Evangelio del 27 de abril del 2024
Sábado de la IV semana de Pascua
Lectionary: 284
Primera lectura
El sábado siguiente casi toda la ciudad de Antioquía acudió a oír la palabra de Dios. Cuando los judíos vieron una concurrencia tan grande, se llenaron de envidia y comenzaron a contradecir a Pablo con palabras injuriosas. Entonces Pablo y Bernabé dijeron con valentía: “La palabra de Dios debía ser predicada primero a ustedes; pero como la rechazan y no se juzgan dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos. Así nos lo ha ordenado el Señor, cuando dijo: Yo te he puesto como luz de los paganos, para que lleves la salvación hasta los últimos rincones de la tierra”.
Al enterarse de esto, los paganos se regocijaban y glorificaban la palabra de Dios, y abrazaron la fe todos aquellos que estaban destinados a la vida eterna.
La palabra de Dios se iba propagando por toda la región. Pero los judíos azuzaron a las mujeres devotas de la alta sociedad y a los ciudadanos principales, y provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé, hasta expulsarlos de su territorio.
Pablo y Bernabé se sacudieron el polvo de los pies, como señal de protesta, y se marcharon a Iconio, mientras los discípulos se quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo.
Salmo Responsorial
R. (3cd) Cantemos las maravillas del Señor. Aleluya.
Cantemos al Señor un canto nuevo,
pues ha hecho maravillas.
Su diestra y su santo brazo
le han dado la victoria.
R. Cantemos las maravillas del Señor. Aleluya.
El Señor ha dado a conocer su victoria
y ha revelado a las naciones su justicia.
Una vez más ha demostrado Dios
su amor y su lealtad hacia Israel.
R. Cantemos las maravillas del Señor. Aleluya.
La tierra entera ha contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Que todos los pueblos y naciones
aclamen con júbilo al Señor.
R. Cantemos las maravillas del Señor. Aleluya.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Si se mantienen fieles a mi palabra, dice el Señor,
serán verdaderamente discípulos míos y conocerán la verdad.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”.
Le dijo Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le replicó: “Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ve a mí, ve al Padre. ¿Entonces por qué dices: ‘Muéstranos al Padre’? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras.
Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aun mayores, porque yo me voy al Padre; y cualquier cosa que pidan en mi nombre, yo la haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Yo haré cualquier cosa que me pidan en mi nombre’’.
En el discurso de despedida de Jesús, revelado en Juan 14:7-14, se despliega una enseñanza profunda sobre la naturaleza indivisible de Jesús con el Padre. Esta relación no solo es teológica sino que se manifiesta en la vida diaria, ofreciendo un modelo de cómo las relaciones humanas pueden reflejar la comunión divina. Jesús nos invita a conocerlo a Él como el camino al Padre, enfatizando que verlo a Él es ver al Padre, porque en Él reside la plenitud de la divinidad.
Esta revelación tiene un impacto directo en cómo vivimos nuestras relaciones, especialmente en el ámbito familiar. Cuando Jesús asegura que quienes creen en Él harán las obras que Él ha hecho y aún mayores, nos está instando a llevar adelante la misión de amor y unidad en nuestras propias vidas. Así como Él está en el Padre y el Padre en Él, nosotros estamos llamados a estar unidos en nuestros hogares, con nuestros cónyuges y nuestros hijos, reflejando la gracia y el amor de la relación trinitaria.
Esta unidad se extiende al modo en que entendemos la oración y la intercesión, puesto que Jesús promete que cualquier cosa que pidamos en su nombre será hecha. Esta promesa no es un cheque en blanco, sino un llamado a alinear nuestros deseos con la voluntad de Dios, buscando que nuestras vidas glorifiquen a Dios a través de un amor que trasciende el entendimiento humano.
Este pasaje, por lo tanto, no es solo una teoría teológica sino una invitación a vivir de manera que nuestras vidas sean un testimonio palpable del amor y la unidad trinitaria, ofreciendo a otros una ventana hacia el corazón de Dios a través de nuestras relaciones más cercanas. Es un llamado a que, como Jesús está en el Padre, así nosotros estemos unos en otros, fortaleciendo nuestros lazos familiares y conyugales con la misma devoción y amor incondicional.
Deja una respuesta