diciembre 18, 2024 in Evangelios

Evangelio del 19 de diciembre del 2024 según Lucas 1, 5-25

Primera lectura

Lectura del libro de los Jueces 13, 2-7. 24-25a

 

En aquellos días, había en Sorá un hombre de estirpe danita, llamado Manoj. Su esposa era estéril y no tenía hijos.

El ángel del Señor se apareció a la mujer y le dijo:
«Eres estéril y no has engendrado. Pero concebirás y darás a luz un hijo. Ahora guárdate de beber vino o licor, y no comas nada impuro, pues concebirás y darás a luz un hijo. La navaja no pasará por su cabeza, porque el niño será un nazir de Dios desde el seno materno. Él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos».

La mujer dijo al esposo:
«Ha venido a verme un hombre de Dios. Su semblante era como el semblante de un ángel de Dios, muy terrible. No le pregunté de dónde era, ni me dio a conocer su nombre. Me dijo: “He aquí que concebirás y darás a luz un hijo. Ahora, pues, no bebas vino o licor, y no comas nada impuro; porque el niño será nazir de Dios desde el seno materno hasta el día de su muerte”».

La mujer dio a luz un hijo, al que puso de nombre Sansón. El niño creció, y el Señor lo bendijo. El espíritu del Señor comenzó a agitarlo.

 

Salmo de hoy

Salmo 70,3-4a.5-6ab.16-17 R/. Que mi boca esté llena de tu alabanza y cante tu gloria

 

Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R/.

Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R/.

Contaré tus proezas, Señor mío;
narraré tu justicia, tuya entera.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R/.

 

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 5-25

 

En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel.

Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.

Una vez que Zacarías oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.

Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor.

Pero el ángel le dijo:
«No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, “para convertir los corazones de los padres hacia los hijos”, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».

Zacarías replicó al ángel:
«¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada».

Respondiendo el ángel, le dijo:
«Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno».

El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo.

Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo:
«Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mí para quitar mi oprobio ante la gente».

Reflexión

Lucas 1, 5-25 nos sitúa en un contexto marcado por la humildad y la perseverancia de Zacarías e Isabel. Ambos, “justos ante Dios”, han recorrido un camino largo y silencioso, cumpliendo los mandamientos sin que se cumplieran sus anhelos de tener un hijo. La historia no arranca entre lujos y honores, sino en la fe serena de un matrimonio anciano, fiel pese a la ausencia de descendencia, algo que era percibido en su época como una señal de desdicha.

Cuando Zacarías entra en el santuario, designado para el servicio a Dios, la rutina sagrada se ve interrumpida de un modo extraordinario: aparece el ángel Gabriel con un mensaje inesperado. Lo que parecía imposible –una vida nueva brotando del vientre estéril de Isabel– se convierte en promesa divina. Esta buena noticia no solo llenará de gozo a sus padres, sino que preparará el camino para el Mesías. Juan, el niño anunciado, vendrá a allanar senderos, a llamar a la conversión del corazón, cumpliendo las antiguas promesas. En su figura se unen la esperanza del pasado y el futuro cercano de salvación.

Sin embargo, a pesar de su fidelidad, Zacarías duda. Ante la grandeza del anuncio, su mente se aferra a la lógica humana: “¿Cómo estaré seguro? Soy viejo, y mi mujer de edad avanzada”. De inmediato, el ángel señala su falta de fe. No se trata de que Zacarías sea malo, sino humano: incluso una persona justa puede vacilar frente a lo inexplicable. Esta reacción nos recuerda que la fe se forja, muchas veces, en medio de la sorpresa que rompe nuestros esquemas. Al quedar mudo, Zacarías experimenta un silencio que lo lleva a la reflexión. En la quietud forzada, su corazón tendrá el tiempo y el espacio para comprender el obrar de Dios que supera los límites humanos.

Al final, Isabel concibe. En su humilde recogimiento, reconoce que el Señor se ha fijado en ella, borrando su antigua vergüenza. Así, la historia avanza hacia la concreción de las promesas. Este pasaje nos invita a confiar en que el plan divino puede manifestarse en los rincones más discretos de la vida, a través de personas sencillas que jamás imaginaron protagonizar algo tan grande. También nos alienta a perseverar en la fe, aun cuando el silencio y el paso del tiempo parezcan indicar lo contrario. El anuncio a Zacarías e Isabel es un recordatorio de que Dios no olvida, y que en su momento oportuno, su Palabra fructifica allí donde no creíamos posible que brotara la esperanza.




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