Lecturas del 12 de febrero del 2024
Lunes de la VI semana del tiempo ordinario
Lectionary: 335
Primera lectura
Hermanos míos: Cuando se vean asediados por toda clase de pruebas y tentaciones, ténganse por dichosos, sabiendo que las pruebas a que se ve sometida su fe les darán fortaleza, y esta fortaleza los llevará a la perfección en las buenas obras y a una vida íntegra e irreprochable.
Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, que se la pida a Dios y él se la dará; porque Dios da a todos con generosidad y sin regatear. Pero tiene que pedírsela con fe y sin dudar; pues el que duda se parece a las olas del mar, que van y vienen, agitadas por el viento. Quien es inconstante e indeciso en su vida, no recibirá nada del Señor.
Que el hermano de condición humilde esté orgulloso de su alta dignidad, y el rico, de su humilde condición, pues se acabará como las flores del campo. Porque sale el sol y con su calor quema las hierbas; se caen las flores y se acaba su belleza. Así se marchitará el rico, en medio de todas sus empresas.
Salmo Responsorial
R. (77a) Danos tu misericordia, Señor, y tendremos vida.
Antes de la aflicción fui un descarriado,
pero ahora obedezco tus palabras.
Tú que eres bueno y haces beneficios,
instrúyeme en tus leyes.
R. Danos tu misericordia, Señor, y tendremos vida.
Sufrir fue provechoso para mí,
pues aprendí, señor, tus mandamientos.
Para mí valen más tus enseñanzas
que miles de monedas de oro y plata.
R. Danos tu misericordia, Señor, y tendremos vida.
Yo bien sé que son justos tus decretos justos,
y que tienes razón cuando me afliges.
Señor, que tu amor me consuele,
Conforma las promesas que me has hecho.
R. Danos tu misericordia, Señor, y tendremos vida.
Aclamación antes del Evangelio
Yo soy el camino, la verdad y la vida;
nadie va al Padre si no es por mí, dice el Señor.
R. Aleluya.
Evangelio
Entonces los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.
El pasaje del Evangelio según Marcos 8:11-13 nos presenta una escena intensa y reveladora, donde los fariseos se acercan a Jesús con el propósito de ponerlo a prueba, solicitando una señal del cielo. Este encuentro, breve pero profundamente significativo, nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la fe, la demanda de pruebas y el papel de las señales divinas en nuestra comprensión espiritual.
En primer lugar, el acto de pedir una señal a Jesús por parte de los fariseos refleja una profunda desconexión entre ellos y la esencia de su mensaje. Los fariseos, representantes de una religiosidad estructurada y legalista, buscan en Jesús una confirmación espectacular de su poder y autoridad divina. Sin embargo, esta demanda pone de manifiesto no solo su escepticismo, sino también una comprensión limitada de lo divino, que buscan encerrar en el marco de lo extraordinario y sobrenatural, accesible solo a través de manifestaciones espectaculares.
La respuesta de Jesús es reveladora: un suspiro profundo, que más allá de las palabras, expresa su pesar y frustración ante la incapacidad de sus interlocutores para comprender la verdadera naturaleza de su misión. Jesús rechaza la demanda de una señal, subrayando que “a esta gente no se le dará ninguna señal”. Esta declaración no solo es una negativa a someterse a las pruebas que ellos exigen, sino también un llamado a reconocer las señales ya presentes en sus enseñanzas y milagros, señales que no buscan asombrar sino transformar corazones y mentes hacia una comprensión más profunda del amor, la compasión y la presencia del reino de Dios.
Finalmente, el acto de apartarse y dirigirse a la otra orilla simboliza la decisión de Jesús de alejarse de la incomprensión y cerrazón, para continuar su misión allí donde pueda haber una mayor apertura y disposición a recibir su mensaje. Este gesto también nos interpela sobre nuestra propia actitud ante lo divino: ¿Buscamos a Dios solo en lo extraordinario, o somos capaces de encontrarlo en el día a día, en el amor al prójimo, en la belleza de la creación, en los gestos de bondad y en la búsqueda sincera de justicia y paz?
Este pasaje del Evangelio nos invita, pues, a una reflexión profunda sobre la esencia de nuestra fe. Nos desafía a trascender la búsqueda de certezas en lo espectacular, para abrazar una fe vivida en la cotidianidad, una fe que se manifiesta en el amor y el servicio, reconociendo que la verdadera señal de lo divino se halla en nuestro compromiso con el prójimo y en la transformación de nuestras vidas según el modelo de Jesús. En este sentido, la fe no requiere de pruebas espectaculares para ser auténtica, sino de un corazón abierto y dispuesto a encontrar a Dios en el misterio de nuestra existencia diaria.
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