noviembre 1, 2023 in Evangelios

Lecturas del 2 de noviembre de 2023

Primera Lectura

De libro del profeta Daniel 12, 1-3

En aquel tiempo, se levantá Miguel, el gran príncipe que defiende a tu pueblo.

Será aquel un tiempo de angustia, como no lo hubo desde el principio del mundo. Entonces se salvará tu pueblo; todos aquellos que están escritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo, despertarán: unos para la vida eterna, otros para el eterno castigo.

Los guías sabios brillarán como el esplendor del firmamento, y los que enseñan a muchos la justicia, resplandecerán como estrellas por toda la eternidad.

Salmo Responsorial

Salmo 23, 1-2. 3-4ab. 5-6

R. Vayamos con alegría al encuentro del Señor.

¡Qué alegría sentí, cuando me dijeron:

“Vayamos a la casa del Señor”!

Y hoy estamos aquí, Jerusalén,

jubilosos, delante de tus puertas.

R. Vayamos con alegría al encuentro del Señor.

A ti, Jerusalén, suben la tribus,

las tribus del Señor,

según lo que a Israel se le ha ordenado,

para alabar el nombre del Señor.

R. Vayamos con alegría al encuentro del Señor.

Digan de todo corazón: “Jerusalén,

que haya en paz entre aquellos que te aman,

que haya paz dentro de tus murallas

y que reine la paz en cada casa”.

R. Vayamos con alegría al encuentro del Señor.

Por el amor que tengo a mis hermanos,

voy a decir: “La paz esté contigo”.

Y por la casa del Señor, mi Dios,

pediré para ti todos los bienes.

R. Vayamos con alegría al encuentro del Señor.

Segunda Lectura

De la segunda carta del apóstol san Pablo a los corintios 5, 1. 6-10

Hermanos: Sabemos que, aunque se desmorone esta morada terrena, que nos sirve de habitación, Dios nos tiene preparada en el cielo una morada eterna, no construida por manos humanas. Por eso siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos en el cuerpo, estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos guiados por la fe, sin ver todavía. Estamos, pues, llenos de confianza y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor.

Por eso procuramos agradarle, en el destierro o en la patria. Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir el premio o el castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.

Aclamación antes del Evangelio

Apoc. 14, 13

R. Aleluya, aleluya.

Dichosos los que mueren en el Señor; que descansen ya de sus fatigas, pues sus obras los acompañan.

R. Aleluya.

Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Juan 12, 23-28

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo sembrado en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.

El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre.

Ahora no tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: “Padre, líbrame de esta hora”? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre”. Se oyó entonces una voz que decía: “Lo he glorificado y lo volveré a glorificarlo”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

La Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, conocida también como el Día de los Muertos, es una tradición arraigada en la historia cristiana que se celebra cada 2 de noviembre. Esta conmemoración tiene sus raíces en la antigüedad, donde diversas culturas rendían homenaje a aquellos que habían partido al más allá. Con el tiempo, el cristianismo adoptó y adaptó estas costumbres, dándoles un significado más profundo y espiritual, ligado a la esperanza en la resurrección y la vida eterna.

La iglesia primitiva ya recordaba a sus mártires y difuntos en sus liturgias. Sin embargo, fue en el siglo X, bajo la influencia del monasterio de Cluny, que esta conmemoración tomó un carácter más general, abarcando a todos los fieles difuntos y no solo a los mártires. Esta tradición se expandió rápidamente por toda Europa y, posteriormente, por el mundo entero, adaptándose a las distintas culturas y tradiciones locales.

Esta celebración nos invita a reflexionar sobre la naturaleza efímera de la vida y la promesa de la resurrección. El Evangelio de Juan 12, 23-28 es particularmente relevante en este contexto. En este pasaje, Jesús anuncia que “ha llegado la hora” de que el Hijo del hombre sea glorificado. Esta “hora” no se refiere simplemente a un momento cronológico, sino a un momento crucial en la historia de la salvación: la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Es a través de este misterio que la muerte es vencida y se abre la puerta a la vida eterna.

Jesús utiliza la metáfora del grano de trigo que, al morir, produce mucho fruto. Esta imagen nos habla de la necesidad de la entrega y la renuncia para alcanzar una vida plena. Así como el grano de trigo debe caer en tierra y morir para dar fruto, nosotros también estamos llamados a morir a nosotros mismos, a nuestros egoísmos y apegos, para vivir en plenitud. Esta muerte para nosotros mismos no es un fin en sí misma, sino un medio para alcanzar una vida más auténtica y profunda, en comunión con Dios y con los demás.

Este pasaje del Evangelio nos invita a la introspección y al examen de conciencia. ¿Estamos dispuestos a entregar nuestra vida, nuestros sueños y anhelos, en manos de Dios? ¿Confiamos plenamente en su plan de salvación, incluso cuando enfrentamos adversidades o pruebas? La voz del Padre que responde a Jesús en este pasaje, diciendo “Ya lo he glorificado, y volveré a glorificarlo”, nos recuerda que Dios siempre está presente y actuando en nuestra historia, incluso en los momentos más oscuros.

Al conmemorar a nuestros fieles difuntos, no solo recordamos a aquellos que nos han precedido, sino que también renovamos nuestra esperanza en la vida eterna. Esta esperanza no es una simple evasión de la realidad o un consuelo ilusorio, sino una certeza basada en la promesa de Jesús y en su victoria sobre la muerte.

En conclusión, la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos es una invitación a profundizar en nuestra fe y a renovar nuestra confianza en Dios. Nos llama a vivir con autenticidad, a morir a nosotros mismos y a confiar plenamente en la promesa de la resurrección. Es una oportunidad para recordar a nuestros seres queridos, agradecer por su legado y rezar por su descanso eterno. Es, sobre todo, una ocasión para renovar nuestra esperanza en la vida eterna y en la promesa de un reencuentro gozoso con aquellos que ya han partido.




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