Evangelio del 10 de julio del 2024
Miércoles de la XIV semana del Tiempo ordinario
Lectionary: 385
Primera lectura
que daba abundante fruto.
Pero cuanto más se multiplicaban sus frutos,
más se multiplicaban sus altares paganos;
cuanto más rico era el país,
más ricos fueron sus monumentos a los ídolos.
Su corazón está dividido
y van a pagar sus culpas.
El Señor derribará sus altares
y demolerá sus monumentos.
Pero ellos dicen: “No tenemos rey”.
Pero si no temen al Señor,
¿qué podrá hacer por ellos el rey?
Samaria y su becerro desaparecerán
como espuma sobre el agua.
Todos los santuarios de los ídolos serán destruidos
y sobre sus altares crecerán espinas y cardos,
porque la idolatría ha sido el pecado de Israel.
Entonces gritarán a los montes: “¡Cúbrannos!”,
y a las colinas: “¡Sepúltennos!”
Siembren justicia y cosecharán misericordia;
preparen sus tierras para la siembra,
pues ya es tiempo de buscar al Señor,
para que venga y llueva la salvación sobre ustedes.
Salmo Responsorial
Entonen en su honor himnos y cantos
celebren los portentos del Señor.
Del nombre del Señor enorgullézcanse
y siéntase feliz el que lo busca.
R. Recurramos al Señor y a su poder.
Recurran al Señor y a su poder,
y a su presencia acudan.
Recuerden los prodigios que él ha hecho,
sus portentos y oráculos.
R. Recurramos al Señor y a su poder.
Descendientes de Abrahán, su servidor,
estirpe de Jacob, su predilecto,
escuchen: El Señor es nuestro Dios
y gobiernan la tierra sus decretos.
R. Recurramos al Señor y a su poder.
Aclamación antes del Evangelio
El Reino de Dios está cerca, dice el Señor;
arrepiéntanse y crean en el Evangelio.
R. Aleluya.
Evangelio
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero de todos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos del Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: “No vayan a tierra de paganos, ni entren en ciudades de samaritanos. Vayan más bien en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos”.
Reflexión
En el Evangelio de Mateo 10, 1-7, encontramos a Jesús llamando a sus doce discípulos y otorgándoles autoridad para expulsar espíritus impuros y sanar toda enfermedad y dolencia. Este llamado a los discípulos y la misión que les encomienda está cargado de un profundo significado histórico y espiritual que puede iluminar nuestro caminar hoy.
Jesús selecciona a doce hombres, un número que simboliza las doce tribus de Israel, indicando una renovación espiritual del pueblo de Dios. Este gesto es un eco del Antiguo Testamento, donde las tribus representaban la totalidad del pueblo elegido. Los nombres de los discípulos son mencionados específicamente, mostrando que cada uno es llamado personalmente por Jesús, quien conoce sus corazones y sus capacidades.
En la cultura judía del primer siglo, el poder para sanar y exorcizar era visto como una manifestación directa de la autoridad divina. Al otorgar este poder a sus discípulos, Jesús les confiere una misión divina, marcándolos como sus representantes y emisarios del Reino de los Cielos.
Hoy, al reflexionar sobre este pasaje, podemos considerar nuestro propio llamado y misión. Cada uno de nosotros, como parte de la comunidad cristiana, recibe una invitación a participar en la misión de Jesús. No se trata únicamente de acciones milagrosas, sino de vivir de manera que nuestras vidas reflejen los valores del Reino de Dios: amor, justicia, compasión y servicio.
Jesús envía a sus discípulos a las “ovejas perdidas de Israel”, recordándonos que nuestra misión comienza cerca, en nuestro propio entorno. Nuestra familia, amigos y vecinos son el primer campo de misión donde podemos hacer presente el amor de Dios.
Así como Jesús llamó a sus discípulos por nombre, también nos llama a nosotros personalmente. Nos invita a ser agentes de su amor y sanación en el mundo. En este camino, no estamos solos; llevamos con nosotros la autoridad y el espíritu de Cristo, que nos fortalece y guía.
Que esta reflexión nos inspire a reconocer nuestro propio llamado y a responder con generosidad y valentía, llevando el mensaje del Reino de Dios a cada rincón de nuestra vida diaria.
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