Evangelio del 12 de diciembre del 2024 según san Lucas 1, 39-47
Bieventurada Virgen María de Guadalupe, Patrona de América Fiesta
Lectura del libro de Isaías Is 7, 10-14; 8, 10b
En aquellos días, el Señor habló a Acaz y le dijo: “Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo”. Respondió Acaz: “No lo pido, no quiero tentar al Señor”. Entonces dijo Isaías: “Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, porque con nosotros está Dios”. Palabra de Dios.
Salmo responsorial Sal 66, 2-3. 5. 7-8 (R.: 4)
R/. Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Que Dios tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.
R/. Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Que canten de alegría las naciones, porque rige el mundo con justicia y gobiernas las naciones de la tierra. R/.
R/. Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor, nuestro Dios. Que Dios nos bendiga; que le teman todos los confines de la tierra. R/.
R/. Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-47
En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá”. María dijo: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador”. Palabra del Señor.
Reflexión
Hoy, la Iglesia dirige su mirada hacia Nuestra Señora de Guadalupe, un título que expresa la cercanía maternal de la Madre de Dios con los pueblos del continente americano. Al igual que en la escena evangélica, María vuelve a “visitar” a un pueblo específico, en un contexto concreto, para confirmar y engrandecer la fe. La aparición en el Tepeyac no es un episodio aislado, sino la prolongación del abrazo divino sobre una cultura que anhelaba plenitud y consuelo. En esta manifestación mariana, la Virgen adopta las facciones, la lengua y la sensibilidad de quienes la contemplan, revelando que la Buena Noticia no es extraña ni ajena, sino que echa raíces en la cotidianidad de cada comunidad.
Celebrar a Nuestra Señora de Guadalupe es rememorar el poder de una visita que no sólo trae bendiciones, sino que impulsa una síntesis de culturas, una renovación en la fe y un diálogo fecundo entre lo humano y lo divino. Ante su mirada dulce y penetrante, hombres y mujeres reconocen que la salvación no es un concepto lejano, sino una realidad que se hace palpable en medio de sus vidas. María vuelve, una y otra vez, a erguirse como signo maternal de la presencia de Dios que suscita confianza, fecunda la esperanza y nos envuelve en el manto protector de su amor inquebrantable.
En el pasaje que contemplamos hoy, María se pone en camino hacia la casa de Isabel, emprendiendo un recorrido a través de la región montañosa. Este itinerario no es simplemente geográfico, sino profundamente espiritual: el diálogo entre ambas mujeres se convierte en un encuentro entre la fe en germen y la promesa ya encarnada. Isabel, quien porta en su seno al precursor, percibe la presencia de Aquella que lleva en su vientre a El Salvador del mundo. La respuesta no se hace esperar: su hijo no nacido salta de júbilo, y ella, colmada del Espíritu Santo, proclama una bendición que exalta la maternidad de María. La escena se transforma en una danza sagrada de la gracia, donde cada palabra y cada gesto testimonian la irrupción de la misericordia divina en la historia humana.
Esta experiencia, tejida de gozo, reconocimiento mutuo y sumisión a la voluntad de Dios, nos presenta a María como portadora de una Presencia que desborda las expectativas y revitaliza la esperanza. Su saludo no es mera cortesía; es un despertar interior que confirma la promesa, un eco de la Palabra que despliega su energía transformadora. María, la “llena de gracia”, contagia paz y alegría, suscitando en Isabel una alabanza vibrante y auténtica. Esta escena, breve pero intensa, nos recuerda que la fe se transmite con la sencillez de una visita, con el calor de un encuentro y con la humildad de sabernos instrumentos de la acción divina.
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