Evangelio del 23 de mayo del 2024
Del libro del profeta Isaías 52, 13–53, 12
He aquí que mi siervo prosperará, será engrandecido y exaltado, será puesto en alto. Muchos se horrorizaron al verlo, porque estaba desfigurado su semblante, que no tenía ya aspecto de hombre; pero muchos pueblos se llenaron de asombro. Ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán lo que nunca se habían imaginado.
¿Quién habrá de creer lo que hemos anunciado? ¿A quién se le revelará el poder del Señor? Creció en su presencia como planta débil, como una raíz en el desierto. No tenía gracia ni belleza. No vimos en él ningún aspecto atrayente; despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, habituado al sufrimiento; como uno del cual se aparta la mirada, despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo tuvimos por leproso, herido por Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeldías, triturado por nuestros crímenes. Él soportó el castigo que nos trae la paz. Por sus llagas hemos sido curados.
Todos andábamos errantes como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Cuando lo maltrataban, se humillaba y no abría la boca, como un cordero llevado a degollar; como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.
Inicuamente y contra toda justicia se lo llevaron. ¿Quién se preocupó de su suerte? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron de muerte por los pecados de mi pueblo, le dieron sepultura con los malhechores a la hora de su muerte, aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca.
Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá a sus descendientes, prolongará sus años y por medio de él prosperarán los designios del Señor. Por las fatigas de su alma, verá la luz y se saciará; con sus sufrimientos justificará mi siervo a muchos, cargando con los crímenes de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes, y con los fuertes repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y fue contado entre los malhechores, cuando tomó sobre sí las culpas de todos e intercedió por los pecadores.
De la carta a los hebreos 10, 12-23
Hermanos: Cristo, en cambio, ofreció un solo sacrificio por los pecadores y se sentó para siempre a la derecha de Dios; no le queda sino aguardar a que sus enemigos sean puestos bajo sus pies. Así, con una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los que ha santificado.
Lo mismo atestigua el Espíritu Santo, que dice en un pasaje de la Escritura: La alianza que yo estableceré con ellos, cuando lleguen esos días, palabra del Señor, es ésta: Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente y voy a grabarla en sus corazones. Y prosigue después: Yo les perdonaré sus culpas y olvidaré para siempre sus pecados. Ahora bien, cuando los pecados han sido perdonados, ya no hace falta más ofrendas por ellos.
Hermanos, en virtud de la sangre de Jesucristo, tenemos la seguridad de poder entrar en el santuario, porque él nos abrió un camino nuevo y viviente a través del velo, que es su propio cuerpo. Asimismo, en Cristo tenemos un sacerdote incomparable al frente de la casa de Dios.
Acerquémonos, pues, con sinceridad de corazón, con una fe total, limpia la conciencia de toda mancha y purificado el cuerpo por el agua saludable. Mantengámonos inconmovibles en la profesión de nuestra esperanza, porque el que nos hizo las promesas es fiel a su palabra.
Palabra de Dios.
Salmo Responsorial
R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Cuántas maravillas has hecho, Señor y Dios mío, cuántos planes en favor nuestro. Nadie se te puede comparar. R/.
En tus libros se me ordena hacer tu voluntad; esto es, Señor, lo que deseo: tu ley en medio de mi corazón. R/.
He anunciado tu justicia en la gran asamblea; no he cerrado mis labios, tú lo sabes, Señor. R/.
No callé tu justicia, antes bien, proclamé tu lealtad y tu auxilio. Tu amor y tu lealtad no los he ocultado a la gran asamblea. R/.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Miren a mi siervo, a quien sostengo; a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi espíritu, para que haga brillar la justicia sobre las naciones.
Aleluya.
Hagan esto en memoria mía.
Del santo Evangelio según san Lucas 22, 14-20
En aquel tiempo, llegada la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: “Cuánto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en el Reino de Dios”. Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias y dijo: “Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios”.
Tomando después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino, diciendo: “Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes”.
Palabra del Señor.
Reflexión
En la celebración de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, reflexionamos sobre el profundo significado de su entrega y el llamado al sacerdocio en nuestra Iglesia. El evangelio de Lucas 22, 14-20 nos narra el momento en que Jesús, en la Última Cena, instituyó la Eucaristía. Este acto de amor y sacrificio es el corazón del sacerdocio, y nos ofrece una oportunidad para reconocer y valorar la entrega de nuestros sacerdotes.
Jesucristo, al instituir la Eucaristía, no solo nos dejó el don de su cuerpo y sangre, sino que también estableció el modelo de servicio y entrega que todo sacerdote debe seguir. Jesús se ofreció a sí mismo por nosotros, y con su ejemplo nos muestra que el sacerdocio es una vocación de amor, sacrificio y servicio incondicional.
Nuestros sacerdotes, siguiendo el ejemplo de Jesús, dedican sus vidas a servir a la comunidad. Ellos celebran la Eucaristía, nos guían espiritualmente, nos ofrecen los sacramentos y están presentes en momentos clave de nuestras vidas. Su misión no es fácil; requiere una entrega constante, una profunda fe y un compromiso incansable con el bienestar espiritual de sus feligreses.
Así como Jesús entregó su vida por la salvación de la humanidad, nuestros sacerdotes están llamados a entregar sus vidas en servicio a la Iglesia. Su labor es una vocación que implica renuncias personales y un compromiso diario con la oración, el servicio y el acompañamiento pastoral. Ellos son pastores que cuidan de su rebaño, consolando, orientando y ofreciendo esperanza.
En esta fiesta, también se nos invita a reflexionar sobre cómo apoyamos a nuestros sacerdotes en su misión. Ellos necesitan nuestras oraciones, nuestro apoyo y nuestra colaboración. Como comunidad, estamos llamados a caminar juntos, valorando y reconociendo la importancia de su ministerio en nuestras vidas.
Celebrar a Jesucristo como Sumo y Eterno Sacerdote es una oportunidad para renovar nuestro agradecimiento y compromiso con aquellos que, siguiendo sus pasos, nos guían en el camino de la fe. Es un momento para recordar que, a través de la Eucaristía y el servicio sacerdotal, se nos ofrece el amor incondicional de Dios.
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