Lecturas del día 2 de Agosto de 2022
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Eclesiástico 24, 1-2. 5-7. 12-16. 26-30
La sabiduría hace su propio elogio y se gloría en medio de su pueblo, abre su boca en la asamblea del Altísimo y ante todos los ejércitos celestiales se glorifica diciendo: “Yo salí de la boca del Altísimo y soy la primogénita de todas sus creaturas. Encendí en el cielo una luz que no se apaga y cubrí de niebla toda la tierra. Yo puse mi tienda en las alturas y mi trono sobre una columna de nubes.
Entonces, el creador del universo, el que me formó, me dio una orden, él estableció mi morada y me dijo:
“Pon tu tienda en Jacob, que sea Israel tu heredad; echa raíces en medio de mis elegidos”.
En el principio, antes de los siglos, me formó y existiré para siempre. En su santa tienda ejercí las funciones sagradas ante él; por eso fijó mi morada en Sión -en la ciudad santa me hizo reposar- y en Jerusalén la sede de mi poder.
En un pueblo glorioso eché raíces, en la porción del Señor, en su heredad.
Vengan a mí todos los que me aman, y sáciense de mis frutos, porque mis palabras son más dulces que la miel y mi heredad, mejor que los panales.
Todas las generaciones me recordarán para siempre. Los que me comen seguirán teniendo hambre de mí, los que me beben seguirán teniendo sed de mí, los que me escuchan no tendrán de que avergonzarse y los que se dejan guiar por mí no pecarán”.
Palabra de Dios
SALMO Sal. 33
- Vengan y escúchenme, hijos míos; les voy a decir cómo amar a Dios.
Bendeciré al Señor a todas horas,
no cesará mi boca de alabarlo.
Yo me siento orgulloso del Señor;
que se alegre su pueblo al escucharlo.
- Vengan y escúchenme, hijos míos; les voy a decir cómo amar a Dios.
Proclamemos qué grande es el Señor
y alabemos su nombre.
Cuando acudí al Señor, me hizo caso
y me libró de todos mis temores.
- Vengan y escúchenme, hijos míos; les voy a decir cómo amar a Dios.
Que amen al Señor todos sus fieles,
pues nada faltará a quienes lo aman.
El rico empobrece y pasa hambre;
a quien busca al Señor nada le falta.
- Vengan y escúchenme, hijos míos; les voy a decir cómo amar a Dios.
Vengan y escúchenme, hijos míos;
cómo amar al Señor voy a decirles.
¿Quién quiere larga vida y desea tener días felices?
- Vengan y escúchenme, hijos míos; les voy a decir cómo amar a Dios.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los gálatas 4, 4-7
Hermanos: Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos.
Puesto que ya son ustedes hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama “¡Abbá!”, es decir, ¡Padre! Así que ya no eres siervo, sino hijo; y siendo hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
Palabra de Dios
Aclamación antes del Evangelio
- Aleluya, aleluya
Dichosamente la Virgen María, que sin morir, mereció la palma del martirio junto a la cruz del Señor.
- Aleluya, aleluya
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Juan 19, 25-27
En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él.
Palabra del Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
Hoy celebramos la solemnidad de Nuestra Señora de los Ángeles, patrona y madre de Costa Rica. Y en ese contexto, el evangelio de hoy nos presenta a María al pie de la cruz, donde nos da ejemplo de fidelidad al proyecto de Dios y donde Cristo mismo nos la entrega como Madre nuestra.
Efectivamente, esta fiesta nos lleva en primer lugar a agradecer a Dios por habernos dado en María el ejemplo perfecto de fidelidad a Él, de seguimiento de su Hijo Jesús y de entrega maternal a toda la Iglesia.
El evangelio que hemos escuchado nos lleva a contemplar a María al pie de la cruz. ¡En el momento cumbre de la historia de salvación, ahí está María, de pie, junto a su Hijo! La Madre de Dios llora y sufre la angustia de ver morir a su Hijo en la cruz como la haría cualquier madre. Lo ha visto coronado de espinas, clavadas en su cabeza y en su frente, dejando su pelo y rostro manchado de una sangre que se coagula y reseca sobre la piel, su espalda que está desgarrada y abierta por los azotes que le han dado y que cubrieron después, con una túnica púrpura para burlarse de Él, dándole bofetadas y escupiéndole.
Más tarde lo ha visto caminar y caer bajo el peso del madero que lleva sobre sus maltratados hombros y ha visto como le clavan sus amados pies y manos en el madero de la cruz y, por fin, lo ha visto levantar en alto, y… Morir. ¿Podrá haber un dolor más grande? Lo que Jesús sufrió en su cuerpo y en su alma, María lo sufrió en su corazón. Ella estaba espiritualmente clavada en la cruz, ofreciéndose al Padre junto con su Hijo.
Y María no comprende ese gran misterio, pero acepta, una vez más, porque es la voluntad Dios. Su corazón es traspasado por una espada y su dolor no tiene límites. Así se cumple la profecía de Simeón, cuando viéndola, casi una niña con su Hijo en brazos, el día de la Presentación en el Templo, entre otras cosas, le dice a María: “una espada atravesará tu alma”.
Pero, a pesar de tanto sufrimiento, María no rechazó la espada que le traspasaba su pecho. ¿Qué madre, si pudiese, no elegiría morirse en lugar de su hijo? Pero en estos momentos dolorosos, la Virgen, vuelve a darnos ejemplo de amor a Dios, entregándose totalmente a Él, igual que en la Anunciación, porque esta Madre entregó lo que más quería: su propio Hijo.
Contemplamos a María junto a la cruz, herida profundamente en su corazón de madre, pero erguida y fuerte en su entrega. Es la primera y más perfecta seguidora del Señor, porque con mayor intensidad que nadie, toma sobre sí la carga de la cruz y la lleva con amor íntegro.
En el libro “El silencio de María” nos dice el padre Ignacio Larrañaga: “Es preciso colocarse en medio de este círculo vital y fatal que unos lamentaban y otros celebraban, ese triste final y en medio de ese remolino, la figura digna y patética de la Madre, aferrada a su fe para no sucumbir emocionalmente, entendiendo algunas cosas, por ejemplo lo de la “espada”, vislumbrando confusamente otras… Lo importante no era entender, sino el entregarse”.
Esa Madre, cuyo amor y fidelidad la tienen al pie de la cruz, es la que Jesús nos entrega como Madre nuestra. Desde ese momento no somos huérfanos: tenemos una Madre que camina con nosotros, que cuida de nosotros y que intercede por nosotros. Fue en ese momento cumbre de la historia de la salvación que la Madre de Jesús se hizo madre de todo el género humano. Esta mujer dolorosa, pero firme al pie de la Cruz nos está diciendo que sólo la fe nos dará fuerza para los grandes dolores que la vida nos depare.
Terminemos con las palabras del Cardenal Pironio: “Señora de la Pascua, Señora de la Cruz y de la Esperanza. Señora del Viernes y del Domingo. Señora de la noche y de la mañana. Señora de todas las partidas, porque eres la Señora del “tránsito” o de la Pascua. Escúchanos: Hoy queremos decirte “muchas gracias”. Muchas gracias, Señora por tu “Fiat”, por tu completa disponibilidad de “esclava”. Por tu pobreza y tu silencio. Por tu gozo de las siete espadas. Por el dolor de todas tus partidas, que fueron dando la paz a tantas almas. Por haberte quedado con nosotros a pesar del tiempo y la distancia”.
¡Ave María, purísima! Sin pecado concebido.
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