El Papa Francisco nos dice: “La JMJ, acontecimiento de gracia que ayuda a los jóvenes a ver más allá”
Papa Francisco
Todavía tengo en los ojos y en el corazón la inmensa multitud de jóvenes que me acogió en Río de Janeiro, en julio de hace diez años. Aquellos recorridos en el papamóvil, desde la fortaleza militar donde aterrizó el helicóptero hasta el lugar de encuentros y celebraciones en Copacabana, quedarán para siempre grabados en mi memoria: el entusiasmo desbordante de los jóvenes que me lanzaban banderas, gorras, camisetas, que me ofrecían un sorbo de mate, que envolvían con su abrazo al nuevo Obispo de Roma que venía a honrar un compromiso asumido por su predecesor. Una experiencia inolvidable.
Para mí, como para Benedicto XVI, fue lo mismo: el primer viaje internacional de nuestro pontificado tuvo lugar con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud: en Río de Janeiro en mi caso, en 2005 en Colonia, es decir, en su patria, en el caso del Papa Ratzinger, que también llevaba pocos meses en el trono de Pedro. Ambos hemos sido, por así decirlo, “colocados” en la estela de lo que San Juan Pablo II había inaugurado, siguiendo una intuición que le sugirió el Espíritu Santo.
Las JMJ han sido y siguen siendo momentos fuertes para la experiencia de tantos chicos, de tantos jóvenes, y la inspiración inicial que movió a nuestro querido Papa Wojtyla no se ha desvanecido. Por el contrario, el cambio de época que más o menos conscientemente estamos viviendo representa un desafío también y sobre todo para las generaciones más jóvenes.
Los llamados “nativos digitales”, los chicos de nuestro tiempo, corren el riesgo cotidiano de autoaislarse, de vivir en el ambiente virtual gran parte de su existencia, haciéndose presa de un mercado agresivo que induce a falsas necesidades. Con la pandemia de Covid y la experiencia del encierro, estos riesgos han aumentado aún más. Salir de casa, salir con compañeros de viaje, vivir experiencias fuertes de escucha y oración, combinadas con momentos de celebración, y hacerlo juntos, hace que estos momentos sean preciosos para la vida de cada uno.
Una y otra vez he invitado a los jóvenes a no balconear, es decir, a no permanecer en el balcón viendo pasar la vida como observadores que no se entrometen, que no se ensucian las manos, que interponen la pantalla de un smartphone o de un ordenador entre ellos y el resto del mundo. Una y otra vez les he dicho que no sean “jóvenes de sofá”, que no se dejen anestesiar por quienes tienen todo el interés en tenerlos atontados y adormecidos. La juventud es sueño, es apertura a la realidad, es descubrimiento de lo que realmente vale la pena en la vida, es lucha por conquistarlo, es abrirse a relaciones intensas y verdaderas, es compromiso con los demás y para los demás.
Don Lorenzo Milani, en su experiencia como educador, solía repetir esas hermosas palabras: “I care”, “Me importa, me interesa…”. Hoy, después de la terrible experiencia de la pandemia, que nos ha puesto dramáticamente a todos frente al hecho de que no somos dueños de nuestra vida y de nuestro destino, y que sólo podemos salvarnos juntos, el mundo se ha sumergido en la vorágine de la guerra y del rearme. Una carrera hacia el rearme que parece imparable y que corre el riesgo de conducirnos a la autodestrucción. La guerra que se ha librado contra la atormentada Ucrania, una guerra sangrienta en el corazón de la Europa cristiana, es sólo una de tantos pedazos de la Tercera Guerra Mundial que desgraciadamente comenzó hace años. Tantas guerras siguen en el olvido, tantos conflictos, tanta violencia incalificable sigue perpetrándose.
¿Cómo interpela todo esto a los jóvenes? ¿A qué están llamados, con su energía, sus visiones de futuro, su entusiasmo? Están llamados a decir “We care”, nos importa, nos interesa lo que pasa en el mundo, los sufrimientos de los que salen de casa y corren el riesgo de no volver, la suerte de tantos de sus coetáneos que han nacido y crecido en campos de refugiados, la vida de tantos jóvenes que, para huir de guerras y persecuciones o incluso simplemente para buscarse la vida, afrontan la travesía del Mediterráneo y mueren tragados por los abismos.
Nos importa, nos interesa el destino de millones de personas, de tantos niños, que no tienen agua, ni comida, ni atención médica, mientras los gobernantes parecen competir para ver quién gasta más en armamentos sofisticados. Nos importa y nos preocupa quien sufre en el silencio de nuestras ciudades y necesita ser acogido y escuchado. Nos importa y nos preocupa el destino del planeta en el que vivimos y que estamos llamados a custodiar para entregárselo a los que vendrán después de nosotros. Nos interesa y nos importa todo, incluso el entorno digital en el que estamos inmersos y que estamos llamados a cambiar para hacerlo cada vez más humano.
Las Jornadas Mundiales de la Juventud han sido un antídoto contra el balconear, contra la anestesia que hace que se prefiera el sofá, el desinterés. Han implicado, movido, desafiado a generaciones de mujeres y hombres. Por supuesto, no basta con tener una experiencia “fuerte” si después ésta no se cultiva, si no encuentra un terreno fértil que la apoye y la acompañe. La JMJ es un acontecimiento de gracia que despierta, amplía el horizonte, potencia las aspiraciones del corazón, ayuda a soñar, a mirar más allá. Es una semilla plantada que puede dar buenos frutos. Por eso necesitamos hoy jóvenes despiertos, deseosos de responder al sueño de Dios, que se interesen por los demás. Jóvenes que descubran la alegría y la belleza de una vida dedicada a Cristo, en el servicio a los demás, a los más pobres, a los que sufren.
Todo esto pasaba por mi mente mientras recorría las páginas de este hermoso libro escrito por Aura Miguel, periodista de Rádio Renascença, que ha vivido todas las Jornadas Mundiales de la Juventud como reportera. En realidad, no, no todas. Según me contó en el avión que nos llevaba a Río de Janeiro en julio de 2013, las había vivido todas menos la primera, la celebrada en Argentina, en Buenos Aires, en 1987. Le contesté que ese era la única en la que yo había participado.
Del libro de Aura me gusta la elección de presentar las JMJ situándolas en su tiempo, con una cronología de los principales acontecimientos en el mundo y en la Iglesia. También me gusta mucho que el corazón del relato sea lo que ella, como periodista, como observadora y como creyente, se quedó de aquellas experiencias: haber participado en persona es incomparable a haberlo seguido desde la distancia, aunque sea leyendo o viéndolo todo a través de la televisión.
En mi mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales 2021, invité a los periodistas a gastar las suelas de sus zapatos, porque toda buena comunicación, toda información verdadera se basa en el encuentro personal con la realidad, con las situaciones, con las personas. Aura lo ha hecho, y es valioso el modo en que nos devuelve esas experiencias. El oficio del periodista no es el de quien observa lo que ocurre desde fuera y asépticamente sólo lo analiza. El que comunica e informa, se deja tocar por la realidad que encuentra y por ello es capaz de relatarla, apasionando a sus oyentes y lectores. Sólo quien se ha dejado apasionar y conmover apasiona y conmueve a quienes le escuchan y le leen.
Deseo a todos los lectores del libro que descubran o redescubran a través de estas páginas la belleza y la riqueza de la experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud, y que vivan la Jornada Mundial de la Juventud de Lisboa 2023 con alegría y gratitud al Señor. La primera que Aura Miguel podrá seguir sin tener que dar la vuelta al mundo, porque, después de tantas décadas, tendrá lugar en su País y en su ciudad.
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