marzo 12, 2024 in Evangelios

Evangelio del 13 de marzo del 2024

Miércoles de la IV semana de Cuaresma

Lectionary: 246

Primera lectura

Is 49, 8-15
Esto dice el Señor:
“En el tiempo de la misericordia te escuché,
en el día de la salvación te auxilié.
Yo te formé y te he destinado para que seas alianza del pueblo:
para restaurar la tierra,
para volver a ocupar los hogares destruidos,
para decir a los prisioneros: ‘Salgan’,
y a los que están en tinieblas: ‘Vengan a la luz’.Pastarán de regreso a lo largo de todos los caminos,
hallarán pasto hasta en las dunas del desierto.
No sufrirán hambre ni sed,
no los afligirá el sol ni el calor,
porque el que tiene piedad de ellos
los conducirá a los manantiales.
Convertiré en caminos todas las montañas
y pondrán terraplén a mis calzadas.Miren: éstos vienen de lejos;
aquéllos, del norte y del poniente,
y aquellos otros, de la tierra de Senim.

Griten de alegría, cielos; regocíjate, tierra;
rompan a cantar, montañas,
porque el Señor consuela a su pueblo
y tiene misericordia de los desamparados.
Sión había dicho: ‘El Señor me ha abandonado,
el Señor me tiene en el olvido’.
¿Puede acaso una madre olvidarse de su creatura
hasta dejar de enternecerse por el hijo de sus entrañas?
Aunque hubiera una madre que se olvidara,
yo nunca me olvidaré de ti”,
dice el Señor todopoderoso.

Salmo Responsorial

Salmo 144, 8-9. 13cd-14. 17-18
R. (8a) El Señor es compasivo y misericordioso.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento para enojarse y generoso para perdonar.
Bueno es el Señor para con todos
y su amor se extiende a todas sus creaturas.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
El Señor es siempre fiel a sus palabras,
y bondadoso en todas sus acciones.
Da su apoyo el Señor al que tropieza
Y al agobiado alivia.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Siempre es justo el Señor en sus designios
y están llenas de amor todas sus obras.
No está lejos de aquellos que lo buscan;
muy cerca está el Señor, de quien lo invoca.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 11, 25. 26
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor;
el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Evangelio

Jn 5, 17-30

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos (que lo perseguían por hacer curaciones en sábado): “Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo”. Por eso los judíos buscaban con mayor empeño darle muerte, ya que no sólo violaba el sábado, sino que llamaba Padre suyo a Dios, igualándose así con Dios.

Entonces Jesús les habló en estos términos: “Yo les aseguro: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta y sólo hace lo que le ve hacer al Padre; lo que hace el Padre también lo hace el Hijo. El Padre ama al Hijo y le manifiesta todo lo que hace; le manifestará obras todavía mayores que éstas, para asombro de ustedes. Así como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a quien él quiere dársela. El Padre no juzga a nadie, porque todo juicio se lo ha dado al Hijo, para que todos honren al Hijo, como honran al Padre. El que no honra al Hijo tampoco honra al Padre.

Yo les aseguro que, quien escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene vida eterna y no será condenado en el juicio, porque ya pasó de la muerte a la vida.

Les aseguro que viene la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la hayan oído vivirán. Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, también le ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo; y le ha dado el poder de juzgar, porque es el Hijo del hombre.

No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que yacen en la tumba oirán mi voz y resucitarán: los que hicieron el bien para la vida; los que hicieron el mal, para la condenación. Yo nada puedo hacer por mí mismo. Según lo que oigo, juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”.

Reflexión

En el corazón del relato de Juan 5, 17-30, descubrimos un diálogo profundo y revelador entre Jesús y sus interlocutores, que nos abre ventanas hacia verdades eternas de forma accesible y conmovedora. Jesús, en este episodio, no se limita a responder a las críticas por sanar en sábado; va mucho más allá, invitándonos a contemplar el misterioso y maravilloso lazo que lo une al Padre, así como la misión que le ha sido encomendada.

Esta sección del Evangelio nos lleva de la mano a entender que Jesús no actúa por impulso propio, sino movido por la voluntad de Aquel que lo envió. Nos encontramos aquí con una enseñanza profunda: la acción de Jesús en la tierra es un espejo de la acción divina, una muestra de amor y compasión sin límites. Es como si nos dijera que cada paso que dio, cada palabra que pronunció, tenía el sello del amor infinito del Padre.

Este pasaje nos invita a maravillarnos ante la unidad entre el Padre y el Hijo, un fundamento de la fe cristiana que nos habla de un Dios que es comunidad, amor que fluye y vida que se comparte. Al mismo tiempo, nos enfrenta a la realidad de un Jesús que no solo trae consuelo y sanación, sino que también posee la autoridad para juzgar y dar vida eterna, poniendo en nuestras manos la decisión de escuchar su voz y seguirlo.

Mirando hacia el contexto histórico, este intercambio nos transporta a una época de grandes debates y búsquedas espirituales, donde Jesús se presenta como una figura que rompe esquemas, desafiando las expectativas y las normas establecidas. Nos recuerda el coraje que requiere mantenerse fiel a la propia identidad y misión, incluso cuando esto implica enfrentarse a la incomprensión o al rechazo.

Aplicado a nuestro contexto actual, este fragmento del Evangelio nos anima a ser testigos de ese amor y esa vida que Jesús vino a ofrecer. Nos insta a mirar más allá de las normas y las rutinas, para encontrar en nuestras acciones cotidianas oportunidades para ser reflejos de ese amor divino. Nos habla de la importancia de escuchar con el corazón abierto, dispuestos a ser transformados y a transformar, llevando luz a los rincones oscuros de nuestro mundo.

Así, este pasaje se convierte en una invitación vibrante y esperanzadora a vivir de manera auténtica y plena, arraigados en el amor que nos une al Padre, y comprometidos a ser portadores de ese amor en cada palabra, en cada gesto, en cada encuentro.




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