noviembre 2, 2024 in Evangelios

Evangelio del 3 de noviembre del 2024 según Marcos 12, 28-34

XXXI Domingo ordinario

Lectionary: 152

Primera Lectura

Dt 6, 2-6

En aquellos días, habló Moisés al pueblo y le dijo: “Teme al Señor, tu Dios, y guarda todos sus preceptos y mandatos que yo te transmito hoy, a ti, a tus hijos y a los hijos de tus hijos. Cúmplelos siempre y así prolongarás tu vida. Escucha, pues, Israel: guárdalos y ponlos en práctica, para que seas feliz y te multipliques. Así serás feliz, como ha dicho el Señor, el Dios de tus padres, y te multiplicarás en una tierra que mana leche y miel.

Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón los mandamientos que hoy te he transmitido”.

Salmo Responsorial

Salmo 17, 2-3a. 3bc-4. 47 y 51ab

R. (2) Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza.
Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza,
el Dios que me protege y me libera. R.
R. Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza.
Tú eres mi refugio,
mi salvación, mi escudo, mi castillo.
Cuando invoqué al Señor de mi esperanza,
al punto me libró de mi enemigo. R.
R. Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza.
Bendito seas, Señor, que me proteges;
que tú, mi salvador, seas bendecido.
Tú concediste al rey grandes victorias
y mostraste tu amor a tu elegido. R.
R. Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza.

Segunda Lectura

Heb 7, 23-28

Hermanos: Durante la antigua alianza hubo muchos sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer en su oficio. En cambio, Jesucristo tiene un sacerdocio eterno, porque él permanece para siempre. De ahí que sea capaz de salvar, para siempre, a los que por su medio se acercan a Dios, ya que vive eternamente para interceder por nosotros.

Ciertamente que un sumo sacerdote como éste era el que nos convenía: santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores y elevado por encima de los cielos; que no necesita, como los demás sacerdotes, ofrecer diariamente víctimas, primero por sus pecados y después por los del pueblo, porque esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Porque los sacerdotes constituidos por la ley eran hombres llenos de fragilidades; pero el sacerdote constituido por las palabras del juramento posterior a la ley, es el Hijo eternamente perfecto.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 14, 23

R. Aleluya, aleluya.
El que me ama cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará
y haremos en él nuestra morada, dice el Señor.
R. Aleluya.

Evangelio

Mc 12, 28-34

En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” Jesús le respondió: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos”.

El escriba replicó: “Muy bien, Maestro. Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.

Jesús, viendo que había hablado muy sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Reflexión

El evangelio de Marcos 12, 28-34 nos relata un diálogo entre Jesús y un escriba, quien le pregunta cuál es el mandamiento más importante. Jesús responde que el primero es amar a Dios con todo el corazón, alma, mente y fuerza, y que el segundo es amar al prójimo como a uno mismo. Esta respuesta revela la esencia del mensaje de Jesús: la relación con Dios y con los demás debe estar fundamentada en el amor auténtico.

Amar a Dios y al prójimo no son mandamientos independientes; están profundamente conectados. Jesús nos enseña que no podemos amar a Dios si no amamos a quienes nos rodean. El amor hacia Dios se manifiesta en el trato que damos a los demás, en la capacidad de empatizar, de ser compasivos, y de actuar con justicia y misericordia. Este amor es un compromiso que abarca todos los aspectos de nuestra vida, que nos lleva a poner a Dios en el centro de nuestras decisiones y a actuar de manera coherente con nuestra fe.

El escriba reconoce la sabiduría de las palabras de Jesús y afirma que estos mandamientos valen más que todos los sacrificios y ofrendas. Esta afirmación nos recuerda que, aunque las prácticas religiosas son importantes, lo esencial es la actitud del corazón. No basta con cumplir ritos o tradiciones si no estamos dispuestos a vivir el amor que Dios nos pide. El verdadero culto a Dios se refleja en nuestras acciones diarias, en cómo tratamos a nuestros hermanos y hermanas.

Jesús concluye diciendo al escriba que no está lejos del Reino de Dios. Este es un llamado a cada uno de nosotros a vivir de manera que nuestra vida esté orientada hacia ese Reino, donde el amor y la justicia sean la norma. La invitación es a hacer del amor nuestra prioridad, a buscar siempre la voluntad de Dios y a construir relaciones que reflejen su amor incondicional.




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