octubre 13, 2024 in Evangelios

Evangelio del 14 de octubre del 2024 según Lucas 11, 19-32

Lunes de la XXVIII semana del Tiempo ordinario

Lectionary: 467

Primera lectura

Gal 4, 22-24. 26-27. 31–5, 1

Hermanos: Dice la Escritura que Abraham tuvo dos hijos: uno de la mujer que era esclava y el otro de la que era libre. El hijo de la esclava fue engendrado según las leyes naturales; el de la libre, en cambio, en virtud de la promesa de Dios.

Esto tiene un sentido simbólico. En efecto, las dos mujeres representan las dos alianzas: Agar representa la del monte Sinaí, que engendra esclavos y es figura de la Jerusalén de aquí abajo. Por el contrario, la Jerusalén de arriba es libre y ésa es nuestra madre. A este respecto dice la Escritura: Regocíjate tú, la estéril, la que no das a luz; rompe a cantar de júbilo, tú, la que no has sentido los dolores del parto; porque la mujer abandonada tendrá más hijos que aquella que tiene marido.

Así pues, hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la mujer libre. Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Conserven, pues, la libertad y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud.

Salmo Responsorial

Salmo 112, 1-2. 3-4. 5a y 6- 7

R. (cf. 2) Bendito sea el Señor, ahora y para siempre.
Bendito sea el Señor,
alábenlo sus siervos.
Bendito sea el Señor,
desde ahora y para siempre. R.
R. Bendito sea el Señor, ahora y para siempre.
Desde que sale el sol hasta su ocaso
alabado sea el nombre del Señor.
Dios está sobre todas las naciones,
su gloria, por encima de los cielos. R.
R. Bendito sea el Señor, ahora y para siempre.
¿Quién hay como el Señor?
¿Quién iguala al Dios nuestro,
que tiene en las alturas su morada,
y sin embargo de esto,
bajar se digna su mirada
para ver tierra y cielo? R.
R. Bendito sea el Señor, ahora y para siempre.
El levanta del polvo al desvalido
y saca al indigente del estiércol,
para hacerlo sentar entre los grandes,
los jefes de su pueblo.
R. Bendito sea el Señor, ahora y para siempre.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Sal 94, 8

R. Aleluya, aleluya.
Hagámosle caso al Señor, que nos dice:
“No endurezcan su corazón”.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 11, 29-32

En aquel tiempo, la multitud se apiñaba alrededor de Jesús y éste comenzó a decirles: “La gente de este tiempo es una gente perversa. Pide una señal, pero no se le dará más señal que la de Jonás. Pues así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para la gente de este tiempo.

Cuando sean juzgados los hombres de este tiempo, la reina del sur se levantará el día del juicio para condenarlos, porque ella vino desde los últimos rincones de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.

Cuando sea juzgada la gente de este tiempo, los hombres de Nínive se levantarán el día del juicio para condenarla, porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás’’.

Reflexión

En el evangelio de Lucas 11, 29-32, Jesús habla a una multitud que busca señales, diciendo que no recibirán otra más que la de Jonás. Para comprender la profundidad de este mensaje, es necesario recordar la misión de Jonás en Nínive: una ciudad entregada a la maldad que, al escuchar la advertencia del profeta, decidió emprender un camino de conversión. Esta respuesta inmediata de los ninivitas es emblemática del poder de la palabra de Dios cuando encuentra un corazón dispuesto al cambio.

Jesús se presenta como alguien más grande que Jonás, y en este contexto, nos está diciendo que Él mismo es la mayor señal que Dios nos ha dado. No es necesario buscar fenómenos extraordinarios para creer; la presencia del Hijo de Dios entre los hombres es el mayor testimonio del amor y la misericordia divina. Sin embargo, la multitud permanece indiferente, mostrando que, incluso frente a la manifestación plena de Dios, la dureza del corazón humano puede impedir la transformación. Esta actitud refleja un problema que ha acompañado a la humanidad a lo largo de su historia: la tendencia a esperar grandes demostraciones para creer, en lugar de reconocer la acción silenciosa de Dios en lo cotidiano.

La referencia a la Reina del Sur, quien viajó de tierras lejanas para escuchar la sabiduría de Salomón, es un llamado a la búsqueda activa del conocimiento y la verdad. Si una figura extranjera, sin pertenecer al pueblo elegido, fue capaz de reconocer el valor de la sabiduría divina y recorrer grandes distancias para acceder a ella, ¿cuánto más deberían aquellos que tienen a Jesús, la encarnación misma de la sabiduría, ser capaces de valorar su presencia? La Reina del Sur simboliza la apertura y la determinación por encontrar la verdad, contrastando con la ceguera de quienes, teniendo la gracia al alcance de la mano, se rehúsan a aceptarla.

Este pasaje del evangelio nos recuerda que la verdadera conversión no viene de señales espectaculares, sino del reconocimiento de la presencia de Dios en nuestras vidas y de nuestra disposición a dejarnos transformar por Él. Jesús es la señal definitiva, la manifestación del amor de Dios que nos invita a cambiar el rumbo. Pero este cambio requiere valentía y humildad, un deseo sincero de buscar la verdad y de abrir el corazón a una nueva manera de vivir. La historia de Jonás y la Reina del Sur nos muestra que Dios siempre ofrece oportunidades para el arrepentimiento y la renovación, pero depende de nosotros aprovecharlas o dejarlas pasar. Hoy, el desafío es reconocer que lo extraordinario ya está entre nosotros, y que el verdadero cambio comienza en nuestro interior, en la decisión consciente de seguir el llamado de Cristo y de permitir que su palabra ilumine cada rincón de nuestra vida.




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