octubre 7, 2024 in Evangelios

Evangelio del 8 de octubre del 2024 según Lucas 10, 38-42

Martes de la XXVII semana del Tiempo ordinario

Lectionary: 462

Primera lectura

Gal 1, 13-24

Hermanos: Ciertamente ustedes han oído hablar de mi conducta anterior en el judaísmo, cuando yo perseguía encarnizadamente a la Iglesia de Dios, tratando de destruirla. Deben saber que me distinguía en el judaísmo, entre los jóvenes de mi pueblo y de mi edad, porque los superaba en el celo por las tradiciones paternas.

Pero Dios me había elegido desde el seno de mi madre, y por su gracia me llamó. Un día quiso revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos. Inmediatamente, sin solicitar ningún consejo humano y sin ir siquiera a Jerusalén para ver a los apóstoles anteriores a mí, me trasladé a Arabia y después regresé a Damasco. Al cabo de tres años fui a Jerusalén, para ver a Pedro y estuve con él quince días. No vi a ningún otro de los apóstoles, excepto a Santiago, el pariente del Señor. Y Dios es testigo de que no miento en lo que les escribo.

Después me fui a las regiones de Siria y de Cilicia, de manera que las comunidades cristianas de Judea no me conocían personalmente. Lo único que habían oído decir de mí era: “El que antes nos perseguía, ahora va predicando la fe que en otro tiempo quería destruir”, y glorificaban a Dios por mi causa.

Salmo Responsorial

Salmo 138, 1b-3. 13-14ab. 14c-15

R. (24b) Condúceme, Señor, por tu camino.
Tú me conoces, Señor, profundamente:
tú conoces cuándo me siento y me levanto,
desde lejos sabes mis pensamientos,
tú observas mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares. R.
R. Condúceme, Señor, por tu camino.
Tú formaste mis entrañas,
me tejiste en el seno materno.
Te doy gracias por tan grandes maravillas;
soy un prodigio y tus obras son prodigiosas. R.
R. Condúceme, Señor, por tu camino.
Conocías plenamente mi alma,
no se te escondía mi organismo,
cuando en lo oculto me iba formando
y entretejiendo en lo profundo de la tierra. R.
R. Condúceme, Señor, por tu camino.

Aclamación antes del Evangelio

Lc 11, 28

R. Aleluya, aleluya.
Dichosos los que escuchan la palabra de Dios
y la ponen en práctica, dice el Señor.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 10, 38-42

En aquel tiempo, entró Jesús en un poblado, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana, llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra. Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: “Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude”.

El Señor le respondió: “Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”.

Reflexión

En el pasaje del evangelio de Lucas 10, 38-42, encontramos a Jesús llegando a la casa de Marta y María. Dos hermanas con características distintas: una que se enfoca en las tareas cotidianas y otra que decide detenerse y escuchar. Marta se preocupa por el servicio, mientras que María se sienta a los pies del Maestro, bebiendo cada palabra. La contraposición entre ambas acciones revela el corazón del mensaje: la importancia de la escucha atenta a la voz de Dios en medio del ruido diario. Esta no es una crítica al trabajo diligente, sino una enseñanza sobre prioridades espirituales.

El hecho de que Marta se ocupe con la hospitalidad no es malo, al contrario, es necesario. Sin embargo, su inquietud la lleva a una distracción que le impide apreciar lo esencial. En cambio, María elige lo que no se le quitará: la cercanía y la entrega al mensaje de vida. En nuestras vidas también hay momentos en que estamos tan ocupados con nuestras obligaciones que olvidamos lo verdaderamente valioso. A veces, se requiere detener la marcha, dejar los quehaceres y permitirnos ser transformados por la Palabra.

Jesús le recuerda a Marta que está “ansiosa y turbada por muchas cosas”, pero sólo una es necesaria. Esta afirmación resuena con fuerza para nosotros hoy. En un mundo que nos empuja constantemente hacia la acción, el logro y la productividad, este evangelio nos desafía a reconsiderar cuáles son nuestras prioridades. Es un llamado a poner a Dios en el centro, a reconocer que no es suficiente hacer cosas para Él, sino estar con Él, disfrutar de su presencia y aprender de sus enseñanzas.

Por último, la escena de Marta y María es también una invitación a encontrar el equilibrio. No se nos pide abandonar nuestras responsabilidades, sino hallar espacios en los que podamos reposar en la compañía de Dios. En la escucha y en la acción, en el servir y en el contemplar, aprendemos a vivir en plenitud la experiencia de la fe.




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