Evangelio del 22 de noviembre del 2024 según Lucas 19, 45-48
Memoria de Santa Cecilia, virgen y mártir
Lectionary: 501
Primera lectura
Yo, Juan, oí de nuevo la voz que ya me había hablado desde el cielo, y que me decía: “Ve a tomar el librito abierto, que tiene en la mano el ángel que está de pie sobre el mar y la tierra”.
Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el librito. Él me dijo: “Tómalo y cómetelo. En la boca te sabrá tan dulce como la miel, pero te amargará las entrañas”.
Tomé el librito de la mano del ángel y me lo comí. En la boca me supo tan dulce como la miel; pero al tragarlo, sentí amargura en las entrañas. Entonces la voz me dijo: “Tienes que volver a anunciar lo que Dios dice acerca de muchos pueblos, naciones y reyes”.
Salmo Responsorial
R. (103a) Mi alegría es cumplir tus mandamientos.
Más me gozo cumpliendo tus preceptos
que teniendo riquezas.
Tus mandamientos, Señor, son mi alegría,
ellos son también mis consejeros. R.
R. Mi alegría es cumplir tus mandamientos.
Para mí valen más tus enseñanzas
que miles de monedas de oro y plata.
¡Qué dulces al paladar son tus promesas!
Más que la miel en la boca. R.
R. Mi alegría es cumplir tus mandamientos.
Tus preceptos son mi herencia perpetua,
la alegría de mi corazón.
Hondamente suspiro, Señor,
por guardar tus mandamientos. R.
R. Mi alegría es cumplir tus mandamientos.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor;
yo las conozco y ellas me siguen.
R. Aleluya.
Evangelio
Aquel día, Jesús entró en el templo y comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban allí, diciéndoles: “Está escrito: Mi casa es casa de oración; pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones”.
Jesús enseñaba todos los días en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los jefes del pueblo, intentaban matarlo, pero no encontraban cómo hacerlo, porque todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras.
Reflexión
El pasaje de Lucas 19, 45-48 nos traslada al templo de Jerusalén, el lugar más sagrado para el pueblo de Israel, pero que en este momento histórico se había convertido en un espacio distorsionado por el comercio y la ambición. Jesús, lleno de celo por la pureza del culto a Dios, actúa con firmeza al expulsar a los vendedores, recordando que este era un lugar de oración y no un mercado. Este gesto no es solo una acción simbólica, sino una manifestación del deseo de Dios de restablecer el orden y la santidad en aquello que le pertenece.
Las palabras de Jesús resuenan como un llamado a revisar nuestras intenciones y actitudes. ¿Qué ocupa el espacio sagrado de nuestro corazón? Así como el templo había sido transformado en algo ajeno a su propósito original, también nuestra vida puede llenarse de distracciones que nos alejan del encuentro pleno con Dios. El templo de nuestra alma requiere atención y cuidado, para que sea un lugar digno donde habite el Señor.
El evangelio también muestra la reacción de los líderes religiosos, quienes buscaban cómo deshacerse de Jesús porque su mensaje los confrontaba. Esta oposición refleja lo difícil que puede ser aceptar las verdades que desafían nuestras costumbres y estructuras. Sin embargo, la enseñanza de Jesús sigue siendo clara: Dios desea una relación auténtica con nosotros, libre de hipocresías y superficialidades.
Hoy es un momento oportuno para evaluar nuestras prioridades y acciones. Permitir que Cristo purifique nuestro interior es una invitación a vivir con mayor coherencia y entrega. Al igual que el templo fue restaurado a su propósito original, nuestra vida puede ser renovada para reflejar la gloria de Dios en cada decisión y pensamiento. Que este evangelio nos inspire a mantener el templo de nuestro corazón limpio y dispuesto para la oración y el amor.
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