julio 22, 2024 in Evangelios

Evangelio del 23 de julio del 2024 según San Mateo 12, 46-50

Martes de la XVI semana del Tiempo ordinario

Lectionary: 396

Primera lectura

Miq 7, 14-15. 18-20

Señor, Dios nuestro, pastorea a tu pueblo con tu cayado,
a las ovejas de tu heredad,
que permanecen aisladas en la maleza,
en medio de campos feraces.
Pastarán en Basán y en Galaad,
como en los días de antaño,
como cuando salimos de Egipto
y nos mostrabas tus prodigios.

¿Qué Dios hay como tú, que quitas la iniquidad
y pasas por alto la rebeldía de los sobrevivientes de Israel?
No mantendrás por siempre tu cólera,
pues te complaces en ser misericordioso.

Volverás a compadecerte de nosotros,
aplastarás con tus pies nuestras iniquidades,
arrojarás a lo hondo del mar nuestros delitos.
Serás fiel con Jacob y compasivo con Abraham,
como juraste a nuestros padres en tiempos remotos,
Señor, Dios nuestro.

Salmo Responsorial

Salmo 84,  2-4. 5-6. 7-8

R. (8a) Muéstranos, Señor, tu misericordia.
Señor, has sido bueno con tu tierra,
pues cambiaste la suerte de Jacob,
perdonaste las culpas de tu pueblo
y sepultaste todos sus pecados;
reprimiste tu cólera,
y frenaste el incendio de tu ira. R.
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
También ahora cambia nuestra suerte,
Dios, salvador nuestro,
y deja ya tu rencor contra nosotros.
¿O es que vas a estar siempre enojado,
y a prolongar tu ira de generación en generación? R.
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
¿No vas a devolvernos la vida,
para que tu pueblo se alegre contigo?
Muéstranos, Señor, tu misericordia,
y danos tu salvación. R.
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 14, 23

R. Aleluya, aleluya.
El que me ama cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará
y haremos en él nuestra morada, dice el Señor.
R. Aleluya.

Evangelio

Mt 12, 46-50

En aquel tiempo, Jesús estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus parientes se acercaron y trataban de hablar con él. Alguien le dijo entonces a Jesús: “Oye, ahí fuera están tu madre y tus hermanos, y quieren hablar contigo”.

Pero él respondió al que se lo decía: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: “Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Reflexión

En San Mateo 12, 46-50, Jesús se encuentra rodeado por una multitud cuando su madre y sus hermanos llegan buscando hablar con él. Ante esto, Jesús hace una declaración sorprendente: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Todo el que hace la voluntad de mi Padre celestial, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.”

Las palabras de Jesús nos invitan a reflexionar profundamente sobre el verdadero significado de pertenencia y familia. ¿Qué nos quiere decir con esta afirmación tan radical? Jesús no está rechazando a su familia biológica; más bien, está expandiendo el concepto de familia a una dimensión más espiritual y universal. Nos está llamando a ver más allá de los lazos de sangre y reconocer la importancia de la comunión con aquellos que comparten y viven los valores del Reino de Dios.

A menudo nos definimos por nuestras relaciones familiares, sociales y profesionales, Jesús nos lleva a repensar nuestras prioridades. ¿Qué significa realmente ser parte de la familia de Dios? Implica una transformación interna que nos lleva a vivir conforme a su voluntad, a practicar el amor, la justicia y la misericordia. Nos invita a formar una comunidad donde cada persona es valorada y amada, no por su origen, sino por su compromiso con los principios divinos.

Esta enseñanza de Jesús es radical porque nos llama a romper barreras y a ver a cada ser humano como un potencial hermano o hermana en la fe. Nos impulsa a extender nuestro amor y nuestra solidaridad más allá de nuestras zonas de confort y de nuestras fronteras familiares y culturales. Es una invitación a construir una comunidad global, unida por el amor y la obediencia a Dios.

Jesús nos está invitando a una relación más profunda y auténtica con Dios y con los demás. Ser parte de la familia de Dios es un llamado a vivir de manera radicalmente diferente, a priorizar los valores del Reino sobre cualquier otra lealtad. Es una llamada a una vida de amor, servicio y compromiso con la justicia.




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