noviembre 7, 2024 in Evangelios

Evangelio del 7 de noviembre del 2024 según san Lucas 15, 1-10

Jueves de la XXXI semana del Tiempo ordinario

Lectionary: 488

Primera lectura

Flp 3, 3-8

Hermanos: El verdadero pueblo de Israel somos nosotros, los que servimos a Dios movidos por su Espíritu y ponemos nuestra gloria en Cristo Jesús y no confiamos en motivos humanos. Aunque yo ciertamente podría apoyarme en tales motivos. Más aún, nadie tendría más razones que yo para confiar en motivos humanos, porque fui circuncidado al octavo día, soy israelita de nacimiento, de la tribu de Benjamín, hebreo e hijo de hebreos; en lo que toca a la interpretación de la ley, fariseo, y tan fanático, que fui perseguidor de la Iglesia de Dios; y en cuanto a la rectitud que da el cumplimiento de la ley, intachable.

Pero todo lo que era valioso para mí, lo consideré sin valor a causa de Cristo. Más aún, pienso que nada vale la pena en comparación con el bien supremo, que consiste en conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor he renunciado a todo, y todo lo considero como basura, con tal de ganar a Cristo.

Salmo Responsorial

Salmo 104, 2-3. 4-5. 6-7.

R. (3b) El que busca al Señor será dichoso.
Entonen en su honor himnos y cantos
celebren los portentos.
Del nombre del Señor enorgullézcanse
y siéntase feliz el que lo busca. R.
R. El que busca al Señor será dichoso.
Recurran al Señor y a su poder
y a su presencia acudan.
Recuerden los prodigios que él ha hecho,
sus portentos y oráculos. R.
R. El que busca al Señor será dichoso.
Descendientes de Abraham, su servidor,
estirpe de Jacob, su predilecto.
escuchen: el Señor es nuestro Dios
y gobiernan la tierra sus decretos. R.
R. El que busca al Señor será dichoso.

Aclamación antes del Evangelio

Mt 11, 28

R. Aleluya, aleluya.
Vengan a mí, todos los que están fatigados
y agobiados por la carga,
y yo les daré alivio, dice el Señor.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 15, 1-10

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”.

Jesús les dijo entonces esta parábola: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse.

¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente”.

Reflexión

El evangelio de Lucas 15, 1-10 nos presenta dos parábolas que muestran la inmensa misericordia de Dios: la parábola de la oveja perdida y la de la moneda perdida. En ambas historias, Jesús nos revela la importancia que tiene cada persona para Dios, y cómo Él no se cansa de buscar a quienes se han alejado. Estas parábolas se sitúan en la historia donde los publicanos y pecadores eran despreciados por la sociedad religiosa de la época, pero Jesús rompe con estos esquemas, mostrando que para Dios no hay nadie excluido ni fuera de su amor.

La parábola de la oveja perdida nos habla de un pastor que, teniendo cien ovejas, se da cuenta de que ha perdido una. En lugar de conformarse con las noventa y nueve que permanecen a salvo, deja todo para ir en busca de la que se extravió. Este ejemplo es conmovedor porque nos muestra un amor que no se detiene ante ningún obstáculo. En nuestra vida cotidiana, podemos imaginar a una madre que, en medio de una multitud, pierde a su hijo; todo lo demás pierde importancia, y su única preocupación es encontrarlo. Así es el amor de Dios por cada uno de nosotros: un amor incondicional, dispuesto a dejarlo todo para recuperarnos.

La segunda parábola, la de la moneda perdida, nos presenta a una mujer que, al perder una moneda, enciende una lámpara, barre la casa y la busca diligentemente hasta encontrarla. En los tiempos de Jesús, las monedas eran valiosas, y perder una de ellas podía significar una gran preocupación para una familia. Esta imagen nos invita a reconocer la dedicación con la que Dios nos busca cuando nos extraviamos, y cómo su alegría es inmensa cuando finalmente nos encuentra. Jesús nos está mostrando que el amor de Dios no se mide por méritos; cada uno de nosotros es valioso por ser su hijo, y por eso nos busca con tanto ahínco.

Estas parábolas nos interpelan sobre nuestra propia actitud hacia los demás. En nuestras relaciones cotidianas, ¿buscamos a quienes se han alejado? ¿Nos preocupamos por aquellos que están pasando por momentos difíciles o los dejamos atrás porque es más cómodo así? Jesús nos muestra que el verdadero amor es aquel que no se cansa de buscar, de tender la mano, de acercarse a quienes necesitan ser encontrados. Hoy, más que nunca, estamos llamados a ser reflejo de ese amor divino, a ser pastores y buscadores que no se conforman con lo fácil, sino que se esfuerzan por recuperar lo perdido, con alegría y con esperanza.




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