Para ser felices no hace falta ser grandes, ricos o poderosos
Vatican News
Dos mil fieles participaron en la Misa que el Papa Francisco presidió en el Steppe Arena de Ulán Bator, el moderno y primer “Palacio de Hielo” de la capital mongola. La celebración eucarística, correspondiente a este XXII domingo del Tiempo Ordinario se llevó a cabo en inglés mientras la oración de los fieles también se hizo en mongol, coreano, ruso y chino.
Con las palabras del Salmo que se había proclamado: “Oh Dios… mi alma tiene sed de ti, por ti suspira mi carne como tierra sedienta, reseca y sin agua”. El Santo Padre comenzó afirmando en su homilía que “esta estupenda invocación acompaña el viaje de nuestra vida, en medio de los desiertos que estamos llamados a atravesar”.
La buena noticia llega hasta nosotros
El Papa explicó que “Dios Padre ha enviado a su Hijo para darnos el agua viva del Espíritu Santo que apague la sed de nuestra alma.
Y Jesús – lo hemos escuchado hace un momento en el Evangelio – nos muestra el camino para apagar nuestra sed: es el camino del amor, que Él ha recorrido hasta el final, hasta la cruz, desde la cual nos llama a seguirlo “perdiendo la vida para encontrarla” nuevamente. A continuación Francisco invitó a los fieles a detenerse en estos dos aspectos: la sed que nos habita y el amor que apaga la sed.
La sed que nos habita
“Ante todo, estamos llamados a reconocer la sed que nos habita. El salmista grita a Dios la propia aridez porque su vida se asemeja a un desierto. Sus palabras – dijo el Papa – tienen una resonancia particular en una tierra como Mongolia; un territorio inmenso, rico de historia y de cultura, pero marcado también por la aridez de la estepa y del desierto”.
Acostumbrados a la belleza y a la fatiga de caminar
El Papa también destacó que muchos de ellos están acostumbrados a la belleza y a la fatiga de tener que caminar, una acción que evoca un aspecto esencial de la espiritualidad bíblica, representado por la figura de Abrahán y, más en general, algo distintivo del pueblo de Israel y de cada discípulo del Señor.
Todos somos “nómadas de Dios”
Todos, en efecto – prosiguió en su homilía – somos “nómadas de Dios”, peregrinos en búsqueda de la felicidad, caminantes sedientos de amor. El desierto evocado por el salmista se refiere, entonces, a nuestra vida; somos nosotros esa tierra árida que tiene sed de un agua límpida, un agua que apaga la sed profundamente.
Después de afirmar que “arrastramos una sed inextinguible de felicidad”, que “buscamos un significado y un sentido para nuestra vida, una motivación para las actividades que llevamos a cabo cada día; y sobre todo estamos sedientos de amor, porque sólo el amor apaga verdaderamente nuestra sed, nos hace estar bien, nos abre a la confianza haciéndonos saborear la belleza de la vida”, el Papa agregó:
El amor que apaga la sed
En cuanto al segundo aspecto, el amor que apaga la sed, Francisco dijo que “éste es el contenido de la fe cristiana”:
Al mismo tiempo destacó que “a veces nos sentimos como una tierra sedienta, reseca y sin agua, pero también es verdad que Dios se hace cargo de nosotros y nos ofrece el agua límpida que apaga la sed, el agua viva del Espíritu que, brotando en nosotros, nos renueva y nos libra del peligro de la sequedad. Esta agua nos la da Jesús”.
Con san Agustín
Y como afirma san Agustín, el Obispo de Roma añadió que “si nos reconocemos como sedientos, nos reconoceremos también como quienes beben”. Efectivamente, si tantas veces en nuestra vida experimentamos el desierto, la soledad, el cansancio, la esterilidad, no debemos olvidar esto: “Pero a fin de que no desfallezcamos en este desierto – añade san Agustín – Dios nos envió el rocío de su Palabra, para que de tal manera sintamos sed, que podamos beber”.
Por otra parte, el Papa afirmó: “Estas palabras, queridos hermanos, evocan nuestra historia. En el desierto de la vida, en el trabajo de ser una comunidad pequeña, el Señor no nos hace faltar el agua de su Palabra, especialmente a través de los predicadores y los misioneros que, ungidos por el Espíritu Santo, siembran su belleza”.
Hacer de nuestra vida una ofrenda de amor
El Papa también recordó lo que Jesús dice, “con un tono fuerte, al apóstol Pedro en el Evangelio de hoy. Él no acepta el hecho de que Jesús tenga que sufrir, ser acusado por los jefes del pueblo, pasar por la pasión para después morir en la cruz”. Luego afirmó que el Señor reprende a Pedro, porque su modo de pensar es “el de los hombres” y no el de Dios.
Si pensamos que para apagar la sed de la aridez de nuestra vida sean suficientes el éxito, el poder, las cosas materiales, esta es una mentalidad mundana, que no lleva a nada bueno, sino que además nos deja más secos que antes.
Jesús, sin embargo – prosiguió diciendo el Santo Padre – nos indica el camino: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará”.
Ser sus discípulos
Antes de concluir su homilía e Pontífice dijo: “esta es la verdad que Jesús nos invita a descubrir, que Jesús quiere revelar a todos, a esta tierra de Mongolia:
Y tal como el Señor dijo a Pedro, también nosotros – afirmó el Papa – escuchemos esas palabras: “Ve detrás de mí”, es decir: sé mi discípulo, realiza el mismo camino que hago yo y no pienses más como el mundo.
De ese modo – concluyó el Papa – y con la gracia de Cristo y del Espíritu Santo, “podremos transitar por el camino del amor. Incluso cuando amar conlleve negarse a sí mismos, luchar contra los egoísmos personales y mundanos, atreverse a vivir fraternalmente”.
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