abril 10, 2024 in Evangelios

Evangelio del 10 de abril del 2024

Miércoles de la II semana de Pascua

Lectionary: 269

Primera lectura

Hch 5, 17-26

En aquellos días, el sumo sacerdote y los de su partido, que eran los saduceos, llenos de ira contra los apóstoles, los mandaron aprehender y los metieron en la cárcel. Pero durante la noche, un ángel del Señor les abrió las puertas, los sacó de ahí y les dijo: “Vayan al templo y pónganse a enseñar al pueblo todo lo referente a esta nueva vida”. Para obedecer la orden, se fueron de madrugada al templo y ahí se pusieron a enseñar.

Cuando llegó el sumo sacerdote con los de su partido convocaron al sanedrín, es decir, a todo el senado de los hijos de Israel, y mandaron traer de la cárcel a los presos. Al llegar los guardias a la cárcel, no los hallaron y regresaron a informar: “Encontramos la cárcel bien cerrada y a los centinelas en sus puestos, pero al abrir no encontramos a nadie adentro”.

Al oír estas palabras, el jefe de la guardia del templo y los sumos sacerdotes se quedaron sin saber qué pensar; pero en ese momento llegó uno y les dijo: “Los hombres que habían metido en la cárcel están en el templo, enseñando al pueblo”.

Entonces el jefe de la guardia, con sus hombres, trajo a los apóstoles, pero sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.

Salmo Responsorial

Salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9

R. (7a) Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor, Aleluya.
Bendeciré al Señor a todas horas,
no cesará mi boca de alabarlo.
Yo me siento orgulloso del Señor,
que se alegre su pueblo al escucharlo.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor, Aleluya.
Proclamemos la grandeza del Señor
y alabemos todos juntos su poder.
Cuando acudí al Señor, me hizo caso
y me libró de todos mis temores.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor, Aleluya.
Confía en el Señor y saltarás de gusto,
jamás te sentirás decepcionado,
porque el Señor escucha el clamor de los pobres
y los libra de todas sus angustias.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor, Aleluya.
Junto a aquellos que temen al Señor
el ángel del Señor acampa y los protege.
Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Dichoso el hombre que se refugia en él.
R. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor, Aleluya.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 3, 16

R. Aleluya, aleluya.
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único,
para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
R. Aleluya.

Evangelio

Jn 3, 16-21

“Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.

La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios’’.

Reflexión

En el Evangelio de Juan, uno de los pasajes más emblemáticos y profundos es Juan 3, 16-21. Este fragmento no solo encapsula el corazón del mensaje cristiano, sino que también ofrece una visión penetrante de la relación entre el amor divino y la elección humana.

En el centro de este pasaje está el concepto fundamental del amor de Dios hacia la humanidad. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16). Esta declaración resume la esencia del evangelio: el sacrificio redentor de Jesucristo, quien vino al mundo para ofrecer salvación a todos los que creen en Él. Es un amor que trasciende los límites del tiempo y el espacio, abarcando a toda la humanidad y ofreciendo la promesa de vida eterna.

Sin embargo, este amor divino no se impone de manera coercitiva; en cambio, invita a una respuesta consciente por parte de cada individuo. “El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios” (Juan 3:18). Aquí se presenta la dualidad de la elección humana: aquellos que aceptan a Jesucristo experimentan la vida eterna, mientras que los que lo rechazan permanecen en la condenación espiritual.

Este pasaje también revela la función de la luz divina en este proceso de elección. “La luz vino al mundo, pero los hombres prefirieron la oscuridad a la luz porque sus obras eran malas” (Juan 3:19). La luz de Cristo ilumina el camino hacia la verdad y la redención, pero también expone las obras malignas de aquellos que eligen permanecer en la oscuridad del pecado y la incredulidad. Es una confrontación entre la luz y la oscuridad, entre el bien y el mal, que cada individuo enfrenta en su propio camino espiritual.

El pasaje nos desafía a reflexionar sobre nuestra respuesta al amor de Dios manifestado en Jesucristo. ¿Estamos dispuestos a aceptar este regalo de amor y seguir a Cristo en el camino hacia la vida eterna? ¿O preferimos seguir en la oscuridad de nuestros propios deseos y pecados?

La elección es nuestra, pero no sin consecuencias. Aquellos que eligen la luz encuentran la verdadera libertad y plenitud en la comunión con Dios, mientras que los que eligen la oscuridad permanecen en la esclavitud del pecado y la separación de Dios.

Juan nos motiva a reflexionar profundamente sobre el amor de Dios y nuestra respuesta a él. Es un recordatorio de que el amor divino es un regalo gratuito, pero requiere una decisión consciente por nuestra parte. Que podamos elegir sabiamente y encontrar la luz y la vida en el amor redentor de Jesucristo.

 




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