Evangelio del 17 de setiembre del 2024 según San Lucas 7, 11-17
Martes de la XXIV semana del Tiempo ordinario
Lectionary: 444
Primera lectura
Hermanos: Así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros y todos ellos, a pesar de ser muchos, forman un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu. El cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos.
Pues bien, ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno es miembro de él. En la Iglesia, Dios ha puesto en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los profetas; en tercer lugar, a los maestros; luego, a los que hacen milagros, a los que tienen el don de curar a los enfermos, a los que ayudan, a los que administran, a los que tienen el don de lenguas y el de interpretarlas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos maestros? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos el don de curar? ¿Tienen todos el don de lenguas y todos las interpretan? Aspiren a los dones de Dios más excelentes.
Salmo Responsorial
Alabemos a Dios todos los hombres,
sirvamos al Señor con alegría
y con júbilo entremos en su presencia.
R. Sirvamos al Señor con alegría.
Reconozcamos que el Señor es Dios,
que él fue quien nos hizo y somos suyos,
que somos su pueblo y su rebaño.
R. Sirvamos al Señor con alegría.
Entremos por sus puertas dando gracias,
crucemos por sus atrios entre himnos,
alabando al Señor y bendiciéndolo.
R. Sirvamos al Señor con alegría.
Porque el Señor es bueno, bendigámoslo,
porque es terna su misericordia
y su fidelidad nunca se acaba.
R. Sirvamos al Señor con alegría.
Aclamación antes del Evangelio
Un gran profeta ha surgido entre nosotros.
Dios ha visitado a su pueblo.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre.
Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: “No llores”. Acercándose al ataúd, lo tocó, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces Jesús dijo: “Joven, yo te lo mando: Levántate”. Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.
Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”.
La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas.
Reflexión
El pasaje de Lucas 7, 11-17 nos relata un momento conmovedor en la vida de Jesús: la resurrección del hijo de la viuda de Naín. Jesús, al ver el dolor de una madre que había perdido a su único hijo, se compadece y realiza uno de sus grandes milagros, devolviéndole la vida al joven. Este acto no solo revela el poder de Jesús sobre la muerte, sino también su profunda compasión y su sensibilidad hacia el sufrimiento humano.
El evangelio nos habla de Jesús como el dador de vida, el que tiene poder sobre la muerte y, a la vez, nos muestra el rostro misericordioso de Dios. La viuda, en la sociedad judía de aquel tiempo, estaba en una situación de vulnerabilidad, ya que sin esposo ni hijo varón, quedaba desprotegida y condenada a la marginación. En este sentido, el acto de Jesús no solo es un milagro físico, sino una restauración de la dignidad y la esperanza para esta mujer. El milagro es una proclamación del Reino de Dios, donde el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, sino que es la vida y la misericordia de Dios las que prevalecen.
Este evento recuerda otros milagros similares del Antiguo Testamento, como la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta realizada por el profeta Elías (1 Reyes 17, 17-24). Este paralelismo subraya a Jesús como el cumplimiento de las promesas proféticas y el Mesías esperado, pero con una novedad: no es simplemente un profeta, sino el Hijo de Dios, quien tiene poder pleno sobre la vida y la muerte.
Confiar en la misericordia de Dios y recordar que, aun en medio de las situaciones más oscuras y desesperadas, Dios está presente con su poder sanador y restaurador. La viuda de Naín no pidió a Jesús que interviniera, pero Él, movido por la compasión, se acercó y actuó. A veces, en nuestra vida, no somos conscientes de la presencia de Dios en nuestros sufrimientos, pero este texto nos recuerda que Él siempre está atento a nuestras necesidades, aunque no lo pidamos explícitamente.
Nuestra vida es como una planta que, por diversas circunstancias, se ha marchitado. El dolor, la pérdida o la desesperanza pueden hacer que nos sintamos secos por dentro, como si nuestra vitalidad se hubiera apagado. Pero al igual que un jardinero que observa con amor su jardín, Jesús se acerca, nos riega con su compasión y nos da nueva vida. Incluso cuando creemos que no hay esperanza, Él tiene el poder de revivir lo que estaba muerto en nosotros.
Este evangelio nos enseña que Jesús no solo es testigo de nuestro dolor, sino que actúa con compasión para transformarlo. Aunque a veces nos sintamos perdidos o sin salida, confiemos en que Dios ve más allá de nuestras circunstancias y tiene el poder de traer vida donde parece haber solo muerte.
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