octubre 20, 2024 in Evangelios

Evangelio del 21 de octubre del 2024 según Lucas 12, 13-21

Lunes de la XXIX semana del tiempo ordinario

Lectionary: 473

Primera lectura

Ef 2, 1-10

Hermanos: Ustedes estaban muertos por sus delitos y pecados, porque en otro tiempo vivían según los criterios de este mundo, obedeciendo al que está al frente de las fuerzas invisibles del mal, a ese espíritu que ejerce su acción ahora sobre los que resisten al Evangelio. Entre ellos estuvimos también nosotros, pues en otro tiempo vivíamos sujetos a los instintos, deseos y pensamientos de nuestro desorden y egoísmo, y estábamos naturalmente destinados al terrible castigo de Dios, como los demás.

Pero la misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya, hemos sido salvados. Con Cristo y en Cristo nos ha resucitado, y con él nos ha reservado un sitio en el cielo. Así, en todos los tiempos, Dios muestra por medio de Cristo Jesús, la incomparable riqueza de su gracia y de su bondad para con nosotros.

En efecto, ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe; y esto no se debe a ustedes mismos, sino que es un don de Dios. Tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir, porque somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos.

Salmo Responsorial

Salmo 99, 2. 3. 4. 5

R. (3b) El Señor es nuestro dueño.
Alabemos a Dios todos los hombres,
sirvamos al Señor con alegría
y con júbilo entremos en su templo. R.
R. El Señor es nuestro dueño.
Reconozcamos que el Señor es Dios,
que él fue quien nos hizo y somos suyos,
que somos su pueblo y su rebaño. R.
R. El Señor es nuestro dueño.
Entremos por sus puertas dando gracias,
crucemos por sus atrios entre himnos,
alabando al Señor y bendiciéndolo. R.
R. El Señor es nuestro dueño.
Porque el Señor es bueno, bendigámoslo,
porque es eterna su misericordia
y su fidelidad nunca se acaba. R.
R. El Señor es nuestro dueño.

Aclamación antes del Evangelio

Mt 5, 3

R. Aleluya, aleluya.
Dichosos los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 12, 13-21

En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Pero Jesús le contestó: “Amigo, ¿quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?”

Y dirigiéndose a la multitud, dijo: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”.

Después les propuso esta parábola: “Un hombre rico tuvo una gran cosecha y se puso a pensar: ‘¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?’ Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”.

Reflexión

En el evangelio de Lucas 12, 13-21, Jesús nos presenta la parábola del rico insensato, una enseñanza que aborda la actitud humana hacia las riquezas y la seguridad en los bienes materiales. La historia comienza cuando un hombre le pide a Jesús que medie en un asunto de herencia. Jesús, lejos de involucrarse en el conflicto, decide aprovechar la ocasión para advertir sobre los peligros de la codicia, resaltando que la vida no depende de la abundancia de bienes. Este pasaje nos invita a reflexionar sobre nuestras propias prioridades, especialmente en un mundo donde el éxito se mide frecuentemente por la acumulación de riquezas y posesiones.

La parábola del rico insensato describe a un hombre que, después de una cosecha abundante, decide construir graneros más grandes para almacenar sus bienes, pensando que con eso asegurará su futuro. Sin embargo, esa misma noche, su vida llega a su fin, y todas sus riquezas pierden sentido. Jesús utiliza este ejemplo para mostrarnos lo efímero y vano que es confiar en las posesiones materiales como fuente de seguridad. En la sociedad actual, donde se nos invita constantemente a buscar estabilidad a través de bienes materiales, esta parábola es una llamada de atención: lo que realmente importa no es lo que poseemos, sino cómo vivimos y qué tesoros acumulamos ante Dios.

El mensaje de Jesús no es un llamado a la pobreza obligatoria, sino a un cambio profundo de mentalidad. La verdadera riqueza no está en lo material, sino en la relación con Dios y con los demás. En lugar de acumular para nosotros mismos, somos llamados a compartir, a ser generosos con quienes nos rodean. Este  mundo que fomenta el individualismo y la ambición desmedida, Jesús nos invita a romper con esa mentalidad y a vivir de manera solidaria, poniendo nuestros bienes al servicio de los más necesitados. La vida humana es frágil, y la muerte puede llegar en cualquier momento; por ello, debemos dedicar nuestro tiempo y recursos a aquello que trasciende: el amor, la justicia, y la compasión.

Al final de la parábola, Jesús subraya la importancia de ser “ricos ante Dios”. Esto significa vivir una vida en la que el centro no sea uno mismo, sino el bienestar de otros y la búsqueda de la voluntad de Dios. En lugar de obsesionarnos con acumular, debemos concentrarnos en construir una vida significativa, llena de buenas obras y de amor verdadero. La invitación es clara: no pongamos nuestra confianza en lo que es pasajero y mundano, sino en aquello que tiene valor eterno.   En una sociedad que nos seduce con promesas vacías de felicidad basada en el consumo, este evangelio nos recuerda que la verdadera plenitud se encuentra en una vida de fe, generosidad y entrega a Dios y a los demás.




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