Lecturas del día 17 de octubre de 2023
Primera lectura
Hermanos: No me avergüenzo de predicar el Evangelio, que es una fuerza de Dios para salvar a todos los que creen, a los judíos primeramente y también a los no judíos. Pues en el Evangelio se nos revela que Dios trabaja con su actividad salvadora en nosotros por medio de la fe, de principio a fin, como dice la Escritura: El justo vivirá por medio de la fe.
En efecto, Dios manifiesta desde el cielo su reprobación contra los hombres impíos e injustos, que por la injusticia mantienen cautiva a la verdad. Porque las cosas de Dios que se pueden conocer, las tienen a la vista; Dios mismo se las ha manifestado. Pues las perfecciones invisibles de Dios, como su poder eterno y su divinidad, resultan visibles desde la creación del mundo para quien reflexiona sobre sus obras, de modo que no tienen disculpa. Han conocido a Dios, pero no lo han glorificado como a Dios ni le han dado gracias, antes bien, se han ofuscado con razonamientos inútiles, y su insensata inteligencia se ha llenado de oscuridad. Pretendían ser sabios, pero se volvieron insensatos, pues cambiaron la gloria de Dios inmortal por imágenes de hombres mortales, de aves, cuadrúpedos y reptiles.
Por eso Dios los entregó a los deseos impuros de su corazón, y llegaron a tal inmoralidad, que deshonraron sus cuerpos unos con otros, porque cambiaron al Dios verdadero por dioses falsos y dieron culto y adoraron a la creatura en vez de al creador, el cual merece alabanza por siempre. Amén.
Salmo Responsorial
Los cielos proclaman la gloria de Dios
y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un día comunica su mensaje al otro día
y una noche se lo transmite a la otra noche.
R. Los cielos proclaman la gloria de Dios.
Sin que pronuncien una palabra,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra llega su sonido
y su mensaje hasta el fin del mundo.
R. Los cielos proclaman la gloria de Dios.
Aclamación antes del Evangelio
La palabra de Dios es viva y eficaz
y descubre los pensamientos e intenciones del corazón.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer. Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. El fariseo se extrañó de que Jesús no hubiera cumplido con la ceremonia de lavarse las manos antes de comer.
Pero el Señor le dijo: “Ustedes, los fariseos, limpian el exterior del vaso y del plato; en cambio, el interior de ustedes está lleno de robos y maldad. ¡Insensatos! ¿Acaso el que hizo lo exterior no hizo también lo interior? Den más bien limosna de lo que tienen y todo lo de ustedes quedará limpio”.
Reflexión
Hoy celebramos la memoria de San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, es una de las figuras más emblemáticas de la Iglesia primitiva. Nacido en Siria en el siglo I d.C., fue el tercer obispo de Antioquía y es conocido por sus intensas cartas dirigidas a diferentes comunidades cristianas, en las que enfatizaba la importancia de la unidad eclesial y la verdadera doctrina. Con un fervor inquebrantable por el Evangelio, enfrentó la persecución romana y fue condenado a morir en el Coliseo, devorado por las fieras. Su sacrificio y enseñanzas continúan inspirando a cristianos de todo el mundo, recordándoles el valor de la fe y el compromiso con Cristo.
En la conmemoración de San Ignacio, las lecturas bíblicas seleccionadas nos invitan a una profunda reflexión sobre la esencia del Evangelio y la respuesta humana a la revelación divina. La primera lectura, tomada de la Epístola a los Romanos (Rom 1, 16-25), nos recuerda el poder salvífico del Evangelio para todos aquellos que creen. San Pablo, con una convicción firme, nos anima a no avergonzarnos del Evangelio, pues es la fuerza de Dios para la salvación de la humanidad. Esta lectura nos impulsa a reconocer y vivir la fe como un camino hacia la justicia y la verdad divina, rechazando la idolatría y la ignorancia que oscurecen el entendimiento humano y alejan a las personas de la glorificación debida a Dios.
El Salmo Responsorial (Salmo 18, 2-3, 4-5) resuena con un eco celestial, proclamando la gloria de Dios manifestada en la creación. Los cielos y el firmamento, en su silente majestuosidad, comunican el mensaje divino de un día a otro, extendiendo esta revelación hasta los confines de la tierra. En la belleza y el orden del cosmos, encontramos una invitación a reconocer la magnificencia de Dios y a responder con alabanza y acción de gracias.
El pasaje de Lucas 11, 37-41 nos muestra a Jesús compartiendo una comida con un fariseo, una ocasión que rápidamente se convierte en una oportunidad para que el Señor transmita enseñanzas profundas. Históricamente, los fariseos eran conocidos por su meticulosa observancia de la Ley, pero Jesús, con su característica agudeza, señala la incongruencia de preocuparse por las minucias externas mientras se descuidan las cuestiones internas del corazón. Teológicamente, este episodio subraya un tema recurrente en los evangelios: la crítica de Jesús a una religiosidad superficial y la invitación a una verdadera conversión interior. La limpieza de las copas y platos simboliza la purificación externa, mientras que el dar limosna alude a una transformación interna, un corazón generoso que se vuelca hacia los demás. Espiritualmente, este pasaje nos invita a reflexionar sobre nuestras propias prácticas y prioridades religiosas. En lugar de quedarnos en la superficie, se nos anima a buscar una relación más profunda y auténtica con Dios, centrada en el amor y la misericordia, y a actuar con justicia y generosidad hacia los demás.
La enseñanza de Jesús en Lucas 11, 37-41 destaca la importancia de ir más allá de una simple observancia religiosa externa, instando a los creyentes a una genuina transformación del corazón. San Ignacio de Antioquía, con su vida y martirio, encarnó esta enseñanza al vivir su fe con profunda integridad, priorizando la verdad y la unidad de la Iglesia sobre su propia seguridad. Tanto Jesús como San Ignacio nos ofrecen un recordatorio poderoso de que la verdadera devoción se mide no por rituales externos, sino por la autenticidad de nuestro compromiso con Cristo y nuestra disposición a servir a los demás con amor y humildad. Esta profunda conexión con el Evangelio, reflejada tanto en las palabras de Jesús como en la vida de San Ignacio, nos invita a vivir nuestra fe con un corazón genuino y apasionado.
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