi Hijo, el Amado”, es un eco de aquella en la que Dios se dirige a Abrahán para pedirle que le sacrifique a su hijo Isaac: toma a “tu hijo, el amado”. De este modo se establece un paralelo entre la dramática escena del Génesis en la que Abrahán está dispuesto a sacrificar a Isaac, que lo acompaña sin resistencia, y el drama que se consumará en el Calvario donde Dios Padre ofreció a su Hijo en sacrificio asumido voluntariamente para la redención del género humano.

En efecto, en la escena de la Transfiguración la Iglesia ha visto una preparación de los apóstoles para sobrellevar el escándalo de la Cruz. Por su parte, el añadido “escúchenle” tiene resonancias claras de las palabras que el Señor dirige a Moisés en el Deuteronomio: “el Señor, tu Dios, suscitará de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo; a él habrán de escuchar”. Aquel que es el Hijo al que su padre Dios entrega a la muerte, Jesús, es a la vez aquel Profeta como Moisés al que hay que escuchar.

“De este episodio de la Transfiguración quisiera tomar dos elementos significativos (decía el Papa Francisco), que sintetizo en dos palabras: subida y descenso. Nosotros necesitamos ir a un lugar apartado, subir a la montaña en un espacio de silencio, para encontrarnos a nosotros mismos y percibir mejor la voz del Señor. Esto hacemos en la oración. Pero no podemos permanecer allí. El encuentro con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a ‘bajar de la montaña’ y volver a la parte baja, a la llanura, donde encontramos a tantos hermanos afligidos por fatigas, enfermedades, injusticias, ignorancias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que atraviesan dificultades, estamos llamados a llevar los frutos de la experiencia que hemos tenido con Dios, compartiendo la gracia recibida”.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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