Evangelio del 3 de marzo del 2024
III Domingo de Cuaresma
Año B
Lectionary: 29
Primera Lectura
En aquellos días, el Señor promulgó estos preceptos para su pueblo en el monte Sinaí, diciendo: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto y de la esclavitud. No tendrás otros dioses fuera de mí; no te fabricarás ídolos ni imagen alguna de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o en el agua, y debajo de la tierra. No adorarás nada de eso ni le rendirás culto, porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castiga la maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de aquellos que me odian; pero soy misericordioso hasta la milésima generación de aquellos que me aman y cumplen mis mandamientos.
No harás mal uso del nombre del Señor, tu Dios, porque no dejará el Señor sin castigo a quien haga mal uso de su nombre.
Acuérdate de santificar el sábado. Seis días trabajarás y en ellos harás todos tus quehaceres; pero el día séptimo es día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios. No harás en él trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni el forastero que viva contigo. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, el mar y cuanto hay en ellos, pero el séptimo, descansó. Por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.
Honra a tu padre y a tu madre para que vivas largos años en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio contra tu prójimo. No codiciarás la casa de tu prójimo, ni a su mujer, ni a su esclavo, ni a su esclava, ni su buey, ni su burro, ni cosa alguna que le pertenezca’’.
O bien:
Ex 20, 1-3. 7-8. 12-17
En aquellos días, el Señor promulgó estos preceptos para su pueblo en el monte Sinaí, diciendo: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto y de la esclavitud. No tendrás otros dioses fuera de mí.
No harás mal uso del nombre del Señor, tu Dios, porque no dejará el Señor sin castigo a quien haga mal uso de su nombre. Acuérdate de santificar el sábado.
Honra a tu padre y a tu madre para que vivas largos años en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio contra tu prójimo. No codiciarás la casa de tu prójimo, ni a su mujer, ni a su esclavo, ni a su esclava, ni su buey, ni su burro, ni cosa alguna que le pertenezca’’.
Salmo Responsorial
R. (Jn 6, 68c) Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
La ley del Señor es perfecta del todo
y reconforta el alma;
inmutables son las palabras del Señor
y hacen sabio al sencillo. R.
R. Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
En los mandamientos del Señor hay rectitud
y alegría para el corazón;
son luz los preceptos del Señor
para alumbrar el camino. R.
R. Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
La voluntad del Señor es santa
y para siempre estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos. R.
R. Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
Que te sean gratas las palabras de mi boca
y los anhelos de mi corazón.
Haz, Señor, que siempre te busque,
pues eres mi refugio y salvación. R.
R. Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.
Segunda Lectura
Hermanos: Los judíos exigen señales milagrosas y los paganos piden sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos; en cambio, para los llamados, sean judíos o paganos, Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres.
Aclamación antes del Evangelio
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único,
para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”.
En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: El celo de tu casa me devora.
Después intervinieron los judíos para preguntarle: “¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?” Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. Replicaron los judíos: “Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.
Mientras estuvo en Jerusalén para las fiestas de Pascua, muchos creyeron en él, al ver los prodigios que hacía. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que nadie le descubriera lo que es el hombre, porque él sabía lo que hay en el hombre.
Reflexión
El relato de Jesús purificando el templo en Juan 2 ofrece un impactante contraste con su típica imagen de gentileza. Aquí, somos testigos de un acto de justa rebeldía contra la profanación de un espacio sagrado. Es un momento crucial que nos desafía a confrontar la complacencia y la corrupción enmascaradas bajo pretextos religiosos.
El templo representaba mucho más que un simple edificio; era el corazón simbólico de la fe judía, un lugar para comulgar con Dios. Sin embargo, los comerciantes y cambistas habían envenenado esta santidad. Al colocar el beneficio y la conveniencia en su centro, señalaron una falta de respeto fundamental por el verdadero propósito del templo.
La dramática respuesta de Jesús no se trata únicamente de una interrupción. Es una denuncia contundente de un sistema que explotaba a los devotos para obtener ganancias personales. Actúa directamente, desafiando audazmente el statu quo establecido que había deformado las prácticas espirituales en un lucrativo mercado. Su declaración en contra de convertir la casa de Su Padre en un lugar de comercio sirve como un fuerte recordatorio de que la verdadera devoción no puede ser mercantilizada ni reducida a una transacción.
La pregunta inmediata de los líderes judíos sobre la autoridad habla del conflicto subyacente. Las acciones de Jesús amenazan su poder y los beneficios que cosechan de la explotación del templo. Buscan validación dentro del marco existente, exigiendo una señal milagrosa. Sin embargo, Jesús ofrece un giro radical: la señal definitiva no reside en demostraciones externas, sino en su próximo sacrificio y resurrección.
Este intercambio resalta el peligro de priorizar las apariencias externas sobre la transformación interna. Muchos acudieron a Jesús, cautivados por sus milagros, pero su creencia era superficial, arraigada en el espectáculo más que en un compromiso genuino. En contraste, Jesús vio a través de esta superficialidad, entendiendo que la fe requiere más que asombro ante actos impresionantes.
Esta historia nos obliga a ser introspectivos: ¿Alguna vez nos volvemos complacientes, más centrados en las tradiciones y apariencias de nuestra fe que en sus valores fundamentales? ¿Toleramos sistemas, incluso bajo el paraguas de la religión, que en última instancia priorizan la conveniencia o la ganancia personal sobre la devoción genuina y el compromiso con la justicia? ¿Confundimos las demostraciones externas de piedad con una relación verdadera y transformadora con lo divino?
Las acciones de Jesús en el templo sirven como un fuerte llamado a reclamar lo sagrado. Nos insta a ser guardianes vigilantes, no solo de los espacios religiosos, sino también de nuestros propios corazones, motivaciones y acciones dentro de nuestras prácticas personales de fe. Esto se extiende a nuestras comunidades, exigiendo que denunciemos los sistemas que corrompen lo sagrado incluso cuando se disfrazan de devoción religiosa.
Deja una respuesta